Joan Laporta ha reaccionado con su habitual bravuconería y chulería al desafío de fichar a Nico Williams porque ha interpretado que darle bola ese refuerzo y generar las mejores expectativas en torno al aterrizaje de la joven estrella del Athletic se ha convertido en su gran baza del verano. El eje de otra gran maniobra mediática de distracción capaz de concentrar mayoritariamente el interés y el debate de la opinión pública barcelonista por encima de la resaca de una temporada en blanco y descorazonadora, la traumática y bochornosa sustitución de Xavi por un entrenador que ni sabe ni contesta porque no tendrá el control de la confección del vestuario, y del huracán Mbappé que el Real Madrid está a punto de desatar.
Desde el punto de vista de la necesidad de ilusionar al socio y al aficionado, sobre todo de cara a la venta de abonos para Montjuic y para un eventual regreso al Camp Nou, que podría ser otra quimera laportista relevante, Nico Williams es el reclamo perfecto porque, además, la Eurocopa ha proyectado una imagen inmejorable y poderosamente atractiva de ese posible tándem azulgrana junto a Lamine Yamal que tanta tinta ha hecho correr por su complicidad, conexión, frescura en ataque y la empatía que despierta su buen rollo juvenil.
La explosión de ambos le ha servido a Laporta para canalizar y aprovechar ese mismo efecto entusiasta contra la negatividad y las sombras de los debates y el recelo que han envuelto el cierre del ejercicio 2023-24, un escenario en el que se contradicen la acumulación de los impagos (100 millones) de Barça Studios, motivo principal y de peso que tiene bloqueada y paralizada la economía del club, con las eternas y recurrentes promesas del aterrizaje de inversores -desde hace dos años, sin que se hayan consumado- y ahora con la posible entrada en su accionariado de Nike y de Spotify, que ya son patrocinadores, y de operaciones financieras de calado, como la venta anticipada de la restauración del nuevo estadio.
Las filtraciones sugieren que entre las tres filigranas laportistas, todas arriesgadas y ruinosas para el club, la tesorería podría recaudar los 60 millones en cash imprescindibles para pagar la cláusula de rescisión del delantero del Athletic y cubrir parte del agujero provocado por la no menos temeraria palanca de Barça Studios.
Aun así, sería necesario echar mano de traspasos y quién sabe si de la venta anticipada de más activos para que, una vez fichado Nico Williams, fuera posible inscribir en LaLiga la parte correspondiente de su amortización y salario, que solo puede encajar, en el pronóstico más hipotéticamente favorable, si se le permite firmar un contrato por seis años y no por cinco, como le exige la normativa por la precariedad de la situación y los deberes pendientes ante LaLiga.
Un frágil e inconsistente andamiaje financiero que se parece más a otro cuento de la lechera laportista, su especialidad, que a un planteamiento serio y asumible. Por eso Joan Laporta, aprovechando una promoción del programa estrella del verano de Catalunya Ràdio, le puso la miel en los labios a los aficionados azulgrana afirmando que, gracias a «estar en la recta final de la recuperación económica del club, estamos en condiciones de ficharlo», anuncio con trampa y supeditado a toda esa cadena de favores que el presidente necesita de Nike, Spotify y de quién acabe comprando los derechos de catering del futuro estadio, según algunas informaciones por 30 millones por cinco años.
Más allá de que, como en el caso de Nike, se trata de otra operación de tesorería que no es más un anticipo a cuenta de ingresos que contablemente habrá que diferir en los años correspondientes a partir de la inauguración del estadio, pero que ya no entrarán en la caja porque habrán sido gastados este verano por Laporta, que el Barça pueda atar la compra de los derechos de Nico Williams no quiere decir que pueda inscribirlo.
Antes de eso, es preciso que se den una serie complicada de convergencia en actuaciones de la junta que a la fuerza han de ser exitosas sobre la recolocación de los jugadores cedidos, traspasados en algún caso y la ampliación o ajuste de ese margen salarial que ahora mismo sigue bloqueado, por mucho que el presidente azulgrana se pavonee con el anuncio de que pronto habrá «buenas noticias», que es el mismo argumento, o cuento, que repite desde hace dos años.
Laporta necesita 100 millones para cubrir el agujero de Barça Estudios, disponer al mismo tiempo de un cheque de 60 millones a nombre del Athletic para abonar la cláusula de rescisión de Nico Williams, y generar finalmente, por la norma 1:1, ingresos suficientes por traspasos o bajas que permitan la inscripción del delantero navarro, también de Vítor Roque, de Íñigo Martínez, de Balde, de Gavi y de Araujo, si acepta la ampliación contrato y mejora de sus condiciones que tiene sobre la mesa. Aproximadamente, 40 millones más que convierten esta arriesgada apuesta de Laporta en un absoluto despropósito que no baja de 150 millones, la totalidad obtenidos contra ingresos futuros, con la única finalidad de deslumbrar al barcelonismo en esta complicada coyuntura, eso sí, asegurando otro peligroso grado de empobrecimiento del club.