Elisa, alumna coraje

El cine suele contar historias de increíble valor personal, donde un héroe, pese a un ambiente social hostil o cobarde, lucha contra un poder que le sobrepasa. Historias donde el protagonista, a base de enormes sacrificios, incluso de ponerse en peligro a sí mismo, logra vencer, contra todo pronóstico. Y si cae derrotado, lo hace con dignidad, lo cual constituye una forma de triunfo. Una vez acabada la película, el público sale de la sala purificado, limpio de las miserias con que la vida cotidiana mancha sus vidas, convencido de que la condición humana aún puede ser redimida. Sensación que, lógicamente, se desvanece al cabo de poco tiempo, al mero contacto con la realidad.

Como podrán adivinar, el cine abunda en este tipo de historias porque en la vida real brillan por su ausencia. El miedo, el arribismo y la sumisión son la norma, no la independencia de criterio ni la defensa de la propia dignidad. Pero a veces suceden pequeños milagros. En este erial que es hoy la vida política y social española, ha nacido una flor rara y frágil. Una flor en forma de emotivo, encendido discurso de denuncia pronunciado el pasado 24 de enero por una estudiante en la Universidad Complutense de Madrid. Su nombre es Elisa María Lozano Triviño, primera de su Promoción en el Grado de Comunicación Audiovisual de la carrera de Ciencias de la Información. Escuchando su discurso podemos sentir la carga subversiva de la inteligencia, de la libertad de pensamiento, esas fuerzas a las que los poderosos profesan verdadero odio -a la vez que pánico- y que son, pese a todo, las que hacen avanzar a la Humanidad.

No sólo había inteligencia en su discurso, sino también valor. Como primera de su clase, podía haber sido acomodaticia, servil, pero no lo fue. Se podrá estar de acuerdo o no con ella, pero no se puede negar que tuvo coraje al defender, ante un auditorio trufado de autoridades académicas y en la ceremonia donde precisamente se reconocían sus méritos, aquello que creía justo: que el conocimiento no tiene nada que ver con las distinciones. “Estoy harta” -dijo- “de que esto se valore con notas, con votos, con títulos, con dinero… Estoy harta de la titulitis”. Y mientras agitaba al aire su diploma, remachaba con una frase que debería ser inmortalizada en mármol: “Porque el conocimiento no es esto. El conocimiento es tener criterio”.

El criterio que precisamente no tuvo Joaquín Goyache, rector de la Complutense, al  conceder el título de alumna ilustre a Isabel Díaz Ayuso. He dicho falta de criterio y he de rectificar: criterio sí lo tuvo, pero fue el del abyecto servilismo hacia el poderoso. No de otro modo puede entenderse que concediera este honor en época preelectoral y a dedo, sin pasar por el requisito previo de someter la decisión a la Junta de la Facultad, es decir, a la aprobación de sus pares; y, sobre todo, que lo otorgara a un personaje al que calificar de “ilustre” en el ámbito académico, intelectual, es un insulto a la inteligencia. ¿Cómo puede obtener una distinción así alguien que el 7 de mayo de 2022, con un país devastado por la inflación y la crisis, cuando más sangrantes son las diferencias sociales, se permitió afirmar en público que en Madrid no hay clases sociales como nos intenta vender la izquierda”, para luego decir que “en una terraza de la Comunidad de Madrid no nos importa la clase social de la persona con la que te tomas algo”? Goyache confirma así, sin quererlo, la demoledora crítica de Elisa a un sistema (presuntamente) meritocrático: tanto da que estudies, que el dedo rectoral puede igualar a una alumna brillante con una mediocre de manual.

Pero tranquilos, que la derecha puso inmediatamente en marcha la operación “salvar a la soldado Ayuso”: Sus medios afines se lanzaron en tromba, bien a desacreditar a la estudiante (“Mira, Elisa, yo con veinte años era un papafrita también”, clamaba Txapu Apaolaza en el programa La Brújula, de Onda Cero), bien a resaltar en titulares que estudió en un colegio privado bilingüe (“¿de qué se quejará ésta si tuvo una educación privilegiada?”) pero, sobre todo, a poner el foco en los estudiantes que se manifestaban en el exterior de la Facultad y gritaban “asesina” a la presidenta madrileña. “Asesina” desde luego que no; pero sí responsable política (al igual que otros políticos de distinto signo) de la ignominiosa muerte de tantos ancianos recluidos en las residencias durante la pandemia; ancianos fallecidos en soledad, como perros, sin tener siquiera el consuelo de pasar con la familia sus últimos momentos.

Por una vez, la realidad imita al cine. Elisa lo ha demostrado.

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