«¿Dónde están los millones de árabes? ¿Dónde está el pueblo árabe? ¿Dónde está la ira árabe? ¿Dónde está la sangre árabe? ¿Dónde está el honor árabe? Dios está con nosotros, más fuerte y mayor que los hijos de Sión. Nuestra sangre roja es verde con el sabor a limón. El fuego de las revoluciones no arde, somos los vencedores». Así dice la letra de una de las canciones más populares del Líbano, «¿Dónde están los millones de árabes?» compuesta por la cantante cristiana Julia Boutros. Canción que si vemos los vídeos de sus conciertos de estos años en Beirut o la ciudad de Tiro, ponía en pie a miles de personas de todas las creencias. Desde mujeres con el velo islámico a mujeres con camisetas escotadas. Hombres y mujeres chiítas, suníes, cristianos y drusos vibraban, cantaban y lloraban en los conciertos. Otra de las canciones de Boutros es “Ahibaii” que significa “Queridos míos” que compuso en 2006 cuando Israel se retiró derrotado del Sur del Líbano. Canción que recoge el texto de una carta de Hasan Nasralá a los combatientes de Hezbolá. Y Boutros hace once meses se manifestó reiteradas veces a favor de los palestinos de Gaza y en contra de la política de Israel.
Estas dos canciones compuestas por una cristiana, muestran la complejidad de Líbano y del conflicto contra todos que protagoniza Israel. Y es que uno de los motivos por los que Hamás desafió a Israel el 7 de octubre saltando y rompiendo el muro en que se les recluía en Gaza, acción en la que ejercieron una violencia y cometieron unos crímenes que no justifico, pretendía llamar al atención del mundo árabe e islámico que desde Marruecos a Arabia Saudí, con los Acuerdos de Abraham impulsados por Donald Trump, enterraban la posibilidad de un estado palestino mientras Netanyahu con su gobierno de colonos y racistas de extrema derecha, como el ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, expandían cada vez más los asentamientos en Cisjordania donde ya viven 700.000 colonos. Crecimiento que se ha acelerado este último año con la impunidad que le da la guerra de Gaza. Hamás, el 7 de octubre, también pretendía mostrar la vulnerabilidad de la superioridad tecnológica y militar de Israel, demostrando con el salto del muro que el problema palestino no se soluciona encerrando a dos millones de personas detrás de un muro, sistemas electrónicos y una ametralladora cada doscientos metros.
Líbano tiene una extensión menor que la provincia de Lleida, Cisjordania menos que la de Girona, y Gaza tiene sólo 365 km cuadrados, algo menos que el Maresme. Poco territorio para demasiados conflictos. Demasiados conflictos y un estado, Israel, que en nombre del Holocausto y de las Escrituras de la Torá y la Biblia, se cree legitimado para decir a todos aquellos ciudadanos del mundo que argumenten que tienen un antepasado judío que tienen derecho a instalarse allí y arrebatar un trozo más de tierra a los palestinos.
Los árabes ciertamente se opusieron a la creación de Israel y algunos estados lucharon contra él en las guerras de 1948, 1956 y 1967. Pero, después de ser derrotados, abandonaron la causa del pueblo palestino. Y estos últimos años, en el contexto de la rivalidad entre la monarquía suní saudí y la República islámica chií de Irán, Israel y Arabia Saudí forjaron esta alianza buscada por Netanyahu y bendecida por Donald Trump.
Hamás y Yihad Islámica de Gaza forman parte con los huties de Yemen, las milicias chiítas de Irak, el régimen sirio y, sobre todo la República islámica de Irán, del Eje de Resistencia contra Israel, que también rivaliza con Arabia Saudita por el liderazgo de los musulmanes de todo el mundo. Y superado el fracaso de la inteligencia y la capacidad de respuesta israelí el pasado 7 de octubre, Netanyahu ha querido aprovechar este conflicto para recuperar su superioridad tecnológica y militar, siempre con la ayuda millonaria de Washington y Joe Biden, advertir a unos y decapitando a otros. No sólo ha demostrado su capacidad de matar a jefes militares y políticos de este eje, empezando por el líder de Hamás, Ismail Haniya en Damasco, Teherán, Beirut o Bagdad, sino que una semana después de desmantelar el sistema de comunicaciones de Hezbol·lá con la explosión de walkie talkies y buscas, ha matado al líder del partido y milicia chií, Hassan Nasralá. Y todo apunta a que el próximo paso quizá sea, ahora sí, una invasión terrestre del sur del Líbano, más allá del río Litani. Pero a diferencia de 1982, cuando invadió este país llegando a Beirut, ahora Israel no tiene aliados cristianos como las falanges maronitas que le realizaron el trabajo sucio de las matanzas de 3.500 civiles en los campos de refugiados de Sabra y Chatila. En 1982 expulsó a la OLP con miles de combatientes y a Yasser Arafat que se exilió en Túnez. Pero no puede expulsar ni matar a los miles y miles de chiíes y no chiíes libaneses que rechazan a Israel.
No creo que el líder Supremo de Irán, Ali Jamenei tenga ningún interés en enzarzarse en una guerra total con Israel. Pero Benyamin Netanyahu necesita una guerra sin fecha de finalización para evitar ir a prisión por las causas que tiene pendientes y acallar las protestas que se daban contra él en las calles de Tel Aviv, Haifa y Jerusalén. Quiere continuar con una destrucción sin tregua de sus enemigos libaneses y también de los palestinos de Gaza y Cisjordania, que para los setecientos mil colonos de Cisjordania, los sionistas religiosos y los ultras de extrema derecha del partido Poder Judío de Itamar Ben- Gvir son casi como subhumanos o individuos que no han entendido que por voluntad de Dios deben marcharse de aquel Gran Israel que creen que les pertenece.
Evolucione como evolucione la ofensiva israelí en Líbano, sea con la invasión, sea eternizando los bombardeos, esta destrucción no ayudará nada a recoser el país que por las divisiones de ambos bloques, el conocido como del 8 de Marzo, con el del 14 de Marzo, con el papel de Siria como discordia, lleva dos años sin presidente y con un gobierno interino. Porque aunque es cierto que parte de la población del Líbano, sobre todo sectores de los cristianos y de los suníes discrepaban de Hasan Nasralá, el país no estará mejor después de la destrucción a la que quiere someterlo Netanyahu y los jefes de ejército. Un ejército que podrá ganar estas guerras y matar a miles de combatientes y dejarlos sin cohetes para lanzar a Israel, pero genera y multiplica un odio en las futuras generaciones que augura nuevas respuestas como las del 7 de octubre.