El independentismo se convierte en una olla de grillos… y de grillados

Se multiplican las propuestas para rehacer una nueva “hoja de ruta” que revitalice el 'procés', pero los principales actores políticos están totalmente divididos y enfrentados

Junts per Catalunya ha avançat el seu congrés per tal de consagrar Carles Puigdemont com a president del partit

El independentismo está de enhorabuena. O no, segundos como se mire: hasta cinco protagonistas diferentes buscan una nueva hoja de ruta este otoño. Podría ser un síntoma de la vitalidad del movimiento. Pero, en realidad, la situación delata la desunión que existe en el soberanismo y que los llamamientos en la unidad que se hacen desde diferentes partidos, plataformas o entidades son una falacia. Se trata de un relato político que intenta proyectar una imagen que no existe. Bien es verdad que el independentismo está más desunido que nunca. Cada familia busca su supervivencia sin contar con los otros.

Los que buscan una nueva hoja de ruta después de una década y media mareando la perdiz tienen nombre y apellido. Para empezar, los tres grandes partidos indepes están a punto de empezar una nueva etapa en su historia y, para lo cual, necesitan una nueva estrategia o una nueva hoja de ruta. La CUP fue la primera que había planeado un proceso para llegar a este otoño con una profunda reflexión. Su objetivo, según se desprende de la ponencia estratégica, es “la ruptura democrática”, que es “la propuesta estratégica para superar un sistema de dominación que nos lleva al colapso, entendida la ruptura democrática como la generación de un escenario revolucionario en clave independentista vinculado a un proyecto de emancipación social”.

Parte de la base que “uno de los aprendizajes del último ciclo político implica entender que lograr la independencia por la vía de la negociación y el pacto, si no es forzando un escenario de confrontación y resolución de conflicto, no es realista. La única fórmula para llegar a un escenario de ruptura pasa por el establecimiento y la ampliación del conflicto con el Estado. Pero también hay que entender y hacer entender que habrá que asumir un nivel de conflicto y desestabilización mucho más grande y prolongado en el tiempo que lo del 2017”. Para ganar el pulso, la organización de izquierda radical considera que “habrá que estar, pues, en disposición de ocupar el máximo de espacios de poder político, tanto desde las instituciones existentes como desde las instituciones alternativas al Estado que habrá que construir”.

La CUP dice que hace tiempo que analiza un cierre del anterior ciclo político. Empieza ahora un periodo “de reflujo o latencia”, y pide resituarse como organización “para poder ser un actor clave en la generación de un nuevo proceso de movilización y transformación en las coordenadas planteadas”. Buscará la clave en una respuesta “en el momento de reasentamiento y reforzamiento de los poderes estatales y supraestatales, así como a las fuerzas reaccionarias en ascenso”. Señala, así, que “este escenario coyuntural externo e interno sitúa como hitos a nivel estratégico dos elementos que se retroalimentan: el reimpulso de las luchas populares y la conciencia y organización de la clase trabajadora; y el fortalecimiento de la CUP y la izquierda independentista como actores políticos motores con capacidad de dirección estratégica de estas luchas populares”. Paralelamente, como objetivos estratégicos propone “trabajar por la generación y el aumento de conflictos como palanca de transformación desde todos los frentes de lucha”, la disputa por la hegemonía, la creación y articulación de nuevos espacios de lucha y la creación “de estructuras de contrapoder que amenacen la orden establecido e impulsen el cambio revolucionario”.

ERC y Junts, a la suya

Pero tiene que ponerse a la cola, porque en el espacio soberanista cada protagonista quiere ser hegemónico. ERC tiene convocado su congreso para el 30 de noviembre con el objetivo principal de elegir una nueva cúpula y aprobar una nueva hoja de ruta. La crisis interna de la formación que presidía hasta ahora Oriol Junqueras hizo necesaria la convocatoria del cónclave ante el malestar existente entre las bases, no solo por los males resultados obtenidos a las municipales del año pasado, sino también a las generales y a las autonómicas del 12-M.

A la vista que sus rivales se movían para trazar nuevas líneas estratégicas, Junts per Catalunya (JxCat) no quiso ser menos y avanzó el congreso del 2026 al 25 de octubre próximo. Sus razones son la necesidad de consolidar Caras Puigdemont como líder de la formación y de establecer una nueva hoja de ruta. Puigdemont, el líder que había prometido desaparecer de la escena política si no era elegido presidente, necesita un cargo orgánico para no diluirse en los imbornales de la historia. Ausente del Parlament por sus problemas con la justicia, tiene que contrarrestar la falta de protagonismo político con un cargo de gran vistosidad: presidente de Junts. Su hoja de ruta pasará, además, por un escoramiento hacia el extremismo y hacia la ultraderecha para fagocitar el partido emergente Aliança Catalana. Los últimos mensajes sobre el control de la inmigración desvelen una alarmante derechización de los postulados de los posconvergentes.

Pero hay otro actor que también juega al tablero independentista y que tiene una gran importancia: la Assemblea Nacional Catalana (ANC), que a pesar de que tiene su hoja de ruta aprobada hasta el 2026, quiere revisarla y someterla a votación este otoño. La ANC aprobará, con casi total seguridad, una hoja de ruta muy similar a la que tiene en la actualidad. Pero hará fuerza en la actuación de las entidades sociales en tres frentes: político e institucional, social e internacional. Su objetivo será, según fuentes próximas a la ANC, recuperar la fuerza de la movilización popular, crear las condiciones para instaurar la República, fortalecer el papel de las instituciones paralelas y republicanas, debilitar en el Estado español y convertirse en el “brazo armado” (políticamente hablando) de la sociedad.

Entre sus herramientas se encuentran las consignas de convertir los catalanes en un “grupo objetivamente identificable” a ojos internacionales para poder recurrir a la ONU en busca de amparo, la realización de manifestaciones que quieren ser otra vez masivas, aunque para lo cual necesita elevar el nivel de conflicto, y crear, en combinación con otros actores, estructuras para controlar el territorio. Aparte del impulso de campañas antiespañolas, cobrarán especial interés en esta nueva etapa movilizaciones para la soberanía energética y la soberanía financiera mediante la creación de determinadas estructuras de Estado que tienen que estar listas para actuar en el momento preciso.

La tribu de los librepensadores

Al margen de la ANC, el Consell de la República tendría que mover ficha, porque así lo piden sus activistas. El pasado mes de mayo, el Consell impulsó conversaciones con otros actores para intentar negociar una hoja de ruta unitaria de todas las fuerzas independentistas, pero no se ha hecho nada. Además, el número de Carles Puigdemont apareciendo y desapareciendo en Barcelona después de dejar a los suyos con un palmo de nariz (incluido su amigo y escudero Lluís Llach, presidente del ANC) le ha anulado las posibilidades de que el Consell sea un actor de primer nivel o, al menos, un actor creíble y a tener en cuenta.

Cinco son, pues, las apuestes independentistas que se tienen que estudiar y aprobar este otoño. Todas tienen como objetivo conseguir la independencia, pero se caracterizan por el carácter exclusivista y excluyente que tiene cada una de ellas respecto a las otras. Con esta dispersión de propuestas, la unidad del independentismo es imposible a día de hoy. No hay un eje vertebrador de una única estrategia y, por lo tanto, habrá desunión para años. Los personalismos y egos de los dirigentes, las desconfianzas, las traiciones acumuladas, los resentimientos y los partidismos son los pecados que tiene que superar el independentismo para llegar a la unidad. Y la cota política de humildad, transparencia y generosidad que sería necesaria aplicar es, por ahora, inalcanzable.

Mientras tanto, un grupo de activistas trabaja por libre, sin organización pero hablando frecuentemente entre ellos para tejer alianzas. Son la tribu de los librepensadores, partidarios de una línea dura y con ideas que se acercan a veces a la xenofobia o a las consignas de la ultraderecha. Aquí hay nombres como Víctor Terradellas, Pere Pugès, Joan Contijoch, Pere Oriol Costa, Jaume Marfany, Jordi Manyà e incluso el republicano Joan Puig, que es uno de los enfants terribles de ERC. Este grupo de activistas son, en realidad, una nueva “tribu” dentro del universo independentista, si tenemos que calificarlos de alguna manera, como en el libro de Pere Oriol Costa.

Uno de los citados reconoce a EL TRIANGLE que “es cierto que hablamos entre nosotros una serie de pensadores, pero no trabajemos para nadie ni nos debemos a nadie. Simplemente, somos gente que está muy preocupada por cómo se ha dilapidado el caudal independentista de la última década y buscamos soluciones. Y estamos en disposición de exponer nuestras ideas y conclusiones a quienes las quiera escuchar”. Los activistas preocupados realizan de vez en cuando algún encuentro y, al mismo tiempo, acuden a actos territoriales para hacer sentir su voz ante ciudadanos interesados. Han tenido contacto con dirigentes políticos de todos los colores, desde la CUP hasta Aliança Catalana, pero no se han señalado para apoyar públicamente a nadie.

Su penetración en los círculos de poder soberanistas, sin embargo, es muy débil. Las élites independentistas no quieren perder las pocas migajas de poder que les quedan y no están dispuestas a sacrificarse. Por eso, cada cual intentará arreglar su situación. O la de su familia. Por eso se prevé un otoño agrio para el independentismo.

Puedes leer el artículo entero en el número 1590 de la edición en papel de EL TRIANGLE.

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