“Pim-pam-pum” contra los periodistas

El trabajo de los periodistas es cada vez más precario, más complicado y, a la vez, más criticado y más menospreciado. En Cataluña, en los últimos días, hemos tenido dos muestras de la alarmante degradación que sufre mi profesión vocacional, que ejerzo desde hace más de 45 años.

De un lado, la aparición de un falso perfil de twitter, donde una periodista ficticia, Joana Masdéu, se dedicaba a descalificar a todos aquellos que han criticado la impresentable agresión dialéctica del diputado Francesc de Dalmases contra la subdirectora del programa FAQS, Mònica Hernández. Se descubrió que este falso perfil lo había activado un hiperventilado activista a sueldo de JxCat, que no tiene ninguna relación con el periodismo.

Del otro, la campaña de odio en las redes de la cual ha sido víctima la periodista de El Periódico Sara González, a la cual han acusado de ser una “vendida” al servicio de ERC, por el hecho que su pareja hace trabajos de asesoría para el partido republicano. Poner en entredicho la contrastada valía y profesionalidad de esta periodista por la identidad de la persona con la que convive es muy miserable.

Atacar a los periodistas es una vieja táctica de todos los gobiernos totalitarios y de los políticos con tics autoritarios -Donald Trump es el paradigma-, cuando les llevan la contraria o les destapamos sus mentiras y sus miserias. “Matar al mensajero”, desacreditándolo o silenciándolo, es el recurso fácil de quienes han sido pillados perpetrando fechorías y que, encima, se quieren hacer pasar por víctimas de los “plumillas”.

Justo es decir que la explosión de Internet y la proliferación de nuevos medios de comunicación digital ad infinitum, con la aparición del alarmante fenómeno de las fake news, también ha contribuido a crear una sombra de desconfianza sobre el colectivo periodístico, extendiendo la sospecha que actuamos al diktat de oscuros intereses y que nos dedicamos a “esconder” la verdad o bien a “manipular” la realidad de los hechos para favorecer a unos “poderes ocultos”. Como en todo, hay que discernir el grano de la paja y es evidente que la inmensa mayoría de los profesionales trabajamos de manera seria y responsable, verificando todo aquello que publicamos y rechazando, de manera rotunda, las fake news, que son la antítesis del periodismo.

De ser un oficio prestigiado, por su compromiso en la recuperación y la defensa de las libertades democráticas en España, el periodismo vive actualmente sus horas más bajas, enfangado en todo tipo de polémicas sobre su moralidad y su credibilidad. Todo el mundo se atreve a “disparar” contra los periodistas y nos hemos convertido en el “pim-pam-pum” de todo tipo de haters, desde hienas carroñeras de Vox hasta independentistas hiperventilados, pasando por ayusistas, colauistas y complotistas de todo pelo.

Este ambiente tóxico no nos tiene que acobardar ni debilitar en nuestro combate permanente por la libertad de prensa y de información. El periodismo, a pesar de esta época aciaga que vivimos, ha sido, es y será una profesión indispensable para salvaguardar la democracia y empoderar a la sociedad. En los países avanzados, los medios de comunicación actúan como “cuarto poder” reconocido, con la misión de fiscalizar la actuación de los gobiernos y de los representantes públicos y de proteger a la ciudadanía del afán voraz de las grandes corporaciones empresariales.

Ante la crisis que padece nuestra profesión, es el momento de recordar a todos aquellos compañeros periodistas que las pasan canutas o que pagan con su vida la misión de servicio a la sociedad, inherente a nuestra tarea profesional. Los periodistas que se la juegan en muchos países del mundo donde las libertades democráticas están fuertemente reprimidas (China, Birmania, Rusia…) son nuestro ejemplo y nuestra guía en estos momentos de desconcierto y de incertidumbre.

Pero los ataques a la profesión no son solo exclusivos de países con regímenes autoritarios o tiránicos. En el México de Andrés López Obrador, en lo que llevamos de año, ya han sido asesinados 14 periodistas, abatidos por sicarios de las mafias y de los narcotraficantes.

Un caso especialmente sangriento es el que pasa actualmente en Irán. El régimen de los ayatolás ha desatado una violenta represión contra la población, que reclama libertades y el fin de esta abominable teocracia. Los periodistas, tanto los locales como los corresponsales extranjeros y los enviados especiales, son las víctimas propiciatorias de esta brutal persecución y esto hace que se haya creado un “silencio mortal” sobre todo aquello que pasa en este país de 85 millones de habitantes.

Se sabe que hay 46 periodistas encarcelados, muchos de los cuales afrontan graves cargos, acusados de “espionaje” y de “conspiración”. La salvaje tortura y la muerte de la joven Mahsa Amini, a manos de la “policía de la moral” del régimen ha sido la chispa que ha encendido la ira y la revuelta de la gente.

Entre las últimas víctimas de esta durísima oleada de represión están las periodistas Niloofar Hamedi, Elaheh Mohammadi y Nazila Maroufian, que han sido detenidas y encerradas en la cárcel de Evin por difundir detalles del asesinato de Mahsa Amini y de las protestas que se extienden por todo el país. El bloqueo informativo total que hay en Irán y la “tiranía” que marca la agenda de la actualidad internacional hacen que la dificilísima situación que pasan los periodistas iraníes no merezca ninguna atención.

Pero su valentía, su compromiso y su determinación son un ejemplo para toda la profesión periodística. Es por ello que reclamo, desde aquí, que difundamos y denunciemos estas represalias con nuestras armas: la voz y la palabra.

En España, los periodistas podemos ser objetivo de “haters y de acusaciones disparatadas de quienes se sienten interpelados por nuestro trabajo. No conseguirán atemorizarnos ni callarnos. Nuestra fuerza y nuestras convicciones son muy profundas, sabemos qué hacemos, sabemos qué queremos y tenemos referentes muy sólidos en el camino de defender y ensanchar la libertad de prensa y de información al servicio de una humanidad más democrática, más justa y más transparente.

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