El corsé social del género

El otro día me llegó una entrevista del 2017 a Laia Sanz, la mujer que más veces –once– ha terminado el Dakar, 18 veces campeona del mundo y una referente del motor mundial. A pesar de que hace ya seis años de esta entrevista, hubo unas declaraciones de Sanz que me resonaron bastante. La piloto catalana recordaba algunos de los comentarios que ha tenido que encontrarse siendo mujer -y ganadora- en un mundo concebido socialmente para hombres. “Mi padre recuerda comentarios de cuando era pequeña, de algunos padres a sus hijos diciendo “haz lo que quieras, pero que no te gane Laia”, explica la catalana en la entrevista con El Punt Avui.

Dentro de la sociedad de los etiquetados hay algunos que nos encorsetan más que otros. Estamos divididos, como si se tratara de tipos de botones, en cientos de cajas que “ayudan” a definirnos como individuos: la clase, la etnia, el color de piel, de ojos, cabello, el sexo, el género… Este último cajón clasificador postre debería suprimirse, ya que cohibe ambos sexos de actuar libremente por miedo al juicio social.

Según la RAE, el sexo es la “condición orgánica, masculina o femenina, de los animales o plantas” y viene determinado por las hormonas, genes y cromosomas. Generalmente, quienes presentan los cromosomas XY son hombres y quienes presentan los cromosomas XX son mujeres. En cambio, el género es una construcción social que establece una serie de normas sobre cómo debemos comportarnos y pensar a qué categoría pertenecemos. Desde que nacemos ya somos víctimas de un corsé social que, sin ni siquiera pedirlo, se nos impone para acompañarnos toda la vida. Una lacra de la que, por mucho que nos esforcemos, nunca podremos deshacernos del todo. Buena, educada, callada, limpia, sumisa, obediente, femenina, miedosa y evocadora de sonrisas agradables y silenciosas. Y la que se salga de estos cánones y se atreva a mandar o llevar la contraria es una amargada, una histérica, una bruja o una repelente. Valiente, heterosexual, travieso, emprendedor, líder, masculino, deportista, inteligente y conductor de buenos argumentos. Y el que no siga este patrón es un “nenaza”, un débil, un “calzonazos”, un fracasado o un “mariquita”.

El género nos priva de actuar de forma libre por miedo a quedar sometidos al escrutinio público y a un alud de críticas y juicios sociales. Quedamos presos de nuestra necesidad de encasillar las cosas que nos rodean porque, de tanto clasificar, hemos hecho de la caja una jaula con barrotes que descargan electricidad sobre quienes intentan transgredirlos. Como cada vez que hay agresiones homófobas porque hay quien no puede aceptar que siendo hombre puedas vestir distinto a la mayoría o rompas con el atributo de la heterosexualidad. Deberíamos poder escoger con qué atributos nos identificamos y no dejar que éstos nos identificaran.

Esta etiqueta nos condiciona tanto que incluso el valor social que se da en los trabajos varía según el género de quien los ejerce. Una mujer que cortaba el pelo era una peluquera hasta que el hombre cogió unas tijeras para convertirse en un estilista. Por mucho que tengas una estrella Michelin si llevas un delantal serás una cocinera, siempre que no tengas testículos, entonces serás un chef. El adhesivo del género, que afecta a ambos sexos, a veces golpea de forma más acusada a las mujeres. Éstas no sólo sufren por encajar dentro de un imaginario colectivo físico y comportamental, sino que también presentan dificultades más severas para llegar a ciertos cargos. En España, las mujeres no llegan al 9% de las direcciones generales, así lo constata el estudio Bretxa a salarial y presencia de la mujer en la dirección 2023 llevado a cabo por EADA Business School e ICSA Grupo. Este mismo estudio pone en evidencia la enorme brecha salarial que sufren las mujeres, sobre todo si éstas ostentan altos cargos. Los directivos varones cobran hasta un 12% más que sus homologas femeninas. En cifras absolutas se traduce como que la actual retribución media de un directivo es de 91.825 euros brutos anuales mientras que la de su homóloga femenina es de 81.913 euros de media.

Las categorías, y menos las estáticas, no son siempre beneficiosas. El caso del género podría funcionar como un buen ejemplo. El género es entonces no un aliado en las categorías de análisis, sino un enemigo para el libre desarrollo de la individualidad.

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