Por motivos profesionales e inquietudes personales he seguido de cerca la campaña de las elecciones municipales en Cataluña. Seguramente, una de las grandes sorpresas de estos comicios ha sido la victoria del PSC y de Sílvia Paneque en Girona. Los próximos días y próximas semanas serán claves para dilucidar si este triunfo acaba materializándose en una alcaldía socialista o bien si las tres fuerzas independentistas (Guanyem, Junts y ERC) se ponen de acuerdo y lo evitan. Digo evitan porque a las tres candidaturas secesionistas las une poco más que el proceso independentista. Basta con recordar que Guanyem es una candidatura vinculada a la CUP, mientras que Junts es una fuerza conservadora a la que pertenecen los exalcaldes Carles Puigdemont y Marta Madrenas.
Pase lo que pase, tengo la sensación de que el triunfo socialista ha marcado un punto de inflexión en distintos sentidos. Durante la campaña Junts y su candidata, la exconsejera Gemma Geis, han repetido en retiradas ocasiones que Girona es «el faro de la independencia y de la libertad de nuestros ciudadanos.» Atendiendo a los resultados, buena parte de las vecinas y de los vecinos ha votado también para que el gobierno municipal abandone la retórica vacía y la falsa épica y se ponga a trabajar por objetivos mucho más amplios. En otros términos, que el Ayuntamiento abandone el cierre y el provincianismo y se plantee hitos mucho más ambiciosos que realmente transformen la ciudad. Hay que tener presente, además, que buena parte de las iniciativas y proyectos que hoy en día tiene una administración requiere de la suma, la colaboración y la coordinación de otras instituciones, por lo que resulta especialmente relevante tejer complicidades y acuerdos. No tengo claro que con el eslogan de que Girona es “el faro de la independencia” se vaya muy lejos…
En cualquier caso, y teniendo también en cuenta lo que está sucediendo en otros pueblos y ciudades, resulta bastante curioso que las fuerzas independentistas antepongan a la hora de pactar la secesión (una cuestión sobre la que pueden debatir los ayuntamientos, pero que no tiene prácticamente ningún tipo de incidencia en el día a día de la gente más allá de discursos que pueden generar mucha euforia en una parte de la ciudadanía y mucho desánimo en otra parte) por encima de un programa de gobierno que es lo que al final cambiará (a mejor o a peor) la vida de la población.
Los resultados electorales también evidencian que nada es eterno y que nada dura para siempre. Durante años, Junts ha pensado que Girona era suya y que podía hacer y deshacer como si nada. Con el pretexto independentista y en el contexto, según decían, de “represión”, todo valía a la hora de legitimar cualquier actuación política. Por eso ahora, el núcleo más duro de Puigdemont, empezando por el expresidente Quim Torra, ha empezado a azuzar el miedo a lo que supondría para la ciudad el hecho de que el gobierno municipal estuviera encabezado por una alcaldesa socialista. En un tuit, el expresidente catalán aseguraba que “como gerundense de adopción me niego a considerar esta fatalidad que nos caería encima. Girona ha votado independencia, pues que haya un alcalde independentista.” Jugar con el temor a la población o cuestionar la legitimidad de la elección de un cargo público no dista mucho de la estrategia que utilizan las formaciones ultraconservadoras europeas o figuras como Bolsonaro o Trump. Sería igual de legítimo una alcaldía socialista que una independentista.
Sin embargo, en clave política habría una gran diferencia: la primera opción daría respuesta a lo que han reclamado las urnas, que no es otra cosa que cambio de gestión y de prioridades, respecto al pluralismo político y rotura de bloques. Y la segunda, en cambio, sería un acuerdo a la defensiva para preservar o introducir los mínimos cambios en una estructura política que mantendría, de forma irreal, a Girona como “faro independentista”. Nos esperan días muy trepidantes. Veremos si se materializa el cambio o, de lo contrario, se mantiene el faro independentista (con cada día menos luz).
