Pedro Sánchez no está muerto

¿Será capaz Pedro Sánchez de darle la vuelta a los pronósticos adversos que le otorgan las primeras encuestas previas a las elecciones generales del próximo 23 de julio? A priori, parece una tarea titánica, pero el líder socialista ha demostrado, a lo largo de su trayectoria vital, que es un hombre que sobrevive a todas las adversidades políticas, por complicadas e inverosímiles que puedan parecer.

Al presidente español, que también lo es de la Internacional Socialista, le pasa como a otros dirigentes que han logrado dimensión global, como fueron los casos de Mijaíl Gorbachov o de Hillary Clinton: su imagen y su carisma triunfan en el exterior, pero, en cambio, este éxito se les vuelve en contra en sus países, que no digieren estos hiperliderazgos.

En comparación con la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, los cinco años de Pedro Sánchez en la Moncloa –con los dos de la pandemia por medio– han sido, en conjunto, muy positivos. La economía y el empleo marchan razonablemente bien, con los guarismos en positivo. Las tensiones nacionalistas, gracias a los pactos conseguidos con ERC y EH Bildu –y también con el PNB, BNG, Compromís…–, se han apaciguado. El indulto a los presos independentistas y la supresión en el Código Penal del delito de sedición han contribuido a desinflamar la situación en Cataluña.

La cascada de avances legislativos en materia de derechos sociales –incremento del salario mínimo y de las pensiones–, la reforma laboral, la universalización de la sanidad pública, la paridad de las mujeres, el incremento de las becas, el reconocimiento de la eutanasia… han convertido a España en un país vanguardista y de referencia europea y mundial. En el reverso, hay que señalar la incapacidad de pactar con el PP para culminar la obligada renovación del Consejo General del Poder Judicial.

Con la decisión de proceder a la disolución anticipada de las Cortes y convocar elecciones generales, Pedro Sánchez se juega su capital político a cara o cruz. Enfrente tiene a un candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, que, políticamente, no le llega a la suela del zapato, pero que es el exponente español de esta oleada de conservadurismo que está barriendo la Unión Europea, como efecto retardado de los años de trumpismo en los Estados Unidos.

En nuestro mundo occidental, el gran laboratorio político son los Estados Unidos. Es en este país, que también ostenta el liderazgo económico y militar, donde se forjan las grandes tendencias ideológicas que se sintetizan después con la elección, cada cuatro años, del nuevo mandatario de la Casa Blanca.

Los cambios políticos y sociales que se producen en Norteamérica siempre llegan con unos años de retraso al otro lado del Atlántico. Esta es una constante que se repite y que hay que comprender para analizar la situación que vivimos en el continente europeo y en España.

El Gobierno progresista de Pedro Sánchez entronca con la etapa presidencial de Barack Obama (2009-17), al igual que los gobiernos socialdemócratas y de izquierdas que hemos conocido en los últimos años en la práctica totalidad de los países de la Unión Europea. Ahora, con el habitual retraso, nos está llegando al Viejo Continente la oleada neoconservadora e identitaria que encarnó el presidente Donald Trump (2017-21).

No se trata de un mal hado. Sencillamente, solo constato la existencia de esta influencia y de este decalaje entre aquello que pasa en los Estados Unidos y aquello que acaba pasando en Europa.

El trumpismo político y social está ganando terreno en el continente europeo cuando, después de la victoria de Joe Biden, ya se ha certificado su defunción en los Estados Unidos. Lo hemos visto en las últimas contiendas electorales celebradas en los países nórdicos y en Italia, que han constatado el auge y la victoria de las fuerzas de derecha y de extrema-derecha, los equivalentes a PP y a Vox.

La existencia de esta correlación temporal y política no quiere decir que tengamos que aceptar pasivamente como inevitable el triunfo del PP y de Vox en las próximas elecciones del 23-J, tal como han apuntado los resultados de las últimas municipales y autonómicas. Cada tierra hace su guerra, dice el refrán, y la sociedad española, a pesar de la dinámica aplastante de la globalización, tiene su propia historia y sus propios anhelos de prosperidad y de bienestar.

No tenemos que dar a Pedro Sánchez por muerto y amortizado antes de tiempo. Él encarna la España posible que, para muchos, todavía se tiene que acabar de materializar, a pesar de los extraordinarios avances que hemos conseguido en todos los campos desde el fin de la dictadura. Una España federal y fraternal, más descentralizada, más igualitaria, sin bolsas de despoblación ni de miseria, respetuosa con el medio ambiente, líder en las energías renovables y económicamente diversificada y próspera, donde los jóvenes puedan encontrar el espacio para poder desarrollar sus anhelos y sus capacidades sin tener que migrar.

A favor de las opciones electorales de Pedro Sánchez está la desmembración del proyecto de Podemos y la debilidad de la alternativa de Yolanda Díaz, que no ha tenido tiempo de consolidarse. Esto hará que, este próximo 23 de julio, el PSOE esté en condiciones de concentrar y absorber la mayor parte del voto progresista de España, excitado electoralmente, además, por el espantajo de Vox.

La partida no está jugada y la movilización que sea capaz de despertar Pedro Sánchez será la clave determinante de los resultados de estas elecciones. La derecha instalada y hegemónica en Madrid tiene, a menudo, una visión distorsionada de España. No sabe ni quiere entender que para millones de personas el líder socialista es su esperanza para conquistar un futuro mejor.

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