La ausencia de liderazgos en el entorno social del Barça es inversamente proporcional al exceso de autoritarismo, dictadura mediática y discurso único que acapara Joan Laporta. Este vacío se hace especialmente dramático y vergonzoso en los tiempos que corren, una vez que se ha destapado el pastel del Espai Barça, al que Laporta ha puesto la proa de la forma más malvada y lesiva para los intereses del FC Barcelona.
El esquema excluyente y burlón hacia los socios abonados con el que se afronta la migración a Montjuic no sólo es el final de una política de cuotas sociales clave del modelo de propiedad histórico del Barça. La manipulación descarada y las mentiras empleadas por Laporta para obtener una financiación a favor de Limak se han convertido en el paradigma de la gestión chapucera, interesada y, con el tiempo se acabará sabiendo, a favor de determinados intereses.
Laporta justificó la adjudicación a la constructora turca por la razón, exclusiva, que garantizaba el menor coste en los plazos establecidos. Apenas un mes más tarde, además de engañar a toda la prensa y la afición, dejándose el Palau Blaugrana en el camino, ya está confirmado que Limak dispondrá de un colchón de sobrecostes asegurados de 200 millones de euros y ningún problema en acabar el estadio en 2026 o más allá.
Frente al mayor embuste de la historia del Barça, asumido y digerido también en pocos días por una prensa fanática, entregada y cada día más sospechosamente colaboracionista, dos de los supuestos referentes del otro lado del laportismo, los excandidatos a la presidencia Víctor Font y Lluís Bassat, no han podido reaccionar de peor modo.
El segundo en votos de las últimas elecciones, Víctor Font, ha adoptado una extraña y sorprendente actitud contemplativa, como si en ese silencio y en su meditación solitaria y apartada encontrara la paz y la solución a un problema tan agudo como es el proceso cada vez más acelerado de autodestrucción, gracias a la gestión de Laporta, del club azulgrana. Seguramente cree, como hizo Laporta cuando le adelantó por la izquierda en el tramo final de las elecciones de 2021, que siendo ya conocido y apareciendo en la recta final de unas futuras elecciones tendrá suficiente.
Puede que a Laporta le diera resultado. Víctor Font, sin embargo, sabe de sobras, porque él también formaba parte de la operación de acoso y derribo contra Josep Maria Bartomeu, de la necesidad de que alguien realice una labor de desgaste, en este momento más que necesaria a favor de la conservación del club y no gratuita y política como la desplegada contra la anterior junta. Los pocos socios que aún conservan cierto sentido de club y de sensatez esperan que alguien pueda impedir a tiempo una inversión de 1.300 millones sólo en la ampliación del Spotify Camp Nou, distorsionando e incumpliendo el acuerdo asambleario de octubre de 2021.
En su ánimo de trabajar más bien poco para el Barça, estrategia aconsejada y celebrada por su equipo de asesores, Font se ha escudado en ese compromiso adquirido de no convertirse en oposición, para no salir a dar la cara cuando el club más está huérfano de una revisión, un análisis y, si es preciso, una reacción al desgobierno y la temeridad de Laporta al firmar un acuerdo de financiación del Espai Barça que, cuando menos, resulta indecente e insultante para los socios que aprobaron un mandato de límite de gasto de 1.500 millones para todo el Espai Barça.
Está perdiendo la oportunidad, si es que aún la tiene, de defender el valor de esos 17.000 votos obtenidos en las elecciones, sobre todo en forma de respuesta a la confianza depositada en él por los socios que se creyeron su programa y su compromiso con los intereses del club.
La sensación es que Víctor Font se limitará a su estrategia, fría y distante, de esperar a que el equipo celebre el alirón y, con el balance terminado, ofrecer una rueda de prensa o varias entrevistas, si es posible cuando ya haya pasado la tormenta, para que el tiempo haya podido cicatrizar esa dolorosa herida en la estructura asamblearia del Barça, irreparable si los socios no encuentran a alguien de entre 140.000 con el valor y la determinación de defender este abuso de poder sin precedentes. Por no incluir también, en el ámbito de su radar, un parecer significativo sobre el caso Negreira o el trato a los socios en el traslado a Montjuic.
No se atreve a salir y ha preferido, por el contrario, reflejar en sus redes sociales lo bien que se lo pasó el fin de semana último en Miami en una convención con final feliz como espectador del Gran Premio de Fórmula 1 celebrado allí. Da la sensación de vivir muy lejos, no sólo físicamente, de los verdaderos problemas del club, que empiezan a acumularse y son de un tremendo calado.
No lo ha hecho mucho mejor un personaje prácticamente en retiro como es Lluís Bassat, firmando un artículo intrascendente y retrógrado sobre cuál debería ser el verdadero papel de la Fundació FC Barcelona en plena ebullición del caso Negreira, la crisis de Montjuïc por el encarecimiento unilateral e injustificado de los abonos, o el tema principal del Espai Barça, que amenaza con llevarse por delante el modelo de sociedad.
Otro acto de cobardía, muy propio de Bassat, salir por la tangente cuando la actualidad exigía, si surge la oportunidad de escribir un artículo, opinar y ejercer la crítica en el tono que sea sobre el estado del club. En todo caso, puestos a preguntarse si la Fundació del Barça está a la altura, Bassat podría haberse preguntado por qué el salario de su directora y prima del presidente, Marta Segú, se ha doblado en su segundo año al frente de la Fundació sin ninguna justificación y con subterfugios contables.
Los socios, realmente, se encuentran, además de anestesiados por la vía oficial, abandonados a su suerte por quienes ocupaban hasta hace poco posiciones discrepantes y diferentes del laportismo.
