La izquierda latina en la encrucijada

Bluesky

El tortuoso camino de la izquierda -o de las izquierdas, para ser más precisos- en América Latina ha vivido sendos episodios electorales este año, que representan las dos caras de la moneda. Por un lado, en México la ex jefa de Gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum, se ha alzado claramente con la victoria, siendo la primera mujer en la historia del país en alcanzar la presidencia. Mientras tanto, en Venezuela el líder bolivariano Nicolás Maduro inicia un tercer mandato en medio de la polémica y de un tufo importante de fraude electoral.

La confirmación por parte del Tribunal Supremo de Justicia venezolano de la victoria de Maduro en las últimas elecciones presidenciales supuso otro hito en los desacuerdos entre el oficialismo y la oposición, encabezada ahora por María Corina Machado y Edmundo González. De momento, este se ha trasladado a España para pedir asilo, después de que un tribunal ordenase su detención al no comparecer ante la Fiscalía de su país, que lo había llamado a declarar por su supuesta participación en delitos relativos a la publicación de las actas electorales con que contaba la oposición.

Susana Alonso

El chavismo está utilizando sus armas para hacerse fuerte en el poder, pero los movimientos entre países y líderes del entorno hacen pensar que a nivel de relaciones internacionales cada vez lo tendrá más complicado. En esa línea iba la publicación de un comunicado conjunto por parte de los gobiernos de diez países latinoamericanos -Argentina, Costa Rica, Chile, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay- y Estados Unidos rechazando “categóricamente el anuncio” del TSJ de Venezuela.

De entre todos los países firmantes, el que más llamaba la atención era el Chile de Boric. Los gobiernos de ambos estados ya habían tenido fricciones, pero no ha pasado desapercibido que el líder de izquierdas chileno haya sido tan tajante en este momento crítico. Sobre la decisión del TSJ, Boric ha afirmado que “termina de consolidar el fraude”, y que “Chile no reconoce este falso triunfo autoproclamado de Maduro y compañía”. También ha llamado a construir una “izquierda continental profundamente democrática y que respete los derechos humanos sin importar el color de quien los vulnere”.

Esto contrasta con las posiciones mostradas por otros mandatarios progresistas de la región, en particular los de Brasil, Colombia y México. Estos, sin tomar partido, han emitido dos comunicados conjuntos en que hacen “un llamado a las autoridades electorales de Venezuela” para que den a conocer “públicamente los datos desglosados por mesa de votación”. Y expresándose de forma directa o a través de portavoces, Lula y Petro se han decantado por la repetición electoral, mientras que López Obrador pide “esperar a que se den a conocer las actas” de los votos.

La insistencia del líder azteca en que se publiquen estos documentos remite al fraude que él mismo denunció haber sufrido en 2006, cuando por primera vez se presentó a las elecciones presidenciales de México. Entonces, frente a sus denuncias y la demanda de recuento de todos los votos, este solo se hizo parcialmente con menos del 10% y después se incineró el grueso del material electoral, declarándose vencedor al candidato continuista Felipe Calderón.

Tuvieron que pasar doce años para que López Obrador resultara ganador de las elecciones oficialmente, tras otra convocatoria en 2012, en que no aceptó la resolución del Tribunal Electoral que declaraba como válida la votación. En aquel momento, el ahora presidente mexicano manifestaba: “Las elecciones no han sido ni limpias ni libres ni auténticas”. Quizá estas palabras han resonado en su cabeza, cuando se trata de valorar otros sufragios que generan muchas dudas por cómo se ha conducido el proceso, y que Maduro habría ganado con un margen muy ajustado.

A diferencia del caso venezolano, este año en México la coalición progresista encabezada por Sheinbaum se ha impuesto con un 60 por ciento de los votos y 32 puntos de ventaja sobre su principal oponente. Nadie en el ámbito internacional ha discutido su victoria y, aunque la izquierda ha tardado décadas en volver a gobernar el país, ahora lo hace en un clima de normalidad democrática.

Cara y cruz, la Venezuela de Maduro está cada vez más cerca de países como Cuba o Nicaragua, y más lejos de los gobiernos progresistas plenamente democráticos de la región. A pesar de que esta última elección ha colocado a la izquierda latinoamericana en la encrucijada, cada vez parece más claro quién está en uno u otro lado, por más que algunos líderes todavía se lo piensen.

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