La actualidad azulgrana se ha vuelto un cóctel de noticias y de estrategias capaz de dejar perplejo a cualquiera. La más sorprendente, el anuncio de desistimiento del FC Barcelona de la demanda interpuesta en su día contra LaLiga y la Liga Impulso, más conocido como el acuerdo de la mayoría de los clubs de Primera y de Segunda División con el fondo de inversión CVC. El desistimiento se produjo el viernes pasado, como de tapadillo, con la intención de hacer el menos ruido posible. A la actualidad azulgrana, por cierto, le ha venido mejor que bien el título de la Champions conquistado por el Manchester City entrenado por Josep Guardiola, un triunfo que ha removido, sobre todo, la nostalgia de esa secta de prensa y de entorno guardiolista que, cuando conviene, eleva su idolatría incluso por el encima de Cruyff y de Joan Laporta como ha ocurrido en las últimas horas.
La providencia del título del equipo inglés ha sido aprovechada por este sector, absolutamente fanzatizado y dominante en los medios, para reivindicar la figura de Guardiola en clave azulgrana, como es habitual poniendo énfasis en que si Guardiola se fue del Barça no fue por voluntad propia, sino porque la directiva de Sandro Rosell no cumplió con sus expectativas tras el adiós de Joan Laporta. El mismo cuento de siempre, manipulado y embustero pues como es bien sabido y demostrado, esa fue la versión transmitida en su día por el propio Guardiola y su inseparable Manel Estiarte a una prensa ansiosamente laportista y cruyffista que la ha asumido como un relato propio, fundamentalista y sin matices.
El propio Estiarte no ha podido reprimirse, eso sí después de diez años callado a la espera de ganar otra Champions, afirmando que si “Pep sólo estuvo cuatro años en el Barça no fue culpa suya», algo que podía haber dicho cuando se marchó o a lo largo de todo este tiempo.
Es notorio ese resentimiento del guardiolismo, tan confuso como las razones de Guardiola para irse del club a los tres años de convivencia con el nuevo presidente, Sandro Rosell. A diferencia de la manga ancha que tenía con Laporta para primar a su propio agente, Josep Maria Orobitg, a su médico privado por encima del área médica del club, el Dr. Ramon Cugat, o de fichar caprichos como Hleb, Martín Cáceres o Chygrynsky, en tiempos de Rosell, efectivamente, la separación de poderes estuvo bastante más marcada. Guardiola recibió a la nueva junta echando a Ibrahimovic, un fichaje hinchado de comisiones escandalosas contra al que no opuso ningún reparo un año antes, siendo presidente Laporta, a cambio de deshacerse erróneamente de Eto’o, como también aceptó los fichajes de Keirrison y Henrique sin rechistar. La frivolidad de exigir a la junta deshacerse de Ibrahimovic le costó al club unas pérdidas de 33 millones y a la junta de Rosell un año más de prestar aval. Todo el mundo sabe que con Laporta no se hubiera atrevido.
Estos son sólo algunos ejemplos de la actitud tan distinta de Guardiola en su día con la junta recién llegada, a la que planteó su deseo de irse porque “me he vaciado” y por el temor, reconocido, a haber de soportar que Messi se hubiera convertido futbolísticamente en un ser superior por encima de la venerada figura de su entrenador. Pero lo que en ningún caso ha perdonado Guardiola i su lobby mediático fue que Rosell tomara la decisión absolutamente coherente y acertada de darle continuidad a su proyecto entregándole el primer equipo a Tito Vilanova. La maniobra cogió a Guardiola por sorpresa y reaccionó retirándole la palabra y la amistad a su teórico gran amigo y entrañable colaborador, su segundo al mando en el staff técnico.
Sobre la no menos asombrosa decisión de la junta actual de Laporta de retirar la demanda contra Laliga cabe recordar que aquel acuerdo consistía en la cesión del 10% de los derechos de TV de la Liga a CVC, por cincuenta años, a cambio de un ingreso (un préstamo en la práctica), que pudo haberle reportado al Barça unos 270 millones si lo hubiera aceptado en un momento de la coyuntura financiera de los clubs gravemente perjudicada por la pandemia, antes del verano de 2021. Laporta, de hecho, aceptó entrar en la operación inicialmente, como casi la totalidad del resto de los clubs, porque así podía inscribir a Messi antes del 30 de junio sin ningún problema. Luego cambió rápidamente de criterio, negándose a participar y además haciendo un frente común con Athletic y Real Madrid para interponer una demanda.
Con el tiempo se ha sabido que la postura final contraria del Barça, más que por considerarlo un mal negocio, se fraguó como resultado de los cantos de sirena de Florentino Pérez y de la propia estrategia de Joan Laporta, Ferran Reverter y Eduard Romeu, presidente, CEO y vicepresidente económico, respectivamente, de no renovar a Messi debido a la situación de la tesorería y de los recursos del club en aquel momento.
Aunque la decisión de no cumplir con el mandato electoral de atar la continuidad de Leo fue ocultada hasta el último momento, el staff barcelonista ya se había dejado seducir previamente por Florentino Pérez, en concreto por su asesor financiero de confianza, Anas Laghrari, para jugar esa palanca de los derechos de TV (el 10%) con otras reglas y otro comprador, Sixth Street, por menos dinero, 200 millones, pero por la mitad de los años, 25 en lugar de 50. Al menos en apariencia, a falta de esa letra pequeña que nunca se ha acabado de leer ni de conocer, pues el acuerdo final con Sixth Street por el 25% y 25 años ha comportado un gasto extra de amortización de 125 millones con Goldman Sachs que a la fuerza ha debido afrontar como gasto dentro del actual ejercicio. También ha trascendido que la sociedad a la que han ido a parar la gestión y el control de esos derechos, Locksley, en la que el Barça es minoritaria (49%) ha solicitado un préstamo de 140 millones que tarde o temprano habrá que liquidar.
Las primeras reacciones han sostenido, equivocadamente, que así Javier Tebas, entibiaría la aplicación del control sujeta al plan de tesorería de Laporta, que ya se ha demostrado que no por la sencilla razón de que la normativa es para todos igual y porque el presidente no ha hecho los deberes que ya arrastraba de la temporada anterior.
Las especulaciones apuntan que con esta maniobra Laporta trata de demostrarle a Florentino ese poco de independencia que, en la práctica, Laporta perdió desde que le fue concedido permiso para la pancarta electoral. Un pequeño gesto de rebeldía a falta de saber si será capaz de romper con el presidente madridista en ese eje cada vez más solitario y débil de la Superliga tras el abandono de la Juventus.
Otra posibilidad es que la retirada de la batalla contra la Liga Impulso sea un condición procesal a esa otra demanda que interpuso Laporta, o al menos eso anunció, para beneficiarse conceptualmente del acuerdo después de que LaLiga adoptase medidas limitativas del rendimiento de las palancas a efectos de margen salarial.
Lo que sí parece, en cualquier caso, es un contrasentido y otro episodio de la gestión de Laporta opaco, inexplicable y asociado a ese caso interno que todo lo (mal) gobierna en el Barça de hoy. No hay dinero para gestionar deportivamente los muchos casos pendientes ni tampoco avanzadas, al contrario, las salidas que pueden hacer posible algún movimiento. Eso sin contar que apenas quedan tres semanas para cerrar el ejercicio económico 2022-23 en los parámetros exigidos por el plan de tesorería, pues de no ser así Laporta se llevaría la primera en la frente.











