Junto con “embolica, que fa fort”, la otra expresión que se ha utilizado mucho por estos pagos en los últimos tiempos es: “A veure qui la diu més grossa”, expresión de más fácil traducción que la anterior: “A ver quién la suelta más gorda”. Quizá por ello aquí hemos desarrollado una cierta práctica para detectar cosas que no encajan -por decirlo suavemente- en el discurso propagandístico.
El asunto viene a cuento, una vez más, del cúmulo de cosas raras que están sucediendo a tenor de la excursión de verano que parecen haber emprendido algunas brigadas ucranianas en territorio ruso. Movimiento cuya intencionalidad estratégica nadie acierta a explicar muy bien. Dado que la ofensiva rusa en el Donbas prosigue, inalterable, machacante, cabría concluir que lo de Kursk ha sido lo que los franceses denominan un beau geste. Que lo sería un poco más si a los soldados ucranianos, como siempre que pasan a la ofensiva, no les diera por ir exhibiendo símbolos nazis, runas de las SS y hasta cascos alemanes de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta hace poco, en la OTAN estaban encantados. No parecía que la ofensiva fuera a servir de mucho, pero al menos justificaba un poco la enorme cantidad de millones de euros y dólares vertidos en apoyar la guerra proxy en Ucrania.
Sin embargo, es aún más intrigante la aparición, en los últimos días, de una inesperada polémica sobre la destrucción de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 en septiembre de 2022. Todo arrancó de una noticia publicada por la prensa alemana, según la cual, los autores de la hazaña habrían sido un grupito de buzos ucranianos, respaldados por el Estado Mayor del ejército y financiado por algunos empresarios de la misma nacionalidad. La operación habría tenido la colaboración necesaria del gobierno polaco. Para rematar la intriga, en las últimas versiones de la historieta se añade la responsabilidad directa de Zelenski. Y téngase en cuenta que la última versión ya ha venido respaldada por el director de los servicios de inteligencia alemanes.
Aquí hay alguien cabreado y no le importa soltarlas bien gordas. ¿Pero por qué? Vayamos por partes.
La historia más coherente sobre el sabotaje a los Nord Stream fue la que publicó, el periodista estadounidense Seymour Hersh. Todo un veterano. Durante la guerra del Vietnam, allá por1970, desveló una matanza de civiles cometida por las tropas americanas en la aldea de Mi Lay. Este escándalo pasó a los libros de historia; pero hubo otras revelaciones explosivas de Hersh a la prensa. La penúltima fue la existencia de un centro de tortura a gran escala, en Irak, gestionado por militares estadounidenses: la espantosa prisión de Abu Ghraib.
En febrero de 2023, Seymour Hersh publicó una nueva historia de impacto internacional: cómo buzos de las fuerzas especiales de los Estados Unidos habían colocado las cargas de profundidad en los Nord Stream, aprovechando las maniobras navales de la OTAN en la zona (BALTOPS 22) en junio de 2022. En septiembre, un avión de la Fuerza Aérea noruega activó las espoletas a distancia con ayuda de una radio boya. Los americanos decidieron activar los explosivos tras meses después de su instalación para que no resultara evidente su fijación en los gasoductos con las maniobras de la OTAN.
Todo el relato de Hersh rezumaba lógica y coherencia argumental. Los detalles técnicos eran plausibles; las motivaciones, también. La información provenía de una fuente reservada, pero en su reportaje citaba otra, de autoridad, que no era secreta: el Dr.Theodore Postol, profesor emérito de Ciencia, Tecnología y Política de seguridad nacional del MIT, que había sido asesor científico del jefe de Operaciones Navales del Pentágono.
Hersh se tomaba su espacio para explicar por qué él mismo presidente Biden había dado la orden de planificar una operación de sabotaje de los Nord Stream, tiempo antes de la invasión rusa, quién gestionó el plan y por qué tenía esa fijación con la destrucción de los gasoductos. Una actitud que le llevó a afirmar ante las cámaras, el 7 de febrero de 2022, que caso de que se produjera la invasión rusa -y faltaban dos semanas para ello-, los americanos sabrían lo que tendrían que hacer para anularlos. Lo dijo con una clara determinación. Fue durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, en compañía del canciller alemán Olaf Scholz, y quedan bastantes evidencias videográficas de ese momento en la red.
La explicación de contexto que suministra Hersh en su artículo se complementa a las mil maravillas con la que ofrece el conocido historiador y antropólogo francés Emmanuel Todd en su último libro, publicado en este mismo año: La derrota de Occidente.
Imposible resumir aquí todas las aportaciones que nos ofrece esta jugosa obra. Pero ahora nos interesan sus consideraciones sobre Alemania en la crisis de Ucrania. Según Todd, la voladura de los gasoductos Nord Stream habría sido el punto y final a una política alemana agresiva y peligrosamente independiente con respecto a los objetivos de los Estados Unidos. Se hizo visible a partir de 2003, cuando esa superpotencia, liderando una coalición de países de la “Nueva Europa” -países del Este con gobiernos de derechas y la España de Aznar– invadió Irak. Por entonces, Alemania y Francia, el corazón de la “Vieja Europa” -la despectiva calificación expresada en su día por el Secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld– habían rechazado participar en la aventura militar. Pero no sólo eso: Berlín y Paris se acercaron peligrosamente a Moscú. Putin visitó Berlín el 9 de febrero, y al día siguiente llegó a París. Schroeder y Chirac le devolvieron la visita al ruso: el 11 de abril en San Petersburgo; el 31 de agosto en Sochi; el 4 de julio en Kaliningrado. Parecía claro que se estaba produciendo un realineamiento europeo al margen de los designios de los Estados Unidos. Tal como escribe Todd, “la principal razón del giro antirruso de los estadounidenses fue el temor a una Alemania independiente y activa, y sobre todo a una Alemania dispuesta a llevarse bien con Rusia”.
También fue el arranque del nuevo liderazgo alemán de Europa, que se manifestó en su protagonismo en la crisis griega de 2010-2015, y en la creciente puja por atraerse a Ucrania hacia la Unión Europea, que desembocaron en el Euromaidan (2013-2014) y en el violento cambio de régimen que siguió. Siempre según Todd, el origen de la crisis ucraniana, allá por 2014, tuvo mucho que ver con la actitud de los alemanes, que terminaron recabando la ayuda americana cuando las cosas se fueron complicando. El ensayista francés explica con datos y argumentaciones muy creíbles, que Washington se vio arrastrado a la crisis ucraniana, más que a actuar como líder de la injerencia. De ahí que los acuerdos de Minsk fueran pactados por Alemania, Francia, Ucrania y Rusia, sin la presencia de los Estados Unidos.
Aunque no lo dice de forma explícita, Todd considera que este país fue “castigado” -hasta cierto punto- por los americanos, con la voladura del Nord Stream en 2022. El mensaje vino a ser: “Todos estamos en el lío, esto va en serio; ahora nadie puede echarse atrás en la guerra de Ucrania o guardarse un as en la manga ante una posible reconciliación provechosa con Rusia, si las cosas no van bien en la guerra”. Si es acertada la hipótesis de Todd y los Estados Unidos se vieron empujados a la guerra por las ambiciones alemanas en Ucrania, parece lógico que Biden quisiera imponer una especie de pacto de sangre en la lucha contra Rusia.
¿Lo aceptaron en Berlín? Aparentemente, sí; Scholz incluso sabía lo que podía pasar antes del comienzo de la guerra. Pero un mes después de que Seymour Hersh publicara su investigación, el New York Times sugería que la acción podría haber sido cosa de grupos pro-ucranianos, aunque sin que el presidente Zelenski hubiera estado implicado. En ediciones sucesivas, el Washington Post y periódicos alemanes como Der Spiegel y Die Zeit, fueron completando esa información, que implicaba al general en jefe del Ejército ucraniano, Valerii Zaluzhnyi y el coronel Roman Chervinski, de las fuerzas especiales, que habrían encargado la operación a un comando de seis buzos. La improbable pista ucraniana, que ahora ha vuelto a resurgir.
¿Qué puede haber detrás de esto? La pista ucraniana parece una curiosa forma de queja a través de la reductio ad absurdum; un método propio de las matemáticas para demostrar la validez o nulidad de una hipótesis. Una proposición que no puede ser verdadera, es necesariamente falsa. Sólo que en este caso, el método está adaptado a la política estratégica, por lo cual, puede contener medias verdades en el conjunto falso.
Vamos a intentar traducirlo a hipótesis concretas.
En Berlín están mosqueados; y más que eso. Por varias razones que tienen que ver con la deriva de la guerra de Ucrania durante este verano; y más concretamente, con la ofensiva ucraniana en territorio ruso. Primero, porque el plan se puso en marcha acompañado de señales de que los ucranianos pensaban incluir ahí a la variable nuclear: un ataque con drones contra la central ucraniana de Zaporiyia, en manos rusas; y el temor de que uno de los objetivos de la ofensiva en Kursk fuera hacerse con la central nuclear rusa de Kurchatov, situada en esa provincia. A los alemanes, estos juegos con el asunto nuclear les ponen muy de los nervios; no en vano desde abril de año pasado ya no funciona en Alemania ninguna central que produzca esa energía. La decisión de abandonar este tipo de producción de electricidad la tomó el gobierno de Angela Merkel tras el desastre de la central de Fukushima, en 2011. Y fue un paso muy controvertido a escala de la Unión Europea.
Segundo: la planificación de la ofensiva de Kursk parece que fue cosa de los ingleses. Más concretamente, de lo que Todd denomina un “belicismo británico, a la vez triste y cómico”, que se empeña en mostrar una “megalomanía cinematográfica”. Parece que les cuesta sacarse la espina del Brexit. Hace una semana, el antiguo Jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas británicas, Patrick Sanders, propuso en The Times que se diera a Ucrania el arma “decisiva” para ganar la guerra. Caramba con Patrick, qué pillín. Ya saben ustedes a que se refiere con eso del arma “decisiva”.
Zelenski ha intentado en varias ocasiones forzar la participación directa de la OTAN en la guerra de Ucrania. De hecho, según comentaba el periodista David Sanger, corresponsal jefe en Nueva York de The New York Times, Biden sugirió a sus asistentes que Zelenski podría estar intentado arrastrar deliberadamente a Estados Unidos a una Tercera Guerra Mundial. O sea, que todo va encajando por ahí. Encaja, sobre todo, en las elecciones regionales que tendrán lugar en Alemania el próximo 1 y 22 de septiembre; y que en el territorio de lo que fue la República Democrática Alemana podrían alumbrar un subidón de la ultraderecha (AfD) y los rojipardos (BSW), en torno -entre otras cuestiones candentes- al cuestionado apoyo de Berlín a Kiev. En tal sentido, la polémica por la pista ucraniana en el sabotaje del Nord Stream podría tener sus repercusiones entre los votantes de esas opciones en Turingia, Sajonia y Brandenburgo.
En definitiva y para terminar: el bando de la OTAN en la guerra de Ucrania muestra grietas, debidas a que unos llevan la batuta -el eje anglo– y los otros colaboran en mayor o menor grado. Si el conflicto se hubiera terminado favorablemente para las armas angloatlánticas, pelillos a la mar. Ya se habría olvidado lo del incidente de los Nord Stream. Pero la contienda no avanza y todo el mundo empieza a estar harto del pozo sin fondo que es esa guerra caótica, y a manifestarlo cada vez con menos disimulos. En el matadero ucraniano, Zelenski se muestra cada vez más veleidoso; ahora quiere ser como Netanyahu y hacer lo que le dé la gana, toreando incluso a los americanos. Y nos da a entender que la idea es intercambiar territorios ocupados en Rusia por territorios ocupados por Rusia. Es no querer asumir que los rusos libran en Ucrania una guerra de desgaste o atrición, en la cual buscan machacar las infraestructuras ucranianas y, sobre todo, su ejército, para desactivar la función de ese país como punta de lanza de la OTAN. Guerra de atrición: Dios mío, los americanos no quieren oír hablar de ese concepto; así perdieron sus guerras, desde Vietnam a Afganistán.








