De todos los escenarios posibles imaginados para este final de mercado del Barça, la realidad ha vuelto a darle 100 patadas a la ficción y ha avergonzado al barcelonismo como nunca por culpa de una gestión directiva irresponsable, embustera y manicomial que, además, ha ridiculizado la figura de Joan Laporta hasta extremos que deberían obligarle a un replanteamiento de su legitimidad al frente del club. El paradigma de esta aberración tiene un nombre propio, el de Vitor Roque, un futbolista fichado con 18 años por el presidente, comprometiendo 61 millones que el club no puede pagar, que ahora es necesario esconder y desterrar para evitar la comparación con la remesa de jugadores de la Masia que con la misma edad, o menos, le están sacando a Laporta las castañas del fuego.
Ya no son sólo Lamine Yamal, Cubarsí o Ansu Fati: el sello de la casa lo llevan también Gavi, Araujo, Pedri, Balde, Fermín, Èric Garcia y, desde la pretemporada de este verano, otra serie de jugadores que han adquirido relevancia en apenas unas semanas, como Bernal, Álex Valle, Héctor Fort, Gerard Martín, Casadó o Pau Víctor, nombres entre los que aún podría seguir figurando Marc Guiu si no fuera porque el innombrable Deco, el funesto director de fútbol azulgrana que bendijo la compra de Vitor Roque, decidió echarlo, precisamente para que no impidiera la explosión de Vitor Roque ni le cerrara el camino al presunto goleador/crack brasileño valorado por Laporta en 30 + 31 millones.
Tal es la tomadura de pelo al barcelonismo con ese fichaje que sólo el precio base de Vitor Roque, de 30 millones (sin contar los variables, de 31 millones), supera el coste anual de toda la estructura del fútbol base, incluidos los gastos de personal, del mantenimiento de la Masia y los derivados de la logística, con una capacidad de crecimiento y de formación de jugadores que, a la vista está, genera cada temporada un doble beneficio.
Por un lado, suministra futbolistas de primer nivel internacional en un volumen insuperable por ninguna otra cantera del mundo. El año pasado, por ejemplo, el valor cero de futbolistas como Lamine Yamal o Pau Cubarsí, hoy titulares indiscutibles, campeones de Europa y Oro olímpico este verano, se ha incrementado en 150 millones, 120 Lamine Yamal y 30 Cubarsí, que es lo que costaría ficharlos ahora si el Barça hubiera de fichar un central portentoso y un delantero excepcional. El ejemplo es igual de válido para Gavi, Balde, Pedri, Fermín o el propio Araujo.
Por otro lado, la cantera de Sant Joan Despí se ha convertido en un recurso extraordinariamente rentable a la hora de exportar ese talento que, de pura abundancia, resulta imposible de retener o de madurar por falta de espacio y de tiempo. Laporta no ha dudado, desde luego, en sacarle el máximo provecho a esa herencia recibida de Bartomeu, de una riqueza y de un valor incalculable, también a base de traspasos como los de Ilaix Moriba, Nico o, por citar los más recientes, de Marc Guiu y Mika Faye.
Pese a las evidencias y la imparable proyección y explosión de jugadores con ADN Barça, admirados, pretendidos, valiosos y deslumbrantes, Laporta se esforzó desde el primer día de su regreso en cargarse la estructura que ha hecho posible estas nuevas generaciones, con el despido fulminante de Jordi Roura y de todo su equipo, además de concentrarse y enfocarse cada temporada en el mismo plan de mercado externo con un balance de más de 25 jugadores comprados con comisiones millonarias de los que apenas se han quedado en el primer equipo media docena, dependiendo de si finalmente Pablo Torre se queda o acaba saliendo.
Incluso este verano, Laporta se ha obsesionado de nuevo en gastarse el dinero que no tiene protagonizando el bochornoso ridículo de Nico Williams y la no menos delirante situación generada con el fichaje de Dani Olmo, ahora mismo cabreado y en shock por haber tenido que ver los dos primeros partidos desde casa o desde la grada por culpa del gamberrismo y la frivolidad financiera del presidente.
La excelente respuesta del relleno de la cantera que Hansi Flick se vio obligado a emplear para la gira de pretemporada, unida a las lesiones, el fracaso de los fichajes y el regreso tardío de los internacionales ha permitido destapar en toda su dimensión la excelente calidad y rendimiento de media docena de ‘chavales’ sobradamente capaces de defender la camiseta azulgrana en la Liga y de poner muy cara la titularidad a cualquiera, provenga de donde provenga.
Precisamente, esta explosión imprevista de la Masia subraya la torpeza del planteamiento del duo Laporta-Deco, que lleva desde junio vendiendo a su prensa los fichajes de Nico Williams, Merino, Luis Diaz, Chiesa o Leao, uno tras otro, intentando grotescamente aparentar ser un club con las ideas claras y las finanzas sólidas. Todo teatro y mentira.
Aunque borrosa por culpa de la manipulación del aparato laportista, la foto real ha desnudado ese atrevido guión de temporada a base de comprar cracks, entre ellos Vitor Roque, con cheques sin fondos. Laporta y Deco han tenido que recular y, como primera medida, esconder a Vitor Roque con una cesión fantasma al Betis, igualmente ruinosa para el Barça como se verá a la larga.
El despertar poderoso de la herencia de Bartomeu puede salvar futbolísticamente al Barça, casi seguro que será así hasta donde le alcance ese potencial creciente que está en manos de Hansi Flick y de Laporta mimar, cuidar y ayudar a crecer sin exigirle más allá de sus límites ni más presión de la que ese baby-power sea capaz de soportar.
Será más difícil, en cambio, que Laporta se atreva a aparecer ahora ante los socios para ponerse las medallas habituales siendo él, el presidente, quien quiso cortar de raíz la continuidad de Xavi porque estaba dispuesto a jugársela con la gente de casa, eso sí prescindiendo de Vitor Roque y sin engañar al barcelonismo con la promesa de fichajes que, ya se sabía en mayo, no estaban al alcance de la capacidad de gestión de Laporta. El destino está siendo más justo que cruel con Laporta ahora mismo.