Joel Díaz y la libertad de expresión

Desde que empezó sus emisiones en TV3, el pasado 18 de octubre, el programa Zona Franca –que abría con la proclama “¡Puta noche y buena España!”- ha sido motivo de polémica. De entrada, porque su presentador, Joel Díaz, aclaró a los televidentes que se había equivocado y que, en realidad, quería decir “¡Buenas noches y puta España!”.

Después, porque en otro programa, Joel Díaz hizo broma a  costa de los catalanes que sufrieron y murieron en el campo de concentración nazi de Mauthausen, durante la II Guerra Mundial. No solo no pidió perdón por esta aberrante falta de empatía con las víctimas del nazismo, sino que un invitado del programa tildó de “hijos de puta” a los miembros de la Amical de Mauthausen, la entidad que honora la memoria de los deportados catalanes en este campo del terror.

La guinda de este pastel infecto la puso Manel Vidal, miembro del colectivo La Sotana –del cual también forma parte Joel Díaz-, colaborador habitual de Zona Franca, que ilustró una referencia al PSC con la esvástica nazi. A causa de esta animalada, Manel Vidal fue cesado de manera fulminante de este “late night show” de TV3.

EL TRIANGLE ha sido muy beligerante con los excesos y las agresiones gratuitas del programa Zona Franca. Por ejemplo, también denunciamos que los miembros de La Sotana que participan aprovechaban el eco que da su presencia en TV3 para promocionar, desde la televisión pública, sus negocios particulares (anuncio de las próximas actuaciones en directo, venta de merchandising…), cosa que está totalmente prohibida por el código que regula la publicidad del canal.

La presidenta de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA), Rosa Romà, y el director de TV3, Sigfrid Gras, han acabado tomando conciencia de las gravísimas infracciones y ofensas que cometían Joel Díaz y su equipo y han decidido, con buen criterio, dejar las cosas claras y ponerles freno.

Contrasta esta actitud de firmeza con la insólita respuesta de Xevi Xirgo, el biógrafo de Carles Puigdemont que ahora ostenta -por imposición de Waterloo- la presidencia del Consejo del Audiovisual de Cataluña (CAC), el organismo que se encarga de velar por las buenas prácticas de las emisiones de radio y TV: para él, los exabruptos de Zona Franca entran dentro de los límites tolerables de la libertad de expresión.

Libertad de expresión, la sagrada coartada para amparar que desde TV3 se insulte a los gitanos (como hacía el programa Bricoheroes, pasado a mejor vida) o a los deportados catalanes de Mauthausen, como ha hecho Zona Franca. Es, precisamente, en nombre de la libertad de expresión que Joel Díaz, Manel Vidal y compañía han recibido la solidaridad de destacadas lumbreras independentistas por la censura y la represión que sufren de la dirección de la CCMA y de TV3.

En toda esta polémica, hay un hecho esencial que se olvida: la diferencia entre los medios de comunicación de titularidad pública, como es el caso de TV3, y los de titularidad privada. Los medios públicos, desde el momento que viven de los presupuestos de la Generalitat, tienen unas obligaciones éticas y deontológicas muy estrictas que están obligados a respetar.

El pluralismo político, la objetividad escrupulosa y la alta calidad de los contenidos son inherentes a la prestación de este servicio público y es el deber de los directivos y profesionales que trabajan cumplirlo. También hay un código de buenas prácticas que obliga a ser respetuoso con todo el mundo y a ser especialmente cuidadoso con las minorías, prohibiendo que se haga escarnio.

Después, como en el caso de Zona Franca, está el sempiterno debate sobre los límites del humor y dónde empiezan las líneas rojas que no se pueden traspasar. En el caso de TV3 son muy claras. Todos asumimos que la BBC es el paradigma de la excelencia de la televisión pública en el mundo occidental en el que vivimos.

Solo hay que hacernos una pregunta: ¿sería admisible en la BBC que un programa hiciera befa de las víctimas del nazismo o equiparara al Partido Laborista con la esvástica nazi porque se opone a la independencia de Escocia? La respuesta es obvia y cae por su propio peso.

Desde su fundación, los directivos y los profesionales de TV3 siempre han manifestado su admiración por la BBC y su voluntad de asemejarse a ella. Con las salvajadas hirientes de Zona Franca justo es decir que está en las antípodas.

Los medios de comunicación públicos tienen que dirigirse al conjunto de la sociedad, respetando educadamente la pluralidad de ideas y de sentimientos. Pueden tener un importante valor formativo y cohesionador en los valores de la tolerancia y de la democracia, además de ayudar a elevar el nivel cultural de la población. En su caso, TV3, es un factor fundamental para la difusión de la lengua catalana.

En los últimos 10 años, TV3 ha sido un instrumento al servicio de la crispación sectaria procesista, dando un pésimo ejemplo de aquello que tiene que ser una televisión pública. Pero esta “página negra” de la historia de los estudios de Sant Joan Despí ya se ha acabado, según proclaman con convicción Rosa Romà y Sigfrid Gras.

Entendámonos: me hagan más o menos gracia, yo no tengo ningún problema con que Joel Díaz y Manel Vidal puedan expresarse libremente. Al contrario, como defensor acérrimo de la libertad de expresión que soy, les animo a que perseveren en su línea provocativa.

Eso sí, que se busquen plataformas privadas –tienen la opción de 8TV, una multitud de emisoras de radio, un canal de YouTube, Tik-Tok, los podcasts, un “talk show” en teatros…- para hacerlo, pero lejos de Sant Joan Despí. Si hay quien se siente herido e indignado por las cosas que digan Joel Díaz y La Sotana desde un medio privado, puede denunciarlos al CAC o, directamente, a los juzgados.

Aunque haya independentistas malacostumbrados que se lo crean, TV3 no es “suya”: TV3 es de todos, porque la pagamos entre todos, y tienen todo el derecho a verla y a disfrutar, sin sentirse agredidos o incomodados, todos los catalanes, piensen como piensen, voten por quien voten. 

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