La rúa menos multitudinaria de la historia y el adiós de Cruyff enfrían el alirón

La fuga del director técnico a la carrera, como la de Alemany, confirma que tampoco comparte el plan alocado de Laporta, con Messi y más fichajes, que ha devaluado el título de Xavi

La rua amb què el Barça va celebrar la Lliga

La primera y última rúa del Barça con Jordi Cruyff, el director técnico del club que tampoco ha podido aguantar por más tiempo la insoportable e imposible relación con Joan Laporta, reunió, según estimaciones de la Guardia Urbana de Barcelona, a 76.000 personas, una cifra que, trasladada al Camp Nou, supondría aproximadamente sólo dos tercios del aforo. Habrá sido la rúa de campeones más fría y corta, y menos multitudinaria de todas.

La Liga conquistada por el FC Barcelona el domingo pasado en el derbi barcelonés, anticipadamente anunciada desde hace varias jornadas por el amplísimo e insuperable margen de puntos sobre el Real Madrid, tampoco provocó un estallido en Canaletes la misma noche del alirón confirmando esa sensación de cierta frialdad y menor entusiasmo colectivo respecto de otros títulos.

La ansiedad y el desencanto acumulados durante la pequeña travesía del desierto de estos cuatro años sin una Liga, desde la conquistada por Josep Maria Bartomeu, Ernesto Valverde y Leo Messi la temporada 2018-19, parecía, inicialmente, capaz de desatar en las calles y plazas una euforia y una locura proporcional a esa rampante y desenfrenada reacción del presidente Joan Laporta en el vestuario del RCDE Stadium.

Sin embargo, el indiscutible mérito de solventar con tanta superioridad una Liga, sin duda el título más importante y exigible a un equipo como el Barça, por presupuesto y fichajes, se ha visto considerablemente enfriado por diversas circunstancias internas.

La principal, a causa del imprevisible y desafortunado efecto del posible regreso de Messi, parece que inoportunamente promovido por Joan Laporta cuando parecía que el enorme disgusto ocasionado por la pobre actuación del equipo en la Champions y en la Europa League se había disipado y enterrado. El horizonte de un Barça con Messi a partir de la próxima temporada se ha venido impulsando y avalando insistentemente desde la junta coincidiendo en este tramo final de la temporada, en parte para distraer la atención del caso Negreira, los carísimos abonos de Montjuic y el trilerismo de los números del Espai Barça. En ese futuro, además, se ha dado por hecho que con Messi deberían llegar tres fichajes de primera línea para reforzar el equipo actual con la exclusiva finalidad de hacerlo verdaderamente competitivo en Europa.

El mensaje, asumido por la propia prensa laportista como un extraordinario plan de futuro, ha devaluado la plantilla de Xavi, su rendimiento y hasta el mérito de esta Liga. El discurso de los periodistas más significados con la junta sostienen ahora, como su nuevo mantra, que «a este equipo le falta talento».

Un vacío que habrá de llenar posiblemente Messi y el aterrizaje de otros cracks, siempre y cuando se produzcan salidas traumáticas como las de Raphinha y Ansu Fati, sin descartar a nadie y sin que, realmente, se atisbe cómo es posible conjugar vender al mejor precio los descartes para fichar futbolistas que los mejoren y al mismo tiempo rebajar en 200 millones la masa salarial.

La prensa no hace otra cosa que repetir y exaltar los planes que filtra el propio presidente, tan entusiasmado como necesitado de operaciones que satisfagan a sus agentes de confianza, con ese argumento sobre la debilidad del equipo, aunque campeón de Liga, en el concierto internacional. Es lo que llama tirarse piedras sobre el propio tejado.

Bien es cierto que la identidad futbolística del equipo ha debido ser sacrificada por Xavi a cambio de una solidez defensiva encomiable y una filosofía atacante reducida a lo que ha dado de sí el 4-4-2. La soñadora intención de Xavi de recuperar el estilo con el que creció y lo ganó todo como jugador hubo de ser aparcada a la vista de los resultados y la imposibilidad de contar con futbolistas con unas habilidades y formación tan específicas.

Aun así, la afición empatizó con ese núcleo de jugadores jóvenes y reconocidos como Araujo, Pedri y Gavi (ambos elegidos mejores promesas del mundo) y demostró su capacidad para ser paciente y esperar a que, como la generación Messi, madurase naturalmente junto a los refuerzos interesantes llegados gracias a esos 200 millones en fichajes que pudieron cerrarse, a duras penas, eso sí, después de liquidar 840 millones en palancas y dejar el club tiritando económicamente.

¿Por qué, pues, Laporta se ha empeñado en transformar ese relato en la compulsiva urgencia de traer a Messi y medio desmantelar el resultado de fichar once jugadores del agrado y gusto de Xavi?

Sin duda porque vienen tiempos y decisiones convulsas directamente relacionados con el precipitado adiós de Mateu Alemany y Jordi Cruyff, que han saltado casi en marcha de un tren que, ahora sí, se acelera sin conductor ni nadie capaz de mantener el control. La amenaza de la llegada de Deco, un agente de futbolistas de la escuela de Jorge Mendes, y la perspectiva de un presidente desenfrenado, desoyendo e intentando burlar la normativa de LaLiga y siempre dispuesto a gastar el doble de lo que puede ingresar, es lo que ha decidido a ambos, Alemany y Cruyff, a irse antes que verse en la tesitura de ejecutar sacrificios de jugadores fichados por ellos y validar operaciones en las que ambos no estaban dispuestos a admitir.

Para el próximo partido en el Spotify Camp Nou, frente a la Real Sociedad, el sábado día 20, la junta de Laporta se encargará de que el título resuene y se celebre, convenientemente, con una fiesta a lo grande y excepcional. Lo que sea con tal de disipar esta atmósfera extraña de título menor que parece respirar el barcelonismo, una sensación alimentada y provocada por esa tentación irreprimible de Laporta por agitar permanentemente la actualidad con el retorno de Messi, con silencios o bravatas en el caso Negreira, con la opacidad, la mentira y la confusión en la puesta en escena del Espai Barça, y con un golpe bajo y traicionero a los socios en la política de abonos para Montjuic. Un error de cálculo que Laporta ya se ha apresurado a corregir anunciando que habrá marcha atrás y una rebaja sustancial de los precios en el exilio. Como es habitual, tarde y mal.

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