Por más que se le siga atribuyendo a Joan Laporta facilidad y talento para la retórica presidencial y osadía para librar batallas mediáticas en los escenarios y circunstancias más adversos, el actual presidente del Barça hoy ya no se parece en nada al que, años atrás, se enfrentaba valientemente a la prensa y al entorno que fuera, incluso en Madrid, en defensa de esos intereses de club que el paso del tiempo ha ido relegando a un segundo plano en beneficio y prioridad de los suyos propios, egoístas, particulares y profesionales.
Laporta es hoy un personaje que elude sistemáticamente el cara a cara con los socios, que ha suprimido todos los derechos democráticos de participación, intervención y decisión estatutarios y asamblearios y que lleva meses escondiéndose también de los medios. Se limita a papeles secundarios como en la tardía puesta de largo de Hansi Flick y a no atender preguntas en los pocos actos institucionales agendados desde hace semanas, como en la despedida de Sergi Roberto, además de haber burlado la obligación de estar junto a Dani Olmo en una presentación que por su expreso deseo fue derivada a la previa del Gamper.
Las razones de este silencio corderil son obvias, pues la última vez que abrió la boca lo hizo en una entrevista convenientemente amañada, recortada y ensayada en Barça One, ese frustrante intento de canal televisivo del club, para llenarse la boca de la excelente situación económica tras el cierre del ejercicio 2023-24 y la no menor capacidad financiera para abordar sin problemas ni limitaciones los fichajes de Nico Williams y de Dani Olmo.
Tras un mes de filtraciones en esta misma dirección, el despertar de este sueño de verano laportista ha sacudido agriamente al barcelonismo, que no esperaba ese rotundo ‘no’ de Nico Williams ni mucho menos el ridículo de haber fanfarroneado tanto para acabar admitiendo, a la hora de la verdad, que al delantero vasco no se le han podido ofrecer garantías sobre la disponibilidad de pagar los 61 millones de la cláusula, que era un gran embuste, ni mucho menos de poderlo inscribir, lo cual supera el más vergonzoso de los escenarios posibles.
La decepción, desde luego, no es explicable por parte de un presidente atrapado en sus propias trampas que solo dispone de apenas 15 días para intentar mejorar un panorama realmente dantesco e irritante para los socios y aficionados, no solo por su directa responsabilidad en darle carta de naturaleza a esas engañosas expectativas. También han tenido una participación y culpa destacadas los palmeros del presidente, algunos con sobresaliente en contar cuentos, fantasías y burlas como Lluís Carrasco. “Se lo adelanto a todos ustedes: Nico sigue ahí, y si me lo permiten, más cerca que nunca. Ya puede haber adelantado la vuelta de las vacaciones, parecer tranquilo y ajeno o haber aceptado esa grabación de saludo a la temporada para su club, que Nico, Nico Williams, sigue en la rampa de salida y gestionando el día a día a la espera de dar el paso final y definitivo”, escribió el viernes en un intento desesperado por seguir alimentando la ilusoria voluntad de su presidente, Laporta, más necesitado que nunca de esas ‘buenas noticias’ que pudieran atraer a algún inversor imprescindible y urgente para corregir el dramático pozo de Barça Studios.
El fiel y desacreditado Lluís Carrasco, la perfecta voz de su amo para estas inyecciones tóxicas de laportismo en el repertorio inacabable de medios y ventanas digitales que le toca cubrir mientras el resto de la junta está de vacaciones, remataba con ese toque cursi y patético su último artículo sobre el tema: “Laporta ha decidido tomar las riendas y llevar la nave de la negociación a buen puerto, ahí es nada… Ya saben lo que dice la canción: Nico, Nico, colorito… ¿Dónde vas tu tan bonito? A la acera verdadera, pim,pom… ¡Fuera! (Al Barça)”.
Costaría poco evitar este tipo de acciones de vergüenza ajena para los barcelonistas, en su caso concreto bastaría con callarse, dejar de escribir tonterías, suspender su agenda mediática y retirarse a un segundo plano, discreto, hasta que pase la tormenta. Lo contrario que debería hacer Laporta, que sería dar la cara, explicar realmente la gravedad de la situación y pedir a los socios y aficionados, con humildad y sinceridad, un margen de comprensión no para abanderar misiones imposibles como la de Nico Williams, sino para, por lo menos, no sufrir la vejación de no poder inscribir a Dani Olmo, por ejemplo, de cara al primer partido de Liga.
La complejidad financiera es lo bastante delicada como para no andar bromeando con bravatas y desafíos de cara a la galería que, como se demostró en el Gamper, ya provocan más irritación y desconfianza que otra cosa.
Alcanzado este punto, Laporta quizás debería replantearse si vale la pena seguir huyendo y seguir escondido como la mejor forma de empezar una temporada con tantas cosas en juego. Para evitar que la atmósfera se enrarezca, como ocurrió el lunes pasado por cuestiones de fondo que no tenían nada que ver con el esfuerzo y la voluntad de los canteranos en sacar adelante el Gamper, el presidente debería tomar las riendas de verdad, pero no para seguir inflando globos periodísticos que ya no cuelan, sino para tratar de recuperar la confianza de la afición basada en una gestión directiva seria y cabal y no fiada al marcador ni a su aparato de comunicación.