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«Con las redes sociales se tendría que hacer lo que se hace con el alcohol o el tabaco»

Santiago Giraldo

Profesor de periodismo y coordinador del grado en la UAB. Se ha dedicado a investigar sobre la relación de las personas con la tecnología. Ha publicado varios libros, entre los cuales Predictive Technology in Social Media. También es autor de numerosos artículos, en particular sobre los jóvenes y las redes sociales. Ahora, sale en las librerías Segrestats per les xarxes, en colaboración con Cristina Fernández Rovira (Eumo Editorial).

¿Secuestrados por las redes? ¿Quién, de qué manera, por qué…?

El título se corresponde exactamente al concepto de secuestro. El secuestrado lo está en contra de su voluntad, y para liberarlo se exige un pago. En este caso, lo que pasa es que tenemos un síndrome de Estocolmo. Nos hemos enamorado del secuestrador. Estamos secuestrados por las grandes tecnológicas, y estamos dando un pago muy importante por eso.

“Un ensayo contra las redes sociales”, se subtitula el libro…

Sí, con todo lo que esto implica, y totalmente. Creo que es un ensayo con una perspectiva de muchas disciplinas, que analiza el fenómeno de las redes sociales, a nivel histórico, económico, social, de salud democrática… Al observarlo en todas estas dimensiones, descubres que realmente es un problema muy importante para las sociedades del siglo XXI. Por eso lo hemos subtitulado “contra las redes sociales”.

¿Dónde empiezan y dónde acaban lo que denominamos “redes sociales”?

Con la lectura del libro, el ideal es que se vea que es muy diferente hablar de internet que de las redes sociales. Para definir internet, de alguna manera, se puede decir que se trata de unos espacios, unas plataformas, que consiguen crear una vinculación con el usuario, a quien ofrecen todo el contenido que se genera. Una cosa que se traduce en una adicción al mismo mecanismo de retroalimentación de contenido, o de valoración social que existe dentro de estos sistemas. Obligan constantemente al usuario a mantener una relación como publicador de contenidos o, con un recorrido más largo, de acuerdo con los comportamientos que tenemos con el contenido: como compartirlo, etc. Las redes sociales, en vez de construir un entorno en el cual te sientes cómodo, una relación constructiva con tu familia, con tus amigos…, lo que generan es una necesidad en el usuario de estar siempre conectado.

Las redes sociales constituyen un canal, un nuevo medio, para hacer lo que hemos hecho siempre los humanos (comunicarnos); ¿quizás ahora de manera más amplia, instrumentalizada, perversa?

Hay diferencias, está claro. La primera es quién controla el canal en este caso. La prensa ha sido controlada, dominada, por profesionales de la información. Cuando estos son sustituidos por ingenieros, la responsabilidad pública se pierde. Después (en el libro lo explicamos) la capacidad que tienen las plataformas de llegar al 99% de los jóvenes. Nunca en la historia de la humanidad se había producido nada parecido. Ni una marca, ni un gobierno, nada había llegado a este poder de penetración. Nadie había tenido la posibilidad de remodelar, reconducir, incidir en lo que piensan y en el comportamiento de los jóvenes como ahora lo tienen las redes sociales. Además, los medios de comunicación han tenido formas de regulación. Si, por ejemplo, emitían información falsa, como ciudadano, se les podía denunciar. Había también la posibilidad de rectificación. En el caso de las redes es imposible hacerlo. No se puede regular el contenido.

En cualquier caso, ¿las redes sociales se presentan como el colmo de la libertad de expresión?

Cuando hablan de ellas mismas, en las redes se les llena la boca de buenas intenciones, pero cuando llega la hora de regular, por ejemplo, lo que concierne a los discursos de odio, dicen que no controlan nada. No son medios de comunicación, sino plataformas regidas por leyes norteamericanas que prohíben o protegen de contenidos que producen ellos o los usuarios. Toda la información que circula no es, evidentemente, periodística. Puedes encontrar discursos de odio, pasando por acosos, patrañas informativas…, combinadas con el último reggaeton. Todo esto en el mismo formato. Al hacer el libro, la mayoría de los estudiantes de las universidades catalanas a los cuales hemos preguntado dicen que las redes sociales ayudan a la desinformación.

Buscando en el pasado algún símil de las redes sociales, ¿podría encontrarse quizás en las religiones?

Sí que produce comportamientos similares. Se puede comprobar cuando, por ejemplo, se está en WhatsApp. La gente sufre. Cuando ha habido intentos de regulación, en Canadá, Australia… (también en España se ha planteado), la mayoría de los usuarios se han opuesto. A pesar de que es una fuente de manipulación y que los mismos usuarios reconocen que genera adicción, que se utilizan los datos en provecho propio. Aun así, los usuarios salen en su defensa. Esto, evidentemente, tiene algún aspecto religioso. La religión, con todos sus pecados, continúa teniendo una cantidad impresionante de fieles.

Has citado mucho a los jóvenes en relación con las redes sociales. ¿Es una cosa muy propia solo de ellos?

Hay una generación que ha crecido con las redes y otras que no lo hicimos. Llegamos tarde. Precisamente por aquí pasa una de las cuestiones más críticas en el uso de las redes sociales: la limitación de la edad de uso de estas plataformas. En los EE.UU., Instagram se planteó crear un canal para niños menores de 14 años, cosa que fue prohibida. Pero los niños entran cada vez más pronto a las redes. Con esto se están generando en la adolescencia unas construcciones identitarias en relación con el entorno. Para nosotros, el entorno son las familias, los amigos, el bar, la universidad… Cuando esto se hace desde las pantallas, mediado por la red social, hace que los valores y la identidad sean diferentes. Todo esto comporta que, cuando se va creciendo, todo el constructo social se mueva a la plataforma, cosa que hace que seas un dependiente absoluto. Si a los veteranos, que usamos las redes para el trabajo y formas limitadas de relación, nos las quitaran, podríamos saber vivir sin ellas. Cuando se las quitan a los chicos, se les acaba la vida. Cuando conectamos vida y redes sociales estamos traspasando una frontera muy peligrosa.

Entre los mitos de las redes sociales, citáis, en primer lugar, su naturaleza de imperios económicos…

Toda la publicidad que permitía a los medios de comunicación mantenerse saneados ahora se ha ido a otro lugar. Está en las redes. Desde 2008, se ve un crecimiento exponencial, sin precedentes, de las redes sociales, sobre todo de Meta. También de YouTube y, últimamente, de TikTok. Nunca han dejado de crecer, ni siquiera con la pandemia. En 2022 se produjeron recortes importantes en las plantillas y los beneficios se dispararon. Junto con las farmacéuticas, las redes sociales son las únicas empresas que ganaron con la pandemia. Entre los jóvenes, el móvil se utiliza durante más de 40 horas a la semana. El 80% de este tiempo está dedicado a las redes sociales.

La generalidad de las personas no controlamos, por ejemplo, la energía nuclear o la industria armamentística, porque, entre otras cosas, no tenemos ni un acceso remoto. En el caso de las redes sociales, ¿no controlar implica no poder hacerlo cuando, por el contrario, se está?

Lo que hace la red no es hacer de madre, pero sí invitarte a dar información para que te conozcan. Con el teléfono móvil, hemos dado acceso a nuestra cotidianidad para que sepan lo que hacemos en cada segundo de nuestro tiempo. Aunque no estés conectado. Al mismo tiempo, se genera la conexión emotiva, obviamente. La emoción que genera que alguien te reconozca y, además, que lo haga públicamente, resulta placiente.

También habláis en el libro de los trastornos, las relaciones superficiales, el estrés…, que generan las redes…

Sí, se acaba actuando en función de la red. Si este tipo de vestuario me va bien para la foto, si el viaje que haré es instagrameable o no… Se acaba actuando respecto a lo que puede ser bien visto en la red. Hay gente que corta relaciones a través de WhatsApp… Que no te llamen es lo peor que puede pasar, en ciertos niveles de adolescencia.

Ante todo esto, ¿qué se puede hacer, que diría Lenin?

Se podría, por ejemplo, recurrir al símil del azúcar. Durante mucho tiempo hemos convivido con el azúcar, en teoría sin ningún problema, aunque sabíamos que contribuía a la obesidad, la diabetes… Ahora, a escala internacional, está habiendo muchas denuncias sobre los problemas de salud que se derivan del uso de las redes sociales, sobre todo entre los niños. En España y especialmente en Cataluña hay un movimiento de padres que está empezando a actuar para hacer frente a las redes. Yo, personalmente, soy partidario de que se prohíba el uso de las redes sociales, como se ha hecho con el alcohol y el tabaco, que se ha ido desterrando, sobre todo entre los niños.

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