¡Son los kilovatios, estúpidos!

Ahora mismo, en los países más avanzados del planeta, hay miles de científicos que están trabajando en la puesta a punto de la tecnología que nos tiene que permitir la obtención de energía abundante, no contaminante y barata. Hay varias fórmulas en fase de investigación, pero parece que la “piedra filosofal” será la energía de fusión nuclear, basada en el mismo principio que explica la existencia de las estrellas.

Pero la puesta a punto y comercialización industrial de esta nueva tecnología no será a corto plazo, a pesar de que los avances conseguidos hasta ahora son muy importantes y esperanzadores. Mientras no se consigue el eureka definitivo, el Mundo está confrontado a una emergencia inaplazable: la sustitución de los combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) por otras fuentes de energía no contaminantes.

Por un doble motivo: la utilización masiva de estos combustibles es un disparate ecológico, a causa de la polución de CO₂ que provocan y que tiene efectos perniciosos sobre la regulación del clima; además, los países productores de gas y petróleo -con la loable excepción de Noruega- han creado una geopolítica perversa que provoca, desde hace décadas, guerras, corrupción e inaceptables desigualdades sociales.

El chantaje de Rusia a la Unión Europea a cuenta de la agresión militar contra Ucrania es un ejemplo de esta aberración criminal, como lo son las políticas impuestas por los Estados Unidos, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes, Irán, Venezuela o Guinea Ecuatorial. La hegemonía de los hidrocarburos en la producción de energía explica el orden mundial que tenemos/sufrimos hoy y solo un cambio de paradigma energético nos permitirá entrar en una nueva y mejor etapa de la civilización humana.

Hay que decir, de manera clara y contundente, que la solución no son las centrales nucleares de fisión. Porque su riesgo de accidente y sus catastróficas consecuencias son inaceptables; y porque los residuos atómicos que producen son un foco de contaminación radiactiva que se prolongará durante miles de años y que, por responsabilidad, no podemos, de ninguna forma, legar como herencia tóxica a las generaciones futuras.

En esta tesitura, esperando la puesta a punto de la energía de fusión, se impone hacer una apuesta decidida y rápida por las energías renovables, como son la eólica y la solar. Teniendo muy presente que sus estructuras son fáciles de montar y de desmontar, al contrario que las centrales hidroeléctricas, térmicas o nucleares.

Cataluña tiene que perder el miedo a la implantación masiva de la energía eólica y solar, sabiendo que estas instalaciones son provisionales y que podrán ser desmanteladas cuando ya no sean necesarias. Tenemos Sol, tenemos viento y tenemos espacio -en el mar y tierra adentro- para convertirnos en vanguardia en esta fase de transición energética, con un horizonte a 25 años.

En la actualidad, solo el 17,5% de la energía eléctrica producida en Cataluña es de origen renovable (en España es el 46,7%). Vergonzoso. Lo acaba de denunciar un grupo de empresarios, científicos y ecologistas catalanes, que han hecho público el manifiesto “Renovables, o una Cataluña a la cola”.

“Desgraciadamente, Cataluña está a la cola de Europa y de España en soberanía energética y energías renovables. Estamos muy lejos de países de dimensión similar al nuestro como Bélgica o Dinamarca, que con menos Sol tienen 6.000 y 8.000 Mw de capacidad de producción fotovoltaica instalados; aquí tenemos 455 Mw”, recuerda el documento.

Y continúa: “A pesar de este enorme atraso, el Gobierno de Cataluña se ha comprometido a hacer posible una sociedad neutra en carbono el 2050, reduciendo el consumo de energía un 41% respecto al 2017 y obteniendo un 97,5% de toda la energía de fuentes renovables”, señala el texto. Pero para llegar a los objetivos fijados hará falta multiplicar por 33 la capacidad actual de producción solar y eólica en el país.

“Centrales fotovoltaicas y parques eólicos —terrestres y marinos— tienen que pasar a formar parte de nuestro paisaje. Son imprescindibles para garantizar el suministro de energía en centros urbanos, industria o equipamientos esenciales (como hospitales, depuradoras, etc.). Solo con un aprovechamiento decidido del viento allá donde más sopla y del Sol allá donde más irradia avanzaremos hacia el ineludible cambio que encaramos como civilización”, señala el manifiesto.

“El riesgo de colapso social y económico es demasiado grave para no emprender la transición energética de manera inmediata y a gran escala. Es nuestro deber proveernos de energía con los recursos renovables al alcance y dejar de exportar los impactos de la producción de energía a otros lugares. Tenemos la obligación de crear un sistema energético cero emisiones en tiempo récord”, concluyen los firmantes de este documento, que comparto totalmente.

La Generalitat tiene que liderar, sin más dilación, la recuperación de este tiempo perdido. Eso sí, sin privilegiar unas comarcas en detrimento de otras, como ha pasado hasta ahora, ni alimentar sospechas de agravios territoriales. Es una incongruencia que las tierras del Ebro y la demarcación de Tarragona soporten la implantación masiva de molinos de viento, mientras que en la zona de Girona, muy rica en viento, no se produzca ni un kilovatio de energía eólica.

Los ayuntamientos también pueden ser unos grandes actores en este despliegue imprescindible de las energías renovables en Cataluña. La creación de parques energéticos locales, con participación municipal, puede ser una fuente muy importante en la generación de electricidad limpia. Para ello, hace falta un marco jurídico regulador que facilite su implantación y, claro está, voluntad política para hacerlo de manera prioritaria y urgente.

La actualidad informativa va llena de palabras como “sedición”, “malversación”, “referéndum”… Hojarasca de políticos politiqueros. Aquello que cuenta es kilovatios limpios, kilovatios limpios, kilovatios limpios… Solo de este modo podremos salir del actual callejón sin salida y romper el bucle que nos atenaza.

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