La lengua, mejor con cariño

¡No me jodan! Ahora resulta que Òmnium Cultural lanza una campaña «en favor de la utilización del catalán», diciéndonos, obligándonos, a «sacar la lengua». Toda mi vida he arrastrado esta expresión con preocupación. De pequeño, un niño me sacó la lengua y quedé paralizado, sin saber qué hacer, inmovilizado como si me hubiesen inoculado un líquido con una jeringa. No me atreví a decirles nada a mis pares, porque no sabía qué reacción podían tener; de hecho, quedé como un calzonazos, incapaz de sacarle yo mismo la lengua o hacerle alguna señal con el dedo corazón. Años después, ya siendo padre, viví la misma situación. Un niño le sacó la lengua al mío y, aquí sí, contraataqué diciéndole a su madre que eso no se hacía. La reacción, de una inusitada violencia, inimaginable, me obligó a callarme a mí mismo. Cuando sea abuelo, estoy seguro de que la situación volverá a repetirse.

Porque sacar la lengua tiene una connotación fea, de falta de respeto hacia el otro; una acción que puede hacerse de lejos y salir corriendo, casi de cobardía. No implica llegar a las manos, ni ningún tipo de violencia física, pero no deja de ser desagradable y grosero. Sí, ya sé que los de Òmnium hacen un juego de palabras, y quieren decir que utilicemos la lengua, que la empleemos, que no cambiemos de idioma cuando alguien nos hable en castellano y que así reforcemos su uso; todo esto ya lo sé. Pero existen metáforas engañosas, dobles sentidos que están hechos con mala leche, con una connotación de rabia absoluta contra la persona que nos encontramos delante y que habla otro idioma. «Sacar la lengua» siempre ha tenido un sentido negativo, despreciador y no me equivocaré mucho si pienso que quien la ha puesto en marcha es alguien con un antiespañolismo recalcitrante y xenófobo, que es lo que representa ahora mismo esta entidad que nació para defender la lengua y la cultura catalanas, en un momento donde no era oficial y tampoco había instituciones que hicieran ese papel.

Yo nunca le sacaré la lengua a mi interlocutor. En cualquier caso, facilitaré la comunicación, que es lo que importa; intentaré que la conversación llegue a buen término, por el bien de la convivencia. No me importa el idioma si, finalmente, conseguimos lo que nos habíamos propuesto. Y a modo de ejemplo, me viene a la cabeza la experiencia que tuve en Mura donde una camarera, al oírnos hablar en castellano, hizo el esfuerzo de cambiar su lengua materna por la nuestra de comunicación, con un resultado bastante penoso. Se disculpó, pero yo le respondí, en catalán, que no era necesario rebajarse, que nosotros también hablábamos su lengua y que lo que interesaba era comer bien y regarlo todo con un buen vino. La chica, con una sonrisa, confesó que debía «sacar la lengua» en castellano más veces, que había hecho el ridículo, que venían muchos visitantes de todas partes y que debía quedar bien. Lección aprendida.

Igualmente, en muchos lugares de la Cataluña interior, se viven situaciones donde la convivencia de las dos lenguas es tan evidente que todo el mundo «saca la lengua» que le sale, sin rasgarse las vestiduras ni tener dolor de vientre. En la plaza más céntrica de Peratallada, un camarero nos pide en catalán qué queremos. Desde la mesa, grita hacia el interior «¡Paco, dos cafés con leche, un cortado y dos bocatas de fuet!», en un castellano a la andaluza bastante potente.

Yo, a los de Òmnium, les diría que la lengua no puede entrar nunca con sangre, con mala sangre, con arrebatos ideológicos que todo lo salpican, que todo lo ensucian, excepto si quieren acabar con el catalán en menos de dos décadas, que es lo que parece. No conocen la empatía, el acercamiento hacia las personas que ven el catalán como lengua lejana, ni la amabilidad. Quizá deberían ver la labor que realiza el Instituto Cervantes, ofreciendo cursos de catalán, euskera y gallego por todo el mundo, acogiendo el catalán como una lengua nuestra, de todos. ¿Y si Òmnium hiciera cursos de castellano para mostrar su «cariño» hacia la lengua más hablada en Cataluña? ¿No sería un incentivo para acercar a los castellanohablantes hacia la lengua en peligro?

Seguramente soy un iluso. La deriva que ha tomado esta asociación hace pensar que el enfrentamiento es inherente a su esencia. Desgraciadamente, va perdiendo oportunidades que podrían cohesionar a esta sociedad. Son muchos, es cierto, pero cada vez más se les ve el plumero. La convivencia no está entre sus metas. Separar, «sacando la lengua», ya está consiguiendo más rechazo que seducción. Yo de ustedes me lo haría mirar.

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