«En nombre del amor, a veces provocamos verdaderos desastres»

Entrevista a Mireia Sallarès

Artista visual y escritora. Así, “Como un poco de agua en la palma de la mano” (Arcadia), el ensayo que ahora publica, es guion antes que libro. Viene de las Bellas Artes, pero también escribe y hace películas. Su proyecto con mayor proyección se titula “Las muertes chiquitas”, realizado en México, como documental y libro.

“Como un poco de agua en la palma de la mano” ¿Referido solo al amor, el trabajo, la verdad… o la vida misma?

Seguramente sí, un poco a todo. Porque mis proyectos también se relacionan. Las cuestiones que enuncias forman parte precisamente de una trilogía de conceptos basura que es en lo que estoy metida, con interrupciones, desde 2011. Algo que empezó con la cuestión de la verdad en Venezuela. El segundo capítulo, sobre el amor, dio comienzo en Serbia. El título es una expresión que se usa en los territorios de la ex-Yugoslavia (Kao Malo Vode Na Dlanu), cuya traducción es “Te sostengo como un poco de agua en la palma de la mano”. Algo relacionado directamente con el amor y el cariño. Una frase que descubrí, no a través de palabras, sino de una imagen. Una fotografía de Transki, fotógrafo bosnio, en una exposición sobre la única manifestación que hubo en Sarajevo contra la guerra. En la imagen había un cartel en el que se veían unas manos como que recogían agua, y la leyenda Kao Malo Vode Na Dlanu. En nombre del amor provocamos verdaderos desastres, a veces las peores cosas. También tiene que ver con los cuidados que, desde mi perspectiva feminista, es algo muy importante, y con la propiedad.

Con el agua en la palma de la mano siempre te mojas y, quizás, también te pringas…

Mojarte es implicarte. Algo que en el mundo que vivimos (el de esta crisis ideológica planetaria en la que estamos metidos) quiere decir que te vas a ensuciar. Que no vas a estar en ninguna pureza. Un poco de agua en la palma de la mano también habla de imposibilidades ¿Cuánto tiempo puede sostenerse el agua en la mano? Es una imagen muy bonita que empieza a abrir toda una serie de signos, metáforas…

El amor, dices, es algo que no se puede regular…

No cabe en la Constitución, no forma parte de los Derechos humanos… Me parece fascinante que algo que llega a generar desigualdades, injusticias…, que está implicado en las emociones y todo el mundo lo cita…; algo así, tan explotado, trillado, utilizado para vender más cosas, para lograr más votos, no pueda ser regulado. No pueden obligarte a amar. Se puede adoctrinar. Una feminista mexicana me dijo que cuando las mujeres empezamos a negociar leyes contra la violencia de género, la cagamos. Tendríamos que haber salido todas con el machete y ahí se acabó la cosa.

¿Pero el mercado sí que tiene mucho que decir en torno al amor?

Sin duda. Yo soy mucho más de conversar que de leer, pero sí que he ido descubriendo que la idea del amor romántico y, por tanto, el matrimonio vinculado a la pareja, coincide con la desaparición de las tierras comunales y el invento del papel moneda. La acumulación de capital es, sobre todo, a través de la herencia y la familia. Claro que hay padres que querrían desheredar a sus hijos, pero para eso tiene que haber un cataclismo. Ahora, me quiero casar. Tengo una pareja mujer. Me rio, con cierto humor negro, porque me quiero casar no por amor, sino por “muerte”. Si a mí me pasa algo y mi pareja se queda sola… Con lo que yo he pagado al Estado, si a mi pareja le tocan 50 euros quiero que los tenga. Por lo poco que sé, la pareja, en cuestión de pensiones, viudedad y movidas de estas, tampoco tiene tanto garantizado. El amor no necesita el matrimonio. Lo necesitamos aquellos ciudadanos que no tenemos los derechos asegurados.

¿Los cuidados, que recaen casi absolutamente sobre las mujeres y de los que hablas en tu libro, no son también una práctica mercantilizada?

Desde los feminismos, muy en particular de la antropóloga vasca Mari Luz Esteban, que tiene un libro dedicado al pensamiento amoroso, un estudio de antropología (una de las lecturas que me ayudó muchísimo), me acuerdo de haber leído una frase, llorando, que decía “cuanto más cuida una mujer, más está colaborando a su falta de reconocimiento social y a su empobrecimiento económico”. Algo que también le pasa a un hombre. Lo que ocurre es que, según las estadísticas, resulta alarmante la diferencia. Claro que hay mujeres burguesas, racistas, que pagan mal a muchachas que se encargan de cuidar al abuelo enfermo, a los hijos… pero, básicamente, es en nombre del amor donde entran estos cuidados, sobre todo en el mundo de las mujeres. Mari Luz Esteban se pregunta si es posible imaginar a la mujer separada del amor. Si en cuestiones de poder, a la mujer solo les dejas el amor, imagínate las manipulaciones que se pueden llegar a hacer. De ahí, aquello de los hombres gobiernan, las mujeres aman ¡Qué desastre los dos!

¿Creemos amar sin preguntarnos por qué?

He escrito este libro. Yo hago proyectos sobre los problemas que yo tengo. Un gesto que parece egoísta de entrada, pero que con autocrítica se vuelve altruista. A los alumnos les digo al principio, no te pongas tan desprendido y piensa donde te está tocando algo que a ti te duele, porque es la manera de no explotar, no usar al otro. Consumo muchísimo y sin ningún problema los productos audiovisuales a que te refieres. Pero me estoy dando cuenta que no miramos de manera crítica de qué modo amamos. No nos preguntamos qué es lo que nos hace amar de esta manera. Mi cultura, mi educación… Lo que hay en la «Triología de los conceptos basura» es lo que se vincula directamente con lo que nos hace humanos.

¿Así las cosas, más allá de su versión romántica, el amor se practica con todo lo que hacemos nuestro, como la patria?

Para mí, no tanto amar (porque ya sabemos que, a veces, aman mejor los perros), sino preguntarme si he sabido amar y han sabido amarme. Esta pregunta, angustiosa, a mí me parece muy humana. Igual que la verdad. Lo que nos hace humanos no es tener la verdad, sino querer saberla. Aunque dure un minuto y medio. Porque a la verdad le gusta moverse y hay que ir detrás de ella. Con el amor es lo mismo. Mi trabajo no va sobre el amor romántico. La única hipótesis que hay detrás de mi trabajo son todas aquellas visiones distintas donde es nombrado o entra el juego el amor, desde el nacionalismo a los grupos ideológicos, religiosos, hasta la familia: la relación con madres y padres, y las vinculaciones amoroso-afectivas. Todo esto se resignifica mutuamente. Obviamente, lo que se llama amor romántico está muy de actualidad, sobre todo entre los chavales, pero también muy demolido desde minorías radicales. Se vuelve a citar a Alejandra Kolontái, que decía que el capitalismo nos ha hecho tan estúpidos que creemos que solo podemos amar aquello que poseemos. El amor se entiende como una posesión o aquello a lo que pertenecemos. Es necesario tener valor para salir del grupo al que «perteneces».

Dices que el amor es cosa de pobres…

Platón cuenta que Eros fue concebido por Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza). En una fiesta de Afrodita, de ricos, Penia no fue invitada, pero sabe que allí sobrarán muchas cosas, que va para reciclar. Los conceptos basura también hablan de reciclaje, que quiere decir que no podemos decir que el amor es una mierda, que lo hemos convertido en una mierda y la tiramos. Es como una isla de plástico de muchas toneladas. Si renuncias al amor te pones a ti mismo como humano en entredicho. Es como la libertad, de la cual ahora solo hablan los de derechas… Todo lo que más me ha servido a mí sobre el amor es de feministas o de anarquistas. Son los que más quieren recuperar el amor, pero no a cualquier precio. En el amor romántico, quien parió el amor es la pobreza. Los hijos, decían las abuelas, son la riqueza de los pobres. Nunca mejor dicho: brazos, fuerza de trabajo.

Entre el amor identitario y el fascismo hay un paso, apuntas…

Esto lo podemos entender todos, izquierda, derecha, centro y marcianos…, con perdón, en el sentido de que nos es mucho más fácil amar a alguien que se nos parece a nosotros. Que piensa de forma parecida, utiliza el mismo lenguaje…, los nuestros. Todo esto, en realidad, lo que pone de manifiesto que, como en muchas otras cosas, a la hora de amar somos perezosos. Una terapeuta me decía que lo que nos paraliza no es el miedo, sino la pereza. Una de las preguntas que siempre me he hecho era, al final de la vida, que es lo que te daría más miedo decirte a ti misma, que no han sabido amar, o que no te han sabido amar, como tú necesitabas, querías. Todo el mundo responde que sería mucho más triste no saber amar. Yo ahora, digo lo otro. He cambiado. A Maquiavelo le preguntaron que era mejor para gobernar un pueblo, que te quieran o que te teman. El amor es más potente, es mejor, respondía, pero como no se puede controlar, no es un derecho, mejor el miedo, que se controla y se puede organizar.

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