El Palau corre peligro de desaparecer junto a las secciones

Goldman no encuentra inversor para el nuevo pabellón ni Laporta contempla autofinanciarlo, pero si se aprueba el crédito para el nuevo Camp Nou su derribo sería inevitable

El Palau Blaugrana

Según las previsiones, esta semana se ha cerrado el plazo para la presentación de candidaturas cara a la licitación de las obras de remodelación del Camp Nou. Este tipo de noticias, junto con la imagen de gruas y material de demolición trabajando en el gol sur del Camp Nou, sugieren que, de una vez por todas, el Espai Barça ha arrancado hasta haber alcanzado un punto de no retorno, que incluye el traslado a Montjuïc del primer equipo a partir de la próxima temporada. La realidad, sin embargo, es completamente distinta de esta cosmética y de esta apariencia que tan bien domina Joan Laporta, ese tipo de gestión mediática con la que sigue dominando el barcelonismo desde su reentrada en el Camp Nou.

Lo cierto es que, contra esa prisa y compulsión por adjudicar las obras mucho antes de disponer de un proyecto de ejecución y de obra que aún no ha entrado siquiera en el Ajuntament de Barcelona -es decir, anticipándose a la concesión de la licencia para esa tercera grada que el presidente se empeña en derruir como sea-, debería estar atada y garantizada su financiación.

Varias voces periodísticas teóricamente bien informadas habían deslizado la posibilidad de que esta misma semana se anunciara el acuerdo con Goldman Sachs por un importe de 900 millones de euros para poder reconstruir el Camp Nou y parte del Espai Barça. Una cifra lejos de esos 1.500 millones autorizados por la asamblea que se habían calculado para el conjunto del proyecto que prevé el nuevo Palau Blaugrana.

Parece, por la coincidencia de las fuentes que apuntan en la misma dirección que, por ahora el Palau se ha caído de esas conversaciones y que no existe, ahora mismo, ninguna posibilidad de que ambos edificios puedan ir avanzando simultáneamente como se había previsto.

De hecho, el plan original consideraba imprescindible ir levantando el Palau donde ya se ha derribado el Miniestadi a tiempo de poder derribar el actual, ya que constructivamente no es posible terminar la nueva tribuna principal frente a la cual se han de soterrar establecimientos de servicio como el museo y la megastore, además de una reconstrucción de las zonas de parking, sin prescindir preventivamente del antiguo Palau.

Aunque se haya reestructurado el antiguo plan a base de sacrificar un año de seguir jugando en el Camp Nou para acelerar las obras esa misma prisa, no hace sino aumentar la premura en trasladar la actividad de las secciones a otra parte lo antes posible. Lo que quiere decir que si Goldman Sachs no encuentra inversores los equipos de baloncesto, balonmano, hochey patines y fútbol sala tendrán que buscarse la vida y acomodos en otras instalaciones.

Esta dispersión y evacuación urgente, si es que de verdad Laporta ata eso 900 millones para el estadio, sería un golpe añadido al futuro de las secciones que ya conocen la decisión de la junta de reducir en 15 millones su presupuesto a partir de la próxima temporada.

Una combinación de elementos peligrosa y terriblemente perjudicial para equipos que, al margen del baloncesto, que tendría la posibilidad de instalarse en el Sant Jordi, deberían cobijarse en pabellones alternativos y lejos de ese espacio de confort de Palau en el que han ido echando raíces pese al tirón social del fútbol.

No hace falta decir que si las obras del nuevo Camp Nou se inician el próximo verano, la dimensión y el nivel de afectación al propio entorno del club ya dejaría impracticable a todos los efectos la zona del Palau, del mismo modo que está previsto el traslado del museo al ultimo reducto de esa zona en la pista de hielo.

Se habla apenas de ese retraso en abordar el futuro del Palau porque, como es notorio, Joan Laporta siente una aversión histórica hacia las secciones por el mal recibimiento y la pésima relación con ese público que siempre consideró, al menos en su anterior etapa, como abiertamente nuñista.

Con el tiempo que ya ha transcurrido esa dinámica ha cambiado, desde luego, y, entre otras razones, porque nadie ha reivindicado ese fuerte lazo que tuvo el expresidente Josep Lluís Núñez con el Palau. Otra cosa es que, precisamente por este mismo motivo, como consecuencia de esa especie de orfandad directiva, el socio del Palau, el fiel, haya desarrollado una sensibilidad más independiente y menos dócil respecto de la directiva de turno. El público del Palau no solo entiende de lo suyo y hace su vida, sino que ha aprendido a disfrutar del barcelonismo a su propia manera y a subsistir, respecto de la masa que sigue el fútbol, en una precariedad históricamente discutible, pues cada año se invierten 50 millones en la financiación de los cuatro equipos del Palau para que puedan seguir disputando Copas de Europa. Esa es la razón por la que Goldman Sachs no encuentra dinero para el Palau del futuro, porque con tantos equipos usufructuándolo no existe, a diferencia del Camp Nou, un plan de negocio que pueda sostener la devolución en un plazo razonable de una inversión de casi 500 millones.

Esa misma idiosincrasia y personalidad tan distinta, y al margen del palpitar del socio futbolero exclusivamente, es la que puede provocar tensiones con la junta de Laporta si, de pronto, a ese recorte de 15 millones, que situaría a los equipos en un segundo nivel competitivo, como al resto de sus rivales, se une un éxodo precipitado, atropellado del Palau, su casa, sin ninguna fecha de retorno.

Hoy no existe un plan alternativo, sólo un horizonte cada vez más negro para las secciones y sus miles de seguidores, si no fuera porque, de la misma forma que Laporta intenta convencer al barcelonismo de que el inicio de la cuenta atrás del Espai Barça ya es irreversible, en realidad el proyecto sigue varado a la espera de que Laporta acceda a esas nuevas garantías de Goldman Sachs a cambio de soltar 900 millones. Laporta aún no se atreve a dar ese paso que sí que cambiaría el modelo de sociedad y que desde luego contemplaría un Barça sin sus secciones.

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