Puigdemont tiene un problema. Por eso, Junts también tiene un problema. Y, por extensión, el independentismo en general: el expresidente fugado había prometido dejar la primera línea de la política si no resultaba elegido presidente tras las elecciones del 12-M. Pero ahora no tiene ningún porche donde resguardarse, una vez que ya no es eurodiputado y que el salario de diputado en el Parlamento no le da por mantener el chalet de Waterloo. Encima, los ingresos del Consejo de la República están bajo mínimos. La opacidad de las cuentas, junto con el afloramiento de los escándalos sobre la utilización de los fondos para pagar gastos privados (acompañantes en Berlín, cruceros por el Mediterráneo o alquiler de coches y casas de vacaciones) han derribado la credibilidad del Consejo, y la militancia está harta de pagar sin saber cómo gastan el dinero.
El problema es que Puigdemont no quiere retirarse de la primera línea: su plan es quedarse, pero hacer que se lo pidan. En las últimas semanas, ha movido los hilos para preparar el terreno con el fin de mantenerse como punta de lanza del independentismo intransigente. Por eso Junts ha convocado un congreso para este otoño en vez de esperar al 2026.
Este congreso, indican fuentes internas de JxCat, servirá para tres cosas: la principal será consagrar a Carles Puigdemont como nuevo presidente de la formación para que no pierda protagonismo; la segunda, desplazar a Laura Borràs, dándole un cargo de relevancia, pero lejos del núcleo de poder; y la tercera, reorientar la estrategia de Junts estacionando el partido en un espectro de la derecha, entre la antigua Convergència y Aliança Catalana (AC).
De hecho, en Junts hay preocupación por la formación de Sílvia Orriols, la líder de AC. Su irrupción en la política catalana superando los 100.000 votos en las últimas autonómicas y obteniendo dos diputados es un toque de atención a Puigdemont, consciente de que muchos de estos votos huyeron de sus filas. Los sondeos internos de Junts apuntaban a que si se repetían las elecciones autonómicas este otoño, Junts no crecería, mientras que ERC bajaría y AC se dispararía. El fenómeno Orriols es sólo comparable al fenómeno VOX, que logró situarse en la escena política rompiendo al electorado del PP y evitando una mayoría amplia de los conservadores sobre los socialistas.
En Catalunya se ha dado un efecto similar: AC evitó el crecimiento de los conservadores soberanistas y frenó las expectativas de Carles Puigdemont. Lo peligroso para los antiguos convergentes es que este fenómeno puede ir a más y lastrar de forma permanente el crecimiento de Junts, robándole un espectro de votos absolutamente necesarios para poder gobernar. Con Sílvia Orriols rondándole la retaguardia, Puigdemont tiene muy difícil acceder a la presidencia de la Generalitat.
Una «petición popular»
¿Cómo lo hará Puigdemont para recobrar su protagonismo? Con una intensa campaña de comunicación que desemboque en una “petición popular”, es decir, de su círculo de Junts, de continuar en la política activa. El pasado 9 de abril prometió que abandonaría la política activa si no era elegido presidente. Y afirmó que «tiene poco sentido que me dedique a hacer de jefe de la oposición». Pero lo cierto es que o se queda o es un cadáver político.
Lo peor es que ni siquiera pedirá perdón por mentir. “A Puigdemont le pierde su ego. Se cree el mesías. Y es prisionero de una corte de aduladores que le llevan a callejones sin salida mientras se deteriora su imagen ante la ciudadanía. Desde que huyó de Catalunya, no ha dicho más que mentira tras mentira. Prometió ser transparente con las cuentas del Consejo de la República, pero en seis años nunca ha revelado en qué se gasta el dinero. Prometió ser más demócrata que nadie, pero gobierna su formación a golpe de caprichos. Incluso borró por decreto la Asamblea de Representantes del Consejo de la República porque le pedían transparencia y no estaba dispuesto a darla. Prometió que volvería varias veces, pero la única vez que ha hecho acto de presencia ha sido este mes de agosto, aunque después se arrepintió e dio marcha atrás. Resulta que no estaba dispuesto a enfrentarse a la justicia, como dijo. Ha faltado siempre a su palabra, lo que es indigna de un presidente de la Generalitat”, dice una fuente crítica con el expresidente.
Ahora las cosas están dispuestas para que la cúpula de Junts le apoye, se simule un cariño inexistente por parte de la ciudadanía hacia el expresidente y se le sitúe como nuevo presidente de la formación. De esta forma, JxCat cambiará una condenada por corrupción por un fugitivo de la justicia. “Las decisiones ya están tomadas. El congreso se adelanta por el hecho de que Puigdemont necesita un apoyo nítido para continuar en primera línea de la política, ya que de lo contrario debería dimitir y desaparecer, tal y como había prometido. El resto de las cuestiones, como la hoja de ruta o el desplazamiento de Borràs, son cuestiones accesorias”, explica un alto cargo de Junts crítico con la deriva extremista del partido.
Otra fuente de JxCat reclama que “Puigdemont fue el jefe de la candidatura y, por tanto, debe tener un protagonismo en esta nueva etapa. No puede estar físicamente en el hemiciclo, pero hay que notar su presencia y su trabajo”. El director de El Nacional, José Antich, que ya utilizó su medio para intentar paralizar el pleno de investidura de Salvador Illa difundiendo la falsedad de que los tribunales habían dictado orden de detención contra Jordi Turull, es uno de los instrumentos que utiliza Puigdemont para blanquear su imagen. “Habrá que esperar a que Carles Puigdemont pueda ejercer de jefe de la oposición para ver un auténtico duelo entre líderes en el Parlament, lo que no ocurrirá hasta que el Tribunal Constitucional no corrija la interpretación que está haciendo el Tribunal Supremo de la ley de amnistía ”, escribió Antich este 5 de septiembre. El fiel escudero del expresidente reclama que se le aplique la amnistía en todos los delitos (incluso los no amnistiables), pero calla y no exige que se corrija la situación tras la promesa de dejar la política activa si no era elegido presidente. Es una pista sobre la estrategia de la postconvergencia: lo que calla no existe.
La propaganda que Puigdemont y los suyos están haciendo en los últimos meses de las publicaciones de la exposemita Albano-Dante Fachín es otra de las pistas que apuntan a una trama bien organizada para cambiar la imagen de Puigdemont y presentarlo ante el opinión pública como un líder «necesario».
Su mantenimiento en la política activa tiene un nombre: será el nuevo presidente de la formación, por lo que deberá procederse al desplazamiento de Laura Borràs. La también expresidenta del Parlamento deberá conformarse con un lugar alternativo, pero no será represaliada: se le ofrecerá un puesto de relevancia, aunque con poca proyección, como la presidencia del Consell Nacional. De hecho, es un sitio importante, pero con poco peso político e incluso con poco margen de maniobra.
A partir de ahí, Carles Puigdemont tiene un futuro prometedor en la política catalana: simulará ser un nuevo líder, cuando lleva ocho años dirigiendo el timón del barco, que ha hundido en varias ocasiones: primero, con la conversión de CDC en el PDECat ; después, con su conversión en La Llamada; paralelamente, con la operación de diseñar un Consejo de la República que debería ser la casa común del independentismo; y, finalmente, la conversión de parte del PDECat, La Crida y lo que quedaba de CDC en Junts per Catalunya. Fracaso tras fracaso, constatado en los números y en la foto fija del panorama político de la actualidad: la CiU de cuando empezó el proceso tenía 62 diputados. Hoy, su heredera, Junts, tiene 36, y el Gobierno de la Generalitat está en manos de un PSC al alza.
Por este motivo lo que será verdaderamente interesante del congreso de este otoño será la nueva estrategia que debe desplegar Junts en el futuro, que irá dirigida a quedarse con un segmento del electorado de ERC, al tiempo que ha de recuperar sus propios descontentos y neutralizar el fenómeno Orriols. En otras palabras, esta nueva estrategia debe reconciliar al partido con el electorado independentista, aunque todo dependerá de la credibilidad de Puigdemont tras su rocambolesca repesca, cuando había anunciado su retirada de la política. Es cierto que el electorado soberanista está anestesiado contra las críticas, pero cada vez son más las voces indepes que exigen mayor coherencia y honestidad en la cúpula.
Sin embargo, Carles Puigdemont será el responsable de esta estrategia, como si hubiera llegado de nuevo y como si nunca hubiera tenido el partido en sus manos. El expresidente cree que tiene medios para hacerlo: una retórica desbordante, un electorado fiel y sectario, una situación de crisis en ERC y una falta absoluta de escrúpulos de su líder. Con una situación como ésta, ¿qué puede salir mal?
La conclusión es lógica: Puigdemont habrá incumplido de nuevo su promesa, mientras que Turull habrá conseguido su objetivo de diseñar una hoja de ruta propia sin las injerencias y exigencias de la hasta ahora presidenta de Junts y el partido habrá logrado salvar su soldado Ryan (soldado Carlos, en su versión casera). Todos salen ganando, pero habrá que ver si el independentismo llega más allá de seguir operando en un bucle infernal que sólo alimenta los egos de sus dirigentes y prolonga la situación in eternum.











