No es mi intención amargar las vacaciones a nadie. Tampoco criticar a los que hacen bandera del carpe diem y les importa un rábano todo lo que pase a su alrededor, atribuyéndolo de una manera tan egocéntrica como insolidaria. No, no quiero eso. Tan solo deseo mandar un mensaje desde estas líneas en un sentido muy claro: que no podemos permanecer impasibles ante el genocidio de todo un pueblo, ante los asesinatos de niños y niñas, de mujeres, de hombres, de la destrucción de infraestructuras, de hospitales, de escuelas. Israel nació invadiendo y su objetivo final es la apropiación por la fuerza de unas tierras que no son suyas. Nada le importa si para conseguirlo tiene que matar a decenas de miles de personas, ni si estas tienen que abandonar sus tierras. Es el designio de dios, de su dios; porque, aunque nos quieran engañar explicándonos que una cosa es el estado de Israel y otra muy diferente la religión judía, la verdad es que los judíos del mundo callan ante este genocidio, miran hacia otro lado o directamente apoyan con discursos y con dinero la aniquilación total de esas gentes, de su cultura, de su vida.
Estoy convencido de que no soy el único que siente un dolor inmenso cuando lee que la polio, por ejemplo, ha vuelto a aparecer en Gaza veinticinco años después. Ni cuando me informan de la muerte de centenares de niños quemados vivos en la escuela donde se refugiaban. Es verdad que, al final, mucha gente desconecta después de tanto tiempo de asesinatos y crímenes contra la humanidad. Es lo que quieren, que nos hartemos, que dejemos de leer, de mirar, de saber la verdad. Por eso Israel ha matado ya a centenares de periodistas, de fotógrafos, de personas anónimas que querían dejar constancia de la exterminación de todo un pueblo. A ellos les da igual si en ese supuesto refugio hay niños y niñas, porque el propósito final es que ninguno de ellos llegue a la edad adulta, para que nunca pueda explicar lo que pasó.
Y, mientras tanto, nosotros tenemos que actuar, tenemos que demostrar a esos políticos que se llenan la boca con “contundentes condenas”, con amenazas hipócritas y falsas contra Israel, que la humanidad no está ni herida ni muerta, que las personas con valores no podemos caer en la trampa del olvido. Porque nunca podremos desembarazarnos de la culpa de ser cómplices de ese silencio que nos quieren imponer. Porque no se trata de ir viendo cadáveres, bolsas blancas con cuerpos destrozados dentro y fosas comunes y ya está. Precisamente, tras esos asesinatos, debe iniciarse una acción ciudadana que obligue a Israel a respetar y a cumplir todas las resoluciones de la ONU.
No hace mucho leí que el prestigio y la reputación de los organismos internacionales está en peligro. Mientras a otros países se les obliga a cumplir esas decisiones, Israel está haciendo lo que quiere, sin que nadie se lo impida. Muchos nos preguntamos qué miedo hay a dar pasos efectivos que detengan ese genocidio contra el pueblo palestino, qué temor hay a que se infrinja a Israel un severo castigo ante tanta destrucción. Seguramente, la gente de a pie no lo entiende y, consecuentemente, desconecta. No, no podemos hacerlo. Como ciudadanos, como humanos, tenemos el deber de hacer lo que esté en nuestras manos. ¿Qué les diremos a nuestros hijos o nietos cuando nos pregunten qué hicimos para salvar la vida de esas personas?
En la intimidad de una cala del Mediterráneo dejo mi lectura y pienso en los supervivientes de las matanzas de esos desalmados con kipá. Muchos de ellos amputados, con heridas de las que nunca podrán sobreponerse, la mayoría, huérfanos de padres asesinados, huérfanos también de enseñanzas, de cualquier esperanza. Y os veo vagando por calles destruidas, buscando algo para comer, olvidados por un mundo que no entiendo. Y siguen muriendo cada día, aumentando dolorosamente las cifras sin ningún tipo de pudor. Y me gustaría estar allí, salvar a alguien, llevarme a decenas de niños y niñas en mis brazos y darles una vida mejor. Pero cualquier soldado israelí me mataría antes de que pudiera salvar a alguno. De hecho, sus fronteras ya están cerradas para que mueran de hambre.
Y no me da miedo decirlo. Algún día, ese mundo juzgará a esos judíos que aplicaron contra otro pueblo lo que a ellos les tocó vivir. No aprendieron nada más que el rencor y la rabia. Y así, todo se volverá en su contra.







