El FC Barcelona debería celebrar su asamblea ordinaria correspondiente al cierre del ejercicio 2023-24 aproximadamente coincidiendo con la celebración del Barça-Sevilla de la jornada décima de la Liga, el sábado 19 de octubre. La fecha encaja con los requisitos estatutarios, pues debe fijarse como límite antes del final de octubre y en día de partido en casa, en este caso en sábado porque el equipo de Hansi Flick disputará la Champions el miércoles, 23 de octubre, en Montjuic frente al Bayern Múnich. Solo unos días antes, el 19 de octubre, la plataforma Som un Clam prevé organizar un acto social de fuerza y visibilidad mediática que sirva, al mismo tiempo, al propósito de presentarse formalmente ante el barcelonismo y al de reforzar esa petición enviada a la junta de Joan Laporta para que la asamblea recupere su modalidad presencial.
Para entonces, se supone que los socios ya sabrán si Laporta se ha empeñado en bunquerizarla otra vez con la mala e insoportable excusa de las ventajas del formato telemático o si acepta el desafío de que los socios y verdaderos propietarios del club puedan preguntarle, pedirle explicaciones o reclamar la información sobre todos los aspectos de la gestión. Ya se sabrá, en definitiva, si el presidente es capaz de encauzar la vida democrática del Barça, hoy completamente descarriada.
La junta directiva debe convocarla al menos con quince días naturales de plazo, de modo que dispone de un margen apreciable hasta primeros de octubre para enviar a los socios compromisarios la notificación correspondiente. Los estatutos no hacen referencia, en ningún caso, al formato de esa cumbre soberana que, a todos los efectos, ostenta el poder supremo de decisión sobre la totalidad de la vida del club, incluido un modelo de propiedad que debe garantizar, precisamente, que sean los socios finalmente quienes tengan la última palabra sobre la gestión de la directiva de turno, un supuesto que desde el regreso de Laporta a la presidencia, en marzo de 2021, está en discusión y que ahora ha denunciado ese colectivo destacado y representativo de socios reclamando, además, que la celebración de la próxima asamblea sea abierta, presencial y democrática sin la menor sombra de duda.
Por tradición e historia, pero sobre todo porque el concepto asambleario no puede interpretarse de otro modo y porque los estatutos tampoco lo contemplan, la cita exige la identificación y acceso presencial de los 3.622 socios designados por sorteo, en representación del 2.5% del censo total, más los 1.000 primeros socios por antigüedad (senado) y, de conformidad con la normativa, los directivos, los miembros de las comisiones estatutarias, los expresidentes y los presidentes de las federaciones territoriales de peñas escogidos democráticamente que también acrediten cinco años de antigüedad. En esta sesión de octubre los compromisarios estrenarán un mandato de dos años después de haber sido sorteados el 20 de junio pasado, así como los 3.622 socios compromisarios suplentes que podrían debutar si alguno de los titulares renuncia a participar y lo comunica al club con una antelación mínima de un mes. Es decir, antes de este 20 de septiembre.
Estos días es cuando Som un Clam está preparándose para esta primera batalla, sin duda de trasfondo electoral, enviando a su base de datos de simpatizantes una primera invitación a reservar la fecha del 17 de octubre para su puesta de largo. “Después de un verano donde ha quedado patente la crítica situación del club, Som un Clam, preocupado por esta deriva y por el riesgo de extinción de su modelo social, da un paso adelante y organizará un acto abierto para su presentación pública, para incidir a la próxima Asamblea y aglutinar el máximo número de barcelonistas”, es lo que dice el texto del mensaje que ya circula entre los cientos de socios que, de un modo u otro, se sienten inclinados a formar parte del movimiento.
Por ahora, Som un Clam invita a los barcelonistas a asistir a su première como colectivo de la misma forma que a los socios compromisarios a formar parte de la asamblea que viene. La incógnita que ahora planea sobre esta convocatoria se centra en saber si la junta será capaz de abrir puertas o si, como ya adelantó Laporta en su discurso de la rueda de prensa del pasado 3 de septiembre, a la oposición hay que atarla en corto y no darle el menor margen de actuación, pues la definió en su conjunto como un enemigo del barcelonismo que solo persigue propalar el catastrofismo, la división y el enfrentamiento.
Laporta, claro está, podría zanjar la polémica hoy mismo, en cualquier momento, anunciando el carácter presencial de la asamblea. No lo ha hecho por ahora, probablemente porque busca el momento estratégico para dar una respuesta, que si es favorable a la exigencia de Joan Camprubí y Jordi Roche podría interpretarse como un gesto, según se quiera, de debilidad porque ahora mismo necesita recuperar la empatía social, de generosidad porque Laporta se siente más dictador y tirano que representante de los socios, o de soberbia porque quiere medir sus fuerzas con las de Som un Clam y librar ese pulso -y ganarlo- a la vista de todo los socios.
Decida lo que decida ya es tarde para presumir de demócrata cuando lleva acumuladas varias asambleas telemáticas que han conseguido reducir la participación a cifras de récord alarmantes.











