Reflexión y acción en política contemporánea

No deja de sorprender el alto grado de emocionalidad que activistas de todas las formaciones invierten o han invertido en la manifestación y defensa de sus propuestas en los foros sociales. La defensa emocional de las diferentes ideologías es legítima y es necesario respetarla. El problema se plantea cuando desde posiciones básicamente emocionales se niega o elude la realidad y la racionalidad que exige toda acción política.

La acción política basada en la emocionalidad dificulta cuando no impide que la reflexión ética sea un elemento básico en la acción política. Por otra parte, la emocionalidad política exenta de racionalidad, lejos de resolver los problemas reales de la sociedad, lo que acaba consiguiendo es la destrucción del espacio público libre y sereno que, junto con la responsabilidad política, son elementos imprescindibles a la hora de resolver los problemas que apremian a la sociedad.

La acción política no puede sustraerse de la emocionalidad de las personas y de los grupos sociales, pero debe expresarse en un contexto de racionalidad y pragmatismo. Por la misma regla de tres, las actuaciones políticas basadas únicamente en la racionalidad son tan inviables como las exclusivamente emocionales, ya que el día a día de las personas y de la política es inherente a las emociones, sentimientos, deseos, valores y los intereses. Por todo lo argumentado previamente, es necesario recordar las premisas que deben acompañar la reflexión y la acción en política.

Acción política significa dar los pasos (o actuar positivamente) para resolver los problemas y demandas sociales. El desarrollo, defensa o impugnación (cuando sea necesario) de la acción política puede proceder por dos vías. Una es la acción legal y administrativa que los tribunales, legislaturas y departamentos ejecutivos del gobierno puedan aplicar. La otra vía es el debate público, en el que se debe combinar sabiamente la heterogeneidad de valores e intereses, tanto en el contexto emocional como en el racional.

Por eso es necesario que la acción política vaya precedida de reflexión y especialmente del llamado “pensamiento crítico”, que puede entenderse de forma breve como un pensamiento riguroso dirigido a resolver problemas o demandas sociales. Como nos dice el pensador John Dewey (1859-1952), tecnociencia y democracia se apoyan mutuamente y son interdependientes, igualitarias y progresistas. En este sentido, y siempre de acuerdo con lo que defiende Dewey, las fases del pensamiento crítico en política deberían ser las siguientes: 1. Tener clara la dificultad o complejidad de los problemas que se quieren resolver. 2. Utilizar diferentes ideas, sugerencias o hipótesis, que guíen las actuaciones políticas hacia posibles soluciones. 3. Utilizar el razonamiento como parte (no el todo) de la elaboración de las posibles soluciones. 4. Entender los aspectos emocionales que siempre están presentes en la problemática social y política. 5. Intentar probar la hipótesis (ya sea por acciones previas o imaginativas) antes de decidir la acción política.

Aquí nos encontramos con las dificultades inherentes a la definición de emoción, que es una forma básica de reaccionar a toda actividad humana. Las emociones sirven para establecer nuestra posición en lo que respecta a nuestro entorno, y nos impulsan hacia ciertas personas, objetos, acciones, ideas y nos alejan de otros. Las emociones también actúan como depósito de influencias innatas y aprendidas. Tienen ciertas características invariables y otras que varían entre individuos, grupos y culturas. Es decir, la emocionalidad es un elemento difícil de gestionar en política.

En cualquier caso, creo que es necesario exigir que sean cuales sean las circunstancias sociales, las acciones políticas que se generen deben estar elaboradas previamente por la reflexión y el pensamiento crítico. En mi opinión, es obvio que situaciones que han impactado y siguen impactando nuestros días, como el trumpismo en EEUU, el Brexit en Reino Unido y el proceso independentista catalán, son respuestas poco o nulamente racionales y básicamente emocionales. Parece obvio que no sólo no van a resolver los problemas sociales que las han originado, sino que serán causa de más problemas y conflictos.

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