Netanyahu y Raisi, la ruleta de la historia

Un servidor que escribe habitualmente de temáticas como la inmigración, el racismo y los conflictos de Oriente Próximo hay dos palabras que intento evitar, antisemitismo e islamofobia, que considero equívocas y confusas. Para mí es equívoco el concepto de antisemitismo, no sólo por que se engloba a menudo aquí cualquier crítica a Israel, equiparando a quien se le acusa de eso de querer un nuevo Holocausto judío, cuando los árabes también son semitas, sino porque se tilda de antisemita a quien sencillamente es antisionista y cuestiona el derecho de Israel a constituir un estado en un territorio del que expulsaron hace 76 años a sus habitantes, los palestinos. Y ser antisionista, es decir negar el derecho a Israel u ocupar un territorio determinado para hacer un estado propio, no significa ni negar el Holocausto ni desear ningún daño a las personas de religión o tradición judía. Y en lo que se refiere al de islamofobia, tampoco me gusta ya que criticar la negativa de muchas sociedades de mayoría islámica que impiden a los suyos dejar de creer y manifestar que son ateos o que han cambiado de religión y, sobre todo, a las hijas de musulmanes, manteniendo o no la fe, a vivir de forma laica y poder iniciar una relación sentimental con un no musulmán, no es tener fobia a nadie. Como tampoco es fobia hacia ninguna religión ni colectivo rechazar la intromisión en el ámbito privado que hacen cada vez más las sociedades islámicas hacia la vida de las mujeres, en unos casos, como ocurre en Irán de castigar por ley a quien no lleva en público el velo tapando el cabello, y en otros muchos las mismas familias y sociedades islámicas acosando a aquellas mujeres que consideran como de la propia comunidad que se niegan a llevarlo. Algo que ocurre también en Cataluña.

Escribo esto porque hoy se ha confirmado la muerte del presidente de Irán, Ebrahim Raisí, conocido de cuando era juez, como el Verdugo o el Carnicero de Teherán, por la facilidad con la que enviaba a detenidos acusados de ser disidentes políticos a morir en la horca o fusilados, protagonizando uno de los episodios de represión más despiadados en el verano de 1988 cuando mató a cinco mil personas de todas las edades, también muchas mujeres y adolescentes. Y en su mandato como presidente tras unas elecciones que no hubo lugar para reformistas como lo fueron los ex presidentes Hassan Rouhani y Muhammad Jatami que por la oposición del Líder Supremo Ali Jamenei, de los ayatolás y de los llamados Guardianes de la Revolución, fracasaron rotundamente en su intento de cambiar las cosas. Y durante el mandato presidencial de Raisi, acabado bruscamente ayer con el accidente del helicóptero en el que viajaba, ha ejercido una represión feroz contra las mujeres que se niegan a llevar el velo que estalló con la muerte de la joven Mahsa Amini el septiembre de 2022.

Por la represión ordenada por Raisi estos veinte meses han muerto cerca de seiscientas personas, la mayoría mujeres jóvenes. Unas han muerto en la calle, otras en comisaría y otras colgadas condenadas por el delito de «combatir a Alá y llevar la corrupción a la Tierra». Una lucha contra el machismo y la imposición del velo que una parte del movimiento feminista europeo y catalán no ha apoyado al entender que una mujer que lleva velo es una mujer empoderada. Pero más allá de esta cuestión que ha llenado de sangre el mandato de Raisi, habrá que ver ahora quien asume la dirección del gobierno con las elecciones ficticias que se celebrarán dentro de cincuenta días, teniendo en cuenta que el Líder Supremo, Alí Jamenei con ochenta y cinco años de edad, también necesitará pronto un sustituto. Unos sustitutos que hará falta ver si querrán o podrán destensar la tensión en la región. Recordemos que Irán controla el Eje de Resistencia formado por las milicias chiítas de Irak, grupos armados de Siria, Hizbulá en Líbano, los hutis de Yemen, y Hamás en Gaza. Grupos que Irán ha utilizado para enfrentarse a Israel en el contexto del actual conflicto de Gaza.

Y precisamente por su actuación en Gaza contra su población civil hoy la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional ha pedido la detención del primer ministro israelí Benyamin Netanyahu y el ministro de Defensa Yoav Gallant al considerar que son penalmente responsables de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. La Fiscalía también pidió la detención de líderes de Hamás que ordenaron los ataques del 7 de octubre contra civiles israelíes. Y evidentemente no sólo Netanyahu, sino la mayor parte de la clase política de Israel han respondido tildando de antisemita a la Fiscalía del Tribunal Internacional. Ciertamente Netanyahu tiene en su contra a buena parte de la sociedad israelí que se manifiesta semanalmente pidiendo su dimisión, no por los crímenes en Gaza, sino por su negativa a pactar con Hamás la liberación de rehenes y por su voluntad de perpetuar cese en el poder que ahora alarga gracias a la guerra. Pero no nos engañemos, buena parte de la sociedad israelí es responsable de los crímenes de los que se acusa a Netanyahu y al jefe del ejército, no sólo a los partidos religiosos que quieren un territorio “del río hasta el mar” sin palestinos, sino porque buena parte de la sociedad israelí, como los descendientes de otras violencias y genocidios en otras partes del mundo, han acabado adoptando como propios los métodos de sus agresores y son absolutamente incapaces de empatizar, en este caso con los legítimos habitantes de esa tierra donde decidió que por haber vivido hacía dos mil años, era suya por designación divina.

La historia a veces se mueve como una ruleta o como una noria, y hoy se han producido dos hechos que pueden traer cambios o quizás no. Raisi ya no está y Netanyahu pese a la orden de detención hará lo que sea para continuar.

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