Una enfermera de Cádiz y dos gemelas argentinas

A principios de marzo, una joven gaditana llamada Begoña Suárez, que ejerce como enfermera interina en el Hospital del Valle de Hebrón de Barcelona, publica en su cuenta personal de  Tik Tok un video donde rechaza la obligación de poseer el nivel C1 de catalán para poder participar en unas oposiciones. Lo hace, ciertamente, con un lenguaje entre despreciativo y chulesco: “nos dicen que para sacar las putas oposiciones tenemos que sacarnos el puto C1 de catalán”. Y añade: “pues resulta que se va a sacar el nivel C1 de catalán mi madre, porque yo no”. Podría pensarse que estamos ante el áspero rechazo a un requisito considerado abusivo. Pero en un momento dado, la enfermera se vuelve hacia una compañera, y visiblemente molesta le recrimina que se ponga a hablar en catalán: “¿Puedes parar de hablarlo, por favor?”.

Hasta aquí los hechos. Ante ellos, la primera pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ¿Por qué, de entre todos los subproductos que genera esa gran fábrica de odio que son las Redes Sociales, se ha filtrado y magnificado precisamente este video? La segunda es: ¿Por qué ahora, en este momento? Y la tercera -y no menos importante- podría formularse utilizando la famosa expresión latina “Qui prodest?” (es decir, “¿a quién beneficia?”)

Para las dos primeras preguntas sólo tengo conjeturas. Pero resulta llamativo que esta polémica surja inmediatamente después del reciente suicidio (uno consumado y otro malogrado) de dos gemelas argentinas de apenas 12 años en la pequeña localidad barcelonesa de Sallent. Aunque el suceso está aún sub iudice, está probado que hubo bullying. El problema empieza cuando se intentan indagar los motivos: Mientras los medios de comunicación catalanes barajan sobre todo la hipótesis de que la gemela muerta fue acosada por su deseo de cambiar de sexo, personas del entorno y el Colectivo “Sallent no calla” la descartan y apuntan a varios factores, entre ellos el lingüístico. Un factor sobre el que, curiosamente, planea un silencio sospechoso e incómodo. “Hablé con las pequeñas hace unos meses” -declaró el abuelo, Gustavo Lima, al diario argentino La Nación– “y me dijeron que los chicos de su clase se reían de ellas porque no hablaban bien el catalán”. También numerosos estudiantes manifestaron al periódico ABC que había “un grupo grande” que “estaba siempre metiéndose con ellas y riéndose de su acento”. Las fuentes de Sallent señalan también que entre los acosadores había chicos de diversas procedencias.

Aún es pronto y conviene ser prudente. Pero el solo hecho de que se plantee como real la posibilidad de un caso de bullying en Cataluña, con resultado de muerte y donde la xenofobia lingüística haya podido jugar algún papel (aunque sea en conjunción con otros factores), constituye ya un escándalo: ¿cómo es posible que en un territorio donde el castellano es la lengua materna de más de la mitad de sus habitantes y cooficial por ley, la forma de hablar de una niña castellanohablante pueda ser percibida como  algo “ajeno” o “extraño” y, por tanto, susceptible de escarnio? Los niños, recordémoslo, no son más que el reflejo de la sociedad en que viven. Paradójicamente, la sociedad catalana vive instalada desde hace tiempo en una percepción complaciente (y victimista) de sí misma: Cataluña nunca es xenófoba; si acaso son los demás los que son catalanófobos.

Y en éstas aparece de la nada el video de la enfermera de Cádiz. Nunca sabremos si su divulgación  guarda o no relación con los sucesos de Sallent; pero sea como fuere, ha resultado muy oportuno al contribuir a “eclipsar” la sospecha de xenofobia lingüística, apuntalando el relato de que quien verdaderamente es objeto de xenofobia es, siempre, la lengua catalana. En este sentido, Begoña Suárez habría rendido un servicio inestimable, sin quererlo, a quienes hoy la crucifican.

Que la enfermera grabó un video con un sesgo catalanófobo, es evidente. Que una parte considerable de la sociedad catalana es hispanófoba, también: desde los miles de mensajes de este tipo en Internet comparables -o peores- al video de Begoña, a los gritos de Puta Espanya lanzados, no desde una cuenta privada, sino desde un medio público como TV3. El respeto empieza siempre por uno mismo, y quien ve la catalanofobia en enfermera ajena y no la hispanofobia en sí mismo, es eso: un puto fariseo.

La gran diferencia es que hoy Begoña Suárez ya está sufriendo la muerte civil y profesional, el insulto y la amenaza. “Me da miedo salir a la calle, pueden darme una paliza”, ha declarado. Por el contario, quienes protagonizan gestos hispanófobos se pasean tranquilamente por la calle, entre la complicidad y el apoyo de tantos.

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1 comentario en «Una enfermera de Cádiz y dos gemelas argentinas»

  1. Hay que hablar, y hablar de todo, con normalidad, con educación y si es con una sonrisa mejor y por supuesto el tema de la lengua, de las lenguas, debe salir del armario y hablemos con naturalidad.

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