Laporta le tiene pánico a la reventa del partido ante el Manchester United

Desesperado, ya ha cerrado incomprensiblemente el acceso a la afición visitante, pero no sabe cómo controlar el mercado negro y evitar así repetir la vergüenza de Eintracht

L'Eintracht de Frankfurt al Camp Nou
L'Eintracht de Frankfurt al Camp Nou.

Gracias a los desórdenes incontrolables en la gestión interna de Joan Laporta, el Barça ya es oficialmente el club más antipático, cerrado y desconfiado del mundo, ya que por ahora es el único que, por miedo y por las consecuencias de su propia negligencia e inseguridad, no permite la entrada en su estadio a ningún seguidor del equipo rival. La decisión, hasta cierto punto enfermiza, ha sido ya carne de protestas, comunicados y quejas oficiales de los últimos clubs visitantes como el Espanyol, la Real Sociedad y el Sevilla, que antes del partido de este domingo hizo público su malestar por la intolerancia y rechazo del Barça a su afición. Laporta no solo se negó a ceder una cuota de entradas al club hispalense para la venta controlada, sino que también prohibió, individualmente, que ningún aficionado suyo pudiera lucir emblemas o colores sevillistas en el Camp Nou. Por alguna razón absurda e injustificable, sin duda promovida por los intereses de la propia junta azulgrana, el partido fue declarado de alto riesgo por los responsables de seguridad, que no son otros que Mossos d’Esquadra, cuerpo al servicio del laportismo.

Ni que decir tiene que, en contrapartida, todos estos clubes a los que el Barça repudia no dudarán en replicar estas mismas medidas cuando el Barça visite sus estadios y los seguidores azulgranas del resto de las comunidades se encontrarán sin la posibilidad de apoyar al equipo de Xavi Hernández.

Lo que verdaderamente esconde esta ley marcial impuesta por Laporta en el Camp Nou es el temor de que se repita el alud, la vergüenza y el insulto para todo el barcelonismo y para la historia del Barça que supusieron los trágicos acontecimientos de la noche del Eintracht Franckfurt, cuando más de 40.000 de sus seguidores ocuparon el estadio y vejaron a los socios del Barça.

La visita del Manchester United al Camp Nou el próximo 16 de febrero ha encendido todas las alarmas. La posibilidad de que, de nuevo, cientos o miles de aficionados puedan irrumpir en el estadio, no con la dimensión e impunidad con que lo hizo la afición alemana, pero sí con un volumen llamativo, suficiente para que la UEFA, incomprensiblemente benévola con Laporta el pasado año, pueda dejar caer todo el peso de la normativa por un incumplimiento que fue flagrante e insuperable.

Los temores de la junta son del todo comprensibles y justificados, ya que no hubo otro responsable de aquel suceso inaceptable que su propia gestión y ausencia de previsión, control y medidas. Por el contrario, si la afición del Eintracht logró superar en número a la azulgrana aquella noche, fue con la connivencia, la permisibilidad y el colaboracionismo de todo el aparato de reventa oficial, de la calle y en redes bajo la supervisión de la junta de Laporta.

Por este motivo, al menos para aparentar que se toman medidas extraordinarias, Laporta ha impuesto una especie de toque de queda, por lo que, preventivamente, ya no se deja entrar a ningún seguidor del equipo visitante desde finales de diciembre. La vicepresidenta Elena Fort incluso convocó una rueda de prensa monotemática para advertir que cada una de las entradas estará, en principio, controlada, ya que sólo se están vendiendo a través de la web del club y muy limitadamente, a razón de 1.000 por tour operador en las agencias oficiales, acotadas además en las zonas de saques de esquina, de acceso restringido y por supuesto con cientos de anuncios advirtiendo de que está rigurosamente prohibida la venta a aficionados del equipo rival.

Sin embargo, en ningún caso se ha establecido un proceso de venta de entradas nominal, que resolvería todos los problemas con el resultado de que, cuando se han puesto a la venta las entradas con descuento para los socios y después abierto para el resto, decenas de páginas web se han llenado de ofertas para la venta específica de entradas para ese partido en concreto.

La respuesta de la junta ha sido el anuncio de un control previo exhaustivo en los accesos y este lamento de fondo sobre la probada existencia de un colectivo de socios que han hecho de la reventa en este tipo de partidos europeos o en el Clásico casi una forma de vida o un negocio aunque sea fraudulento.

Otros socios se quejan de que estas entradas podían haber sido adquiridas por seguidores del Barça, socios sin abonos, peñistas o aficionados en general, si se hubieran puesto a la venta a un precio más asequible y no se habría aplicado esta tarifa que para cientos de seguidores ingleses nunca han supuesto un freno a su entusiasmo por venir a Barcelona.

Las agencias especializadas sostienen que el partido no será de una demanda extraordinaria por las circunstancias que concurren, la primera derivada de lo fundamental, que no se trata de un partido de Champions League sino de Europe League. No es lo mismo ni provoca, a ambos lados de las aficiones, la misma pasión que había convertido a este clásico europeo en uno de los choques más atractivos y ardientes, especialmente para las finales de Champions que ambos han disputado no hace tanto. Desgraciadamente, sin embargo, ambos se verán las caras en un formato de segunda división debido a sus respectivos estados de regresión a nivel internacional. El Manchester United no fue capaz de ocupar una plaza de Champions en la pasada edición de la Premier y el Barça, por su parte, ha sido eliminado por segundo año consecutivo en la liguilla de la Champions, por lo que ambos han cruzado ahora en la que sin duda es la más atractiva eliminatoria de esta fase previa del Europe League, casi una final anticipada según los expertos a los que llegan con un magnífico rendimiento a sus ligas regulares y, por tanto, en buena forma futbolística para garantizar un gran espectáculo.

Estos días serán clave para comprobar si los ingleses despiertan finalmente o si los elevados precios de la reventa actuarán como un freno a las expectativas de un Barça-Manchester desnudo de esa etiqueta de Champions League.

Las quejas de los tour operadores oficiales del club, aquellos que han sido repartidos a conocidos y amiguitos de los miembros del núcleo duro del laportismo, no se han hecho esperar, ya que precisamente éste es el tipo de partido que compensa invertir frente a otros que son deficitarios. Lamentan que se les ha reducido la cuota y la restricción a zonas de mala visibilidad del estadio, aunque no es menos cierto que el pasado año todas estas agencias hicieron el negocio del siglo con la visita del Eintracht, revendiendo tickets a alemanes -no directamente, claro- a pesar de la prohibición expresa de que también afectaba a ese partido. El castigo de la junta por la comisión de irregularidades tan descaradas fue el de «echar» a una sola agencia que a los pocos meses fue readmitida, confirmando que la presunta «sanción» sólo fue una medida cosmética de cara en la galería.

Tampoco existe una manera posible, como bien sabe la junta de Laporta, de aplicar un operativo de seguridad que pueda contener a varios miles de seguidores ingleses con entradas si esta situación llega a producirse, algo que no se puede descartar, con los antecedentes de un departamento de Ticketing históricamente permeable y sospechoso de no poner límites a sus propias actuaciones ni a las de las agencias, en teoría supervisadas e inspeccionadas.

Las entradas siguen en internet, por miles, mientras la preocupación de la junta de Laporta aumenta porque, en el fondo, siempre les ha convenido que ese otro mercado negro estuviera descontrolado oficialmente, pero al mismo tiempo activo y operativo por razones que sólo pueden dar motivos para malpensar. Cortarlo en seco ahora está costando demasiado y ofreciendo una imagen de club antisocial, problemático y sobre todo incapaz de controlar sus propios desmanes y disparates.

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