«Es necesario que la juventud no se tenga que ver obligada a abandonar la ciudad»

Entrevista a Ernest Maragall

El alcaldable de ERC en Barcelona, Ernest Maragall

Se considera un servidor público que ha tenido muchas oportunidades de poner de manifiesto esta condición. Ahora, “arrastrado por una pasión vieja, pero fuerte”, quiere ser alcalde de Barcelona. Ha sido regidor, consejero del Gobierno de Cataluña y diputado en el Parlament en varias legislaturas. Encabeza la candidatura de ERC por Barcelona a las elecciones municipales.

¿Qué herencia deja el ayuntamiento saliente a los nuevos que llegarán a la Casa de la Ciudad?

Está bien mirar al menos hasta 12 años atrás. Un periodo largo de una evolución que más bien ha acabado haciendo perder a Barcelona buena parte de su potencia creativa y su autoestima. Nos hemos ido dejando arrastrar por una corriente global económica, social, política que, efectivamente, es potente. O bien, nos hemos dejado seducir por tentaciones diversas en esta evolución global. Hemos tenido barra libre, digamos, que es una reacción clásica de la derecha liberal. Ante esto, hemos vivido una reacción que ha acabado siendo más de buenas intenciones e ideología que de acción. Esta reacción “progresista” no ha conseguido convertirse en respuesta activa, proyecto real, tangible y reconocible. Además, en los últimos años han aparecido frentes nuevos, retos de mucha más complejidad, asociados no solo a la crisis económica, que está en el origen, sino también a la pandemia, la guerra, la energía, la soberanía tecnológica, etc. Ahora, estamos en un punto de inflexión en el que hay que decidir por dónde ir.

En una ciudad como Barcelona ¿el ayuntamiento puede determinar la marcha de las cosas, o estas evolucionan más bien a merced de otros factores?

Históricamente, en Cataluña, y en Barcelona muy especialmente, hemos tenido siempre más sociedad que ayuntamiento, y en este último periodo se ha acentuado, en parte por debilidad de aquello público y de la institución. Esto se ha notado, porque cuando se ha pretendido reaccionar desde el sector público, que es esta última etapa que antes comentábamos, no se ha hecho bien. Y lo que se ha conseguido es más distancia, más incomprensión entre la cosa pública y la privada, entre sociedad e institución. De manera que hay que recuperar la iniciativa, hay que apuntar a un sector público, a un ayuntamiento, más fuerte, más capaz de liderar. Liderar, que no quiere decir mandar, sino gobernar, en el sentido de señalar objetivos futuros posibles y ambiciosos. Y también ganarse la confianza, trabajar desde la complicidad, desde la voluntad exprés de acordar estrategias y reglas de juego con este sector que está demasiado acostumbrado a no necesitar o no depender de aquello público. Recuperar el liderazgo y la complicidad, que va en su propio interés. Esta es la base de mi propuesta: liderazgo y complicidad.

¿Dónde le aprieta más el zapato a Barcelona?

En todo el tema del urbanismo, creador de vivienda. Hay que crear ciudad y volver a la capacidad de generar vivienda pública y protegida, mínimamente aceptable. Cosa de la cual hoy estamos muy lejos. Y, por otro lado, hay que crear un nuevo modelo productivo, enriqueciéndolo. No por destrucción sino por construcción. Añadiendo economía del conocimiento, rehabilitación, adaptación al cambio climático y a la transición energética. Esto quiere decir mucha inversión pública que, a su vez, necesita mucha de privada. Cada euro público se tiene que multiplicar por diez. Hay que dar capacidad de innovación, teniendo en cuenta que Barcelona no se agota en su término, sino que muchas de estas políticas necesitan aplicarse, desarrollarse y también compartirse en su definición con el área metropolitana y el Gobierno de la Generalitat. Una característica de este momento es la imperiosa necesidad de alianzas, de capacidad de suma, recursos, potencialidades… entre ciudad y país. Una condición necesaria para reducir las desigualdades.

¿Tendría que aspirar Barcelona a instituirse en lo que se conoce como “distrito federal”?

Ahora Barcelona ha dimitido del área metropolitana. Más bien se ha cerrado en sí misma, en lugar de abrirse. Me parece una buena expresión esto de federar. Hay un instrumento que está para recuperar y situar en su dimensión adecuada, que es la Carta de Barcelona, que ahora tendría que ser capaz de expresar esta ambición y esta necesidad de tener funcionalidad política en este ámbito metropolitano y de país, en alguna medida. Por eso es imperioso hacerlo de la mano del Gobierno de la Generalitat y muy especialmente del conjunto metropolitano. Ahora, afortunadamente, hay mucha personalidad local, pero tenemos muy poco músculo conjunto. Pocas o casi nulas posibilidades de desarrollar políticas metropolitanas, en vivienda, movilidad, transporte público, cambio climático… Se hacen cosas, pero estamos en condiciones de hacer más, mejor y con mucha más incidencia en la vida real de la ciudadanía.

¿Qué hacemos con el turismo?

Hay que gobernarlo. Hay que poner remedio a algunas externalidades y efectos secundarios negativos y, al mismo tiempo, hay que cambiar las reglas del juego para que se vaya adaptando a lo que tiene que ser. Una fuente magnífica de presencia en el mundo. De riqueza y generación de actividad, pero con el riesgo de morir de éxito. Una cosa que, de alguna manera, hemos experimentado, y que se convierte en masificación, en daño explícito al espacio público. Hay que regular mejor el fenómeno, los usos, las modalidades. También la contribución, lo que aporta el turismo. Hay que racionalizar las viviendas de uso turístico, con control y una exigencia de calidad que ahora no tienen. Hay que ir huyendo del concepto low cost, de ciudad barata, de turismo barato. Desde Esquerra hemos contribuido a la definición de este impuesto turístico en Cataluña. Cosa que este año está previsto que genere cerca de 100 millones de euros. También cuestiones como la ampliación del aeropuerto tienen que estar al servicio de la nueva economía y no del turismo barato.

¿Y lo verde, digamos, por dónde debe ir?

Con la debida coherencia a corto y largo plazo, en la transición energética hay que mejorar a fondo el stock edificatorio de la ciudad, que está envejecido, es ineficiente y genera un gasto de energía inasumible. Se tiene que impulsar el concepto de rehabilitación, también desde el punto de vista económico, se le tiene que dar liderazgo público y también inversión privada. Hay que abordar el tema de las energías renovables, cosa que ahora hacemos de puntillas. Facilitar la instalación de placas fotovoltaicas en nuestros edificios, constituir comunidades energéticas no solo para generar, sino para distribuir y mejorar el consumo. La contaminación, asociada a la movilidad y al tráfico privado, que exige pacificación, reducción de la intensidad. Esto requiere inversión, transporte público, creación de infraestructuras ferroviarias… También se tiene que electrificar la ciudad, porque no disponemos de suficientes cargadores de baterías, ni espacios públicos reservados, ni modalidades de uso. Actualmente, la ciudad como espacio calle tiene el 60% para el vehículo y el 40% para el peatón. Nuestra propuesta es invertir esta proporción. No a base de presuntos paraísos artificiales (que acaban generando infiernos) como se está haciendo ahora, sino de manera gradual, sistemática y en el conjunto de la ciudad.

Los novísimos barceloneses, denominados emigrantes extracomunitarios, ¿son una asignatura pendiente en Barcelona?

No es una cosa pendiente, sino actual. Hay una realidad social, que se traduce en términos de desigualdad, que ha aumentado y tiene mucho que ver con esto. Si hace unos años la renta de los barrios era de uno a tres, ahora es de uno a cuatro. Una cosa contraria a la misma esencia de lo que tiene que ser Barcelona, con cohesión social de continuo. También relacionado con la nueva economía, y que requiere salarios más altos, más posibilitados de acceso a la vivienda, a los servicios públicos, a la educación, la cultura… Para esto tenemos un programa que intentaremos impulsar desde la alcaldía con la máxima ambición.

¿Existe el riesgo de una marsellización, de Barcelona?

Hay que tomarse seriamente esta cuestión. Es verdad que en Barcelona tenemos un fenómeno de delincuencia organizada. La sociología delictiva, su alcance territorial, han cambiado, cosa que contribuye a incrementar la sensación de inseguridad. Tenemos que aprender y dotarnos de instrumentos, como una justicia capaz de gestionar los nuevos fenómenos de inseguridad y delincuencia organizada. Una justicia próxima, que se apunta en la Carta de Barcelona, pero que no está construida. También necesitamos cooperación internacional, compartir investigación, coordinación de esfuerzos. Se tiene que trabajar en formación, ocupación y vivienda. Trilogía que es el mejor preventivo contra la inseguridad. Ganaremos, y como resultado estrella es necesario que la juventud de Barcelona no se tenga que ver obligada a abandonar la ciudad.

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