Laporta favorece el plan de Bruselas y Madrid de convertir el Barça en SA

El presidente azulgrana está de acuerdo con Florentino en alentar una conversión por decreto y la vicepresidenta Elena Fort ya ha anunciado que esta junta no promoverá ningún blindaje para impedirlo

Joan Laporta

Resulta alarmante el modo en que la junta directiva de Joan Laporta, bajo la pretensión de perfeccionar, mejorar y sobre todo democratizar los estatutos del FC Barcelona, está abriendo la puerta a la inevitable conversión del club en Sociedad Anónima. La propia vicepresidenta, Elena Fort, también ha apuntado cómo se producirá este cambio de modelo por el que apuestan y están de acuerdo Florentino Pérez y Joan Laporta, hoy presidentes-caciques de sus respectivos clubs con la pretensión, y un plan perfectamente elaborado y anticipado, para una transición obligada a la SA que ambos están moviendo desde la sombra.

El repentino e injustificado interés de la junta en imponerse una reforma estatutaria y las prisas por convocar a los socios a una reunión en la que, convenientemente, se les ha invitado a expresar sus deseos e inquietudes, forman parte principal de esa compleja trama en la que, finalmente, el Barça y el Madrid serán las víctimas propiciatorias de un cambio de modelo propiciado y avalado por las principales autoridades del deporte.

En cualquier caso, esos sueños estatutarios propuestos desde la junta de Laporta no son más que un señuelo y otra farsa, como se puso de manifiesto la semana pasada en una reunión a la que asistieron un total de 120 de socios con la nada sorprendente conclusión, según la cobertura periodística perfectamente afinada y orientada, de la necesidad de defender el modelo de propiedad ante los rumores que apuntan al Barça SA y de introducir los cambios también imprescindibles para hacer más participativas y representativas las asambleas.

Esa es también la opinión coincidente de Elena Fort que, sin embargo, se negó rotundamente a asumir el compromiso de blindar el club contra algún tipo maniobra gubernamental en esta dirección. Su posición no pudo ser más trágicamente ambigua, por no decir de resignación, cuando los mismos socios plantearon aprobar en asamblea un articulado contra cualquier injerencia exterior. «Es una inquietud que muchísima gente te hace llegar. Esta junta tiene el reto de proteger esta forma social que tenemos y que nos hace únicas. Estamos aquí para defenderla. Esta junta actual no tomará esta decisión. Ahora bien, si las leyes obligan a tomar otro camino, los Estatutos no pueden ir contra la legalidad. Blindar no, porque como entidad asociativa estamos bajo las normas legales de la Generalitat, el Estado español y las instituciones europeas. No sabemos si un día Europa puede decidir cualquier otra cuestión», dijo.

Por tanto, lo que Laporta está forzando ahora es crear el marco estatutario idóneo para que, cuando llegue el momento, pueda ser él mismo quien, en connivencia con el gobierno de turno, pilote esa transición mediante algún cargo que, después de todo, le permita seguir, como ahora, mandando sin la menor oposición después de haber anulado el noventa por ciento de las garantías democráticas y de participación del Barça.

En cambio, la puesta en escena formal resultó de lo más apropiado a los ojos y la sensibilidad de los socios presentes, del todo ajenos al verdadero interés de la vicepresidenta institucional en moldear los estatutos a favor de esa gran transformación que se está gestando en determinados ámbitos de la alta política europea, donde hace tiempo que se busca la forma de unificar la forma jurídica de los grandes clubs europeos, un escenario en el que tanto el FC Barcelona como el Real Madrid son una excepción complicada de regular a causa de su estructura social.

La gobernanza europea viene reclamando un tipo de normativa que resuelva de una vez por todas esa excepción ibérica que también afecta a otros dos clubs de menor impacto económico como son Athletic Bilbao y Osasuna.

La imposición de un nuevo relato para estas entidades, que siguen siendo esencialmente asociaciones deportivas sin ánimo de lucro, sería una repetición de la gran transformación del fútbol español en el año 1990, cuando los clubs habían acumulado el equivalente a casi 200 millones de euros en pérdidas. “En los clubes no había control económico de ningún tipo. Los socios no controlaban nada, solo querían ganar los domingos y si se perdía, sacaban el pañuelo para echar al presidente y ya está. Eso llevó a la presidencia de los clubes a empresarios de toda índole, inmobiliarios, o que simplemente querían medrar. Los palcos eran un lugar para conocer a los políticos y hacer negocios”. Ese fue el argumento del entonces presidente del Consejo Superior de Deportes, Javier Gómez Navarro, para obligar a convertir los clubs en SAD (Sociedades Anónimas Deportivas), a todos menos a los citados Barça, Madrid, Athletic y Osasuna.

Las excepciones se justificaron, mal que bien, en el hecho de que habían acumulado beneficios en los ejercicios anteriores al decretazo que lo cambió todo. Ahora, esa orden superior puede provenir próximamente de Bruselas, aprovechando la excusa de que esos gigantes, sobre todo el Barça, tienen, económicamente hablando, los pies de barro como consecuencia de la pandemia. Incluso el Madrid ha expuesto recientemente pérdidas ocultas que podrían favorecer su inclusión en una especie de decretazo como el de 1990.

Ambos presidentes, Florentino y Laporta, alimentan que el propio gobierno central se atreva a dar el paso y evitar situaciones como una sentencia que ha obligado a los cuatro clubs españoles a devolver a Hacienda el diferencial entre el impuesto de sociedades que se les practicaba, del 25%, y el 30% aplicado al resto de los clubs por su estructura SA a lo largo de los últimos veinte años.

De alguna manera, la gestión actual de Laporta, que está dilapidando voluntaria y alocadamente el patrimonio del Barça después de haber provocado unas pérdidas exageradas, forma parte estratégica de ese camino iniciado hacia el Barça SA bajo el pretexto de la herencia de Josep Maria Bartomeu, por un lado, y la posición de la Moncloa y de Bruselas, por otro, que, más pronto que tarde, obligará a una revisión de modelos que se consideran obsoletos y poco prácticos. Laporta se está preparando para jugar, cuando llegue el momento, el papel del barcelonista que habrá luchado hasta el último momento por evitar la transformación y por erigirse como la única figura que podría defender los intereses de la historia identitaria del club.

Nunca los socios del FC Barcelona habían tenido tan perdida de antemano una batalla. El gran golpe de Laporta está en marcha.

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