La maledicencia sobre las actividades de su hijo han dejado tocado el entorno de Laporta

Un sector hasta ahora ciegamente leal al presidente ha empezado a dudar del crédito y de la transparencia de una gestión que, sobre todo en los fichajes, empieza a dejar un mal rastro

Guillem Laporta
Guillem Laporta.

A la directiva del Barça se le está haciendo demasiado larga esta pausa mundialista, sobre todo a partir de conocerse la extrema proximidad del hijo de Joan Laporta, Guillem Laporta (foto), con operaciones de fichajes y cesiones del club azulgrana que han sido reconocidas por el agente FIFA Raúl Verdú, socio de la agencia de intermediación y representación de futbolistas Top Level Football 77 SL, en la que ambos son socios desde su registro en mercantil el pasado mes de julio.

La fecha, las circunstancias, las conexiones de esta pequeña e incipiente empresa con Fali Ramadani, uno de esos súper-agentes del fútbol europeo a través de Lian Sports & Partners, con matriz registral en Irlanda, y participación directa en el trapaso de Marcos Alonso del Chelsea al Barça, han dejado un rastro de sospechas y de mal olor en ese entorno laportista que, por primera vez, no ha contraatacado con la vehemencia defensiva habitual a este tipo de informaciones tan negativas para la imagen y el prestigio de Joan Laporta.

Al contrario, los medios han reaccionado, aunque a diferentes niveles, con una evidente sensación de que esta vocación y talante de empresa familiar promovida por Laporta se ha llevado seguramente demasiado lejos, sea o no cierto y demostrable que, como sugieren las informaciones más osadas, el hijo del presidente haya acabado beneficiándose de una parte de los dos millones en comisiones que, acumuladamente, han generado ese fichaje de Marcos Alonso y las cesiones de Lenglet, Dest y la entrada y salida de Aubameyang.

Lejos de enviar burofax y de realizar desmentidos categóricos, Laporta recurrió esta vez a uno de sus amigotes, abogado declaradamente laportista y nombrado a dedo por él mismo al frente de la “Compliance Officer” del FC Barcelona, para salir al paso de un creciente reflejo mediático sobre la presunta falta de pulcritud de las actuaciones de Guillem Laporta como recién llegado a ese mundo opaco y pestilente de la intermediación.

Sergi Atienza, el “Compliance” del club, firmó e hizo público un informe exculpatorio sobre la posible vinculación, relación o participación directa de Top Level Football con ninguna operación con el FC Barcelona.

La decisión de negar algunas de las evidencias ha tenido, sin embargo, un efecto multiplicador y gris, contrario a la pretensión del comunicado, pues ese extremo, la ausencia de una contraprestación entre Guillem Laporta y el club azulgrana, ya lo había dejado bastante claro el propio Raúl Verdú en declaraciones previas, confirmando que la sociedad de ambos sólo tenía como objetivo facturarle servicios a Fali Ramadani, además de afirmar que Guillem no iba a cobrar en ningún caso de la llegada de Marcos Alonso, porque su padre, Joan Laporta, se lo había prohibido expresamente.

No le habría impedido, en cambio, lanzarse a por el dinero fácil como intermediario a la sombra de un agente FIFA con cierta experiencia y reputación como Raúl Verdú.

Sergi Atienza, por su parte, no puso el foco de su investigación en esa presunta facturación entre Top Level Football y Fali Ramadani, ámbito en el que podría determinarse la evidencia y dimensión, si lo hubiere, de esa participación del hijo del presidente a través de una sociedad a la que, como es fácil de entender, nunca se le ocurriría presentar al cobro una intermediación directamente al FC Barcelona.

Entre otros motivos, porque está prohibido por la Llei de l’Esport y, seguramente, por cualquier código ético que no fuera el actual del Barça, convenientemente manipulado y arreglado por Laporta para albergar excepciones, como la de su propia hermana, Maite, y no contemplar como sospechosas las actividades de su prima, Marta Segú, de su hermano Xavier y de su cuñado Alejandro Echevarría.

Tampoco ha ayudado a este enfriamiento mediático de la imagen de Laporta la ocultación de 200.000 euros anuales de aumento para el staff de la Fundació Barça que, por las trazas y la forma en que se ha encubierto, han ido a doblar el salario de la prima del presidente, Marta Segú, a los pocos meses de haber recuperado su puesto de directora general, doce años después.

Otros periodistas se han mordido la lengua, aunque, entre líneas, no han dudado en afear la repentina y precoz vocación del hijo de Laporta en un ámbito de los negocios perjudicial para la imagen del presidente, ya de por sí excesivamente identificada y saturada de ese compadreo y amiguismo con todo tipo de intermediaros.

Algunos opinadores que se habían significado con el régimen empiezan a abrir los ojos a la auténtica realidad de lo que se cuece en la trastienda del laportismo, especialmente dentro de esa cueva donde se refugia la familia. Estos primeros periodistas que han sentido la llamada de la conversión son los que han recordado e identificado la presencia de Guillem Laporta, feliz, eufórico y alegre como unas pascuas, en la presentación de Marcos Alonso el verano pasado. Sin necesidad de atar demasiados cabos, esa foto se ha convertido en un recuerdo de familia complicado de justificar y de admitir.

Al hilo de este tipo de noticias, desde el club se han realizado llamadas a algunas redacciones para esclarecer y desmentir que los hijos del vicepresidente deportivo Rafa Yuste y del directivo Xavi Puig, que también trabajan como agentes de futbolistas, hayan realizado operaciones con jugadores de la cantera del Barça.

Acciones mediáticas defensivas que no mejoran el crédito de estos directivos, obligados a esforzarse en disipar esta niebla baja que los envuelve, ni resuelven el misterio de la entrada en escena de esta nueva generación de intermediarios júnior que, resulta sorprendente, han sentido esta vocación no antes de que sus respectivos padres hubieran recuperado o alcanzado la condición de directivos del FC Barcelona. Sin duda, es llamativo.

Ha habido analistas que han ido un poco más lejos y que han dejado por escrito, como Marçal Lorente en Mundo Deportivo, reflexiones que aportan luz en la oscuridad de los más de 100 millones gastados en Ferran Torres y Raphinha: “La mayor inversión fue gastada en dos futbolistas a los que les gusta jugar de extremo derecho, justo la posición en la que Xavi considera intocable a Dembélé. Si había otra demarcación en la plantilla que estaba bien cubierta era la de lateral izquierdo, con Alba y Balde, por eso no se entendía que se fichara a otro más, hasta que se ha sabido que Marcos Alonso lo ha traído el socio del hijo de Laporta, que se dedica a la representación de jugadores y que cobra de Fali Ramadani, cuyo intermediario ha participado, casualmente, en cinco operaciones del Barça este verano”.

Con razón Laporta quería fichar ahora en invierno un lateral izquierdo, que es lo que de verdad le pedía Xavi desde hace meses, una posición que está agotando la energía de Jordi Alba y que ha forzado la pequeña explosión de Balde.

Parece, sin embargo, que con la negativa de LaLiga a usar más palancas, Javier Tebas se ha convertido en el enemigo público de la familia Laporta.

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