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El 1 de Octubre azulgrana sigue siendo un ‘cuento’ para Carles Vilarrubí

Carles Vilarrubí

Carles Vilarrubí, que fue vicepresidente institucional del FC Barcelona entre 2010 y 2017, hubiera preferido perder la Liga y la Copa de la temporada 2017-18 a cambio de que el Barça hubiera sido la única institución de Cataluña en manifestarse frontalmente contra la prohibición del referéndum del 1 de Octubre de 2017 mientras el resto vivía aquella extraña jornada que hoy, con la perspectiva del tiempo, sigue siendo confusa, intrascendente del todo a efectos de la autodeterminación y cargada de misterios aún por resolver.

En el caso de haberse negado unilateralmente a jugar contra Las Palmas, además de haber arruinado la temporada azulgrana, los jugadores de más peso internacional en la plantilla habrían podido cancelar sus contratos y abandonar el Camp Nou al día siguiente, conscientes de que, además, LaLiga, la RFEF, la UEFA y la FIFA habrían adoptado inmediatamente medidas de suspensión y expulsión contra la entidad barcelonista. El Barça habría entrado en una deriva de incalculables consecuencias para su futuro sin que esa ficción de una postura extrema, desafiante y patriótica hubiera alterado sustancialmente el desenlace de aquel 1-O, ni tampoco los acontecimientos e incidencias sociales, judiciales, políticas y ciudadanas vividas desde entonces.

Claramente, la confusión del propio gobierno catalán del momento y la insuficiencia del aparato soberanista para implementar el resultado del referéndum fueron los factores que, en un horizonte de desesperación, forzaron el hecho de recurrir a la poderosa caja de resonancia internacional del Barça para amplificar la reivindicación independentista de Catalunya y la represión española de aquel día.

Con motivo del aniversario del 1-O, Vilarrubí pasó por RAC1 y rompió ese decoroso silencio sobre su propia situación judicial e intentó recuperar su papel de héroe del soberanismo azulgrana en el interín de una junta, presidida por Josep Maria Bartomeu, dominada aquel día por el discurso independentista del momento y la inequívoca voluntad de su vicepresidente institucional de sacrificar la institución a favor de sus intereses.

Además de que no existe ninguna imagen suya pisando la calle -o sea, manifestándose o defendiendo un colegio electoral aquel día, pues Vilarrubí representa la más elitista y refinada cara del soberanismo-, volvió a lamentar que el vestuario contradijera el criterio de la junta de no jugar el partido contra Las Palmas en señal de protesta por la represión policial y política para impedir el referéndum. “Me cuesta imaginar a otros clubs o presidentes en los que pueda pasar esto. Hay una jerarquía lógica: la Junta toma una decisión y todo el mundo debe asumirla», dijo, admitiendo que todo cambió cuando Josep Maria Bartomeu y el vicepresidente deportivo, Jordi Mestre, bajaron al vestuario a comunicarlo. Allí, el presidente azulgrana cambió de opinión, aunque «también en el vestuario había voces disonantes, no había unanimidad».

En su relato, Vilarrubí añadió que «veníamos de un ciclo en el que el Barça se había posicionado políticamente. El club era un reflejo de lo que ocurría en Cataluña, no se podía mantener al margen». Fue, más que una entrevista, una especie de disco solicitado por el propio Vilarrubí, que se desarrolló en un tono amable, huérfana de preguntas que hubieran podido incomodarle como qué directivos estaban detrás de esa trampa urdida desde el gobierno de la Generalitat, por Carles Puigdemont en persona, prometiéndole a Bartomeu que recibiría una notificación de Mossos d’Esquadra requiriendo la suspensión del partido por motivos de seguridad ciudadana.

Bartomeu no se creyó la palabra dada por Puigdemont, que le pedía anunciar primero la negativa del Barça jugar bajo la promesa de que tramitar inmediatamente la notificación de Mossos. Parecía evidente, en cualquier caso, la necesidad de activar la suspensión del encuentro, urgente y lógica, ante la posibilidad de que unas 80.000 personas, sólo contando los potenciales espectadores, se pudieran concentrar en el Camp Nou y en sus alrededores en una atmósfera social crispada y marcada por el efecto de las cargas policiales.

La espera, más allá de que el vestuario celebró un debate interno en el que se pusieron en evidencia posturas enfrentadas a favor y en contra de jugar sin el preceptivo aplazamiento ordenado por la policía autonómica, se volvió tensa e insufrible, con Vilarrubí exigiendo publicar el comunicado de la suspensión unilateral y presionando al resto de la junta.

Bartomeu no dudó y se mantuvo firme en la postura de esperar la orden de Mossos, que nunca llegaría por la sencilla razón de que Puigdemont, con Vilarrubí infiltrado en la directiva, tampoco nunca tuvo la menor intención de enviarla, como sí que hizo, en cambio, con el Nàstic, al que hizo llegar una orden escrita y firmada por las autoridades policiales decretando la suspensión de su partido.

Vilarrubí, en su intento por forzar una narrativa a su medida, se refirió a que un representante de la plantilla, Gerard Piqué, subió al palco a mostrar su conformidad con romper la baraja y suscribir esa negativa a jugar. “Vino a hablar con nosotros uno de los capitanes”, dijo, ignorando que en aquel momento Piqué no ostentaba ninguna capitanía y que, por tanto, su palabra u opinión no representaba en ningún caso al vestuario.

Por tanto, el reproche y la crítica de Vilarrubí al presidente y al resto de la junta, así como al poder de los jugadores, no se ajusta a su papel en un escenario en el que siempre se aprobó basar la suspensión en la recomendación por escrito de Mossos d’Esquadra, pues esa era la única forma de proteger la entidad de la inevitable y sanguinaria sanción que le hubiera caído de todos los estamentos deportivos, además de la pérdida del partido y de al menos seis puntos más como mal menor.

A Vilarrubí, claro está, esas consecuencias le daban igual. Lo que de verdad le irritó fue su estrepitoso fracaso a la hora de manejar la junta a su antojo y voluntad siguiendo las instrucciones políticas de la plaza de Sant Jaume. Después, como tampoco consiguió que el resto de la junta secundara la unilateralidad que él había propuesto con tal empeño y furia, al final del día no le quedó otro remedio de dimitir en un gesto que sólo copió otro directivo, Jordi Monés.

La decisión final fue, como ya es sabido, la celebración del partido a puerta cerrada, como aconsejaba la seguridad y el sentido común, impidiendo de ese modo concentraciones en el estadio y en su entorno. El Barça perdió dos directivos contra la posibilidad de perder la Liga, la Copa y una inhabilitación para jugar la Champions, además de una crisis social posterior entre los propios barcelonistas a la vista de que, después de todo, el referéndum del 1-O de 2017 no consiguió avanzar tanto como prometía el soberanismo en un error de cálculo que al club azulgrana también le pudo costar muy caro.

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