Laporta debe elegir entre dos misiones imposibles: Messi o Espai Barça

Las condiciones económicas para hacer viable el retorno de Leo, además de insuperables, chocan frontalmente con las exigencias de emigrar a Montjuic a partir de próxima temporada y renunciar a 100 millones de ingresos

Joan Laporta

Con la infatigable colaboración de una prensa entregada, sumisa y acrítica, Joan Laporta ha conseguido poner el contador a cero en el entorno social y mediático del barcelonismo, y el caso Negreira ya duerme en los brazos de la prensa de Madrid. En el contexto del entorno catalán, que al presidente del Barça le interesa mantener más controlado y aislado, con el foco puesto en otra actualidad, le ha dado carpetazo con la filtración, ya se verá si imprudente y veraz, de que la UEFA no castigará al Barça como consecuencia del encuentro privado mantenido por Laporta con Aleksander Ceferin, su presidente, lejos de Nyon, a finales de la semana anterior.

Desde luego es audaz por su parte dar por hecho que gracias a esa cumbre con Ceferín, que debía ser secreta, la comisión de disciplina de la UEFA tirará a la papelera el expediente abierto al Barça en base al hecho -chapucero, se mire por donde se mire- de haber facturado una fortuna a las empresas de un miembro destacado del estamento arbitral durante 17 años, sin evidencias ni pruebas de que fuera a cambio de informes o asesoramiento arbitral técnico.

Pero así es Laporta, que esta semana se enfrenta al reto de hacer posible, y no solo creíble, fichar a Messi y, al mismo tiempo, firmar una financiación del Espai Barça con unas reglas y condiciones que contradicen e impiden las que requieren abrir las puertas del Camp Nou a Leo.

Por eso, la estrategia de Laporta es la de no solapar ambos frentes delante de una afición barcelonista que, con el paso de los meses y el aumento de las catástrofes laportistas, parece inusualmente más anestesiada y convencida de la bonanza de su gestión, en este caso incluido el regreso de un futbolista al que nunca se debió echar.

Laporta no sólo ha conseguido generar la ansiedad y el deseo de su vuelta en la grada del Camp Nou -que, por cierto, hasta el efecto incontrolado de la Kings League no había coreado el nombre de Messi-. También ha tendido una extraña y confusa red de contactos y de expectativas con las que, a la vista de las apariencias, parece haberle dado la vuelta a la resistencia de Leo a sentarse a negociar con Laporta, el presidente que lo echó y lo engañó.

Igualmente, las exigencias de Messi, lo único que no se ha filtrado desde el entorno de la presidencia y desde el aparato de comunicación, siguen siendo un misterio y, al mismo tiempo, otro de esos mantras prefabricados por el laportismo en el sentido de que Leo está deseando volver al Camp Nou, pese a las millonarias ofertas del PSG, al Inter de Miami y la liga de Arabia Saudí; y, por tanto, dispuesto a aterrizar a un coste muy bajo.

La realidad no es exactamente esa, pues a Leo aún se le debe dinero de los diferimientos de la pandemia. Si coge el avión de vuelta, será para sellar un contrato de oro y unas condiciones que en ningún caso le hagan arrepentirse de haber rechazado las otras ofertas.

La prensa, convenientemente adocenada, ofrece un relato idílico en el que Leo, con el efecto de su presentación, dispara los ingresos, conquista nuevos patrocinios, LaLiga de Javier Tebas mira hacia otro lado, las empresas hacen cola para ofrecerle millonarios contratos de publicidad, a medias con el club, y prácticamente se aseguran los 100 millones de euros que un club se embolsa por ganar la Champions.

En cambio, el escenario contrastado de la operación no se parece en nada al cuento, pues su encaje salarial, estimado en no menos de 50 millones anuales, mínimo por tres temporadas, no encaja con la necesidad de rebajar 200 millones de la masa salarial para cuando la próxima temporada arranque, mucho menos si además se pretende reforzar su reentrada en el juego con dos o tres fichajes más destacados y, por supuesto, la renovación de Busquets y lo que cueste tener a Jordi Alba contento y de nuevo titular junto a Messi.

Laporta le habrá de demostrar a Javier Tebas su capacidad para obrar ese milagro que hoy parece inalcanzable incluso con el recurso de nuevas palancas, pues la normativa permite emplearlas para mejorar el balance, pero en ningún caso inyectar directamente ese beneficio en el crédito salarial bajo la supervisión de LaLiga.

Con la mayoría de los activos vendidos y comprometidos, la manga de la camiseta parece ser el único espacio publicitario de valor aprovechable para rentabilizar el nuevo Barça de Leo Messi, perjudicado de antemano porque su retorno no podrá producir demasiados nuevos ingresos con el Camp Nou demolido, sin museo ni tour ni megastore funcionando, y con el aforo reducido prácticamente a la mitad por el exilio a Montjuic.

También se da por hecho que la junta de Laporta ha de vender futbolistas por valor de 100 millones netos de una lista en la que figuran Ansu Fati, Raphinha y hasta Lewandowski, un traspaso que suena a condición indispensable para acomodar en el campo a un Messi con menos velocidad y recorrido a sus 36 años cumplidos a partir de junio que viene.

Las cuentas no salen por ningún lado, ni las expectativas de una operación en la que, asombrosamente, todos los expertos hablan de un rendimiento comercial, económico y futbolístico sin precedentes, abrumador, aunque fantasioso, y nadie de sus costes y de las limitaciones reales, agudizadas e incompatibles con el arranque del Espai Barça.

Ahora se especula incluso con firmar la financiación, dejarla en un cajón hibernada hasta más adelante, y seguir un año más o dos en el Camp Nou aunque sea a costa de repercusión en los intereses futuros, que ya son inasumibles, y retrasar la obra y la explotación tres años más, mínimo. La contradicción final es que el Barça de Laporta llena el Camp Nou cada domingo -por tanto, no necesita a Messi para eso-, sin que eso solucione el déficit ordinario de 200 millones que ha consolidado.

¿Qué toca esta semana? Parece que por fin firmar la financiación y explicarla lo peor posible, tarde, mal y sin la letra pequeña visible ni comprensible para los socios. De Messi ya se hablará más adelante.

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