El misterio sigue rodeando la vida profesional de Laporta al frente de un bufete fantasma

Joan Laporta

Hasta que Joan Laporta llegó al palco del Camp Nou, la ocupación -y hasta la posición social- del presidente del FC Barcelona era una cuestión que, sin estridencias mediáticas, formaba parte del interés social del barcelonismo. Se diría que, durante el franquismo, su procedencia y estatus determinados fueron una condición casi imprescindible para ser presidente del club, especialmente en los años sesenta y setenta, hasta que Josep Lluís Núñez irrumpió en la escena quebrando una cierta tradición de sucesivos presidentes pertenecientes a la alta burguesía catalana del nicho del textil, una industria pionera y dominante por aquellos tiempos.

Hoy, en cambio, más allá de la escueta condición de abogado de Joan Laporta, no existe un relato ni visual, periodístico ni profesional sobre cómo se gana la vida un presidente que no oculta su pasión por la alta y cara gastronomía, ni sus preferencias por restaurantes como Via Veneto o Botafumeiro, establecimientos que no frecuentaba, desde luego, mientras estuvo militando en la oposición. A Laporta le gusta exhibir públicamente su condición de presidente, yendo escoltado por su núcleo duro allá donde va, acompañado de un festival de vehículos si se mueve por Barcelona o de un trasiego de transfers, vuelos y hoteles que, al cabo de la temporada, engordan peligrosamente el epígrafe de gastos generales. Si tiene un trabajo, ese no es otro que el de ejercer y actuar como presidente del FC Barcelona, cargo estrictamente honorífico por el cual no debe ni puede percibir ninguna remuneración, de modo que su modo de ganarse la vida ha de seguir pasando a la fuerza por los ingresos de su despacho de abogados. En el momento de ganar las elecciones, ese bufete, Laporta & Arbós, permanecía cerrado e inoperativo por no estar al día de sus obligaciones mercantiles, como presentar los estados de cuentas y liquidaciones desde hacía varios años.

Mediáticamente sí que se aprecia una notable diferencia entre la atención concentrada en la vida profesional de unos presidentes respecto de otros. Por ejemplo, el caso opuesto a Laporta era Núñez, que prácticamente dirigía el Barça desde sus oficinas inmobiliarias y de construcción de Núñez & Navarro porque esa era su empresa antes de ser presidente, lo fue mientras estuvo veintidós años en el palco del Camp Nou y lo siguió siendo cuando dimitió en 2000.

Su empresa siempre estuvo en el foco de especulaciones, inspecciones, rumores y noticias tendenciosas que finalmente resultaron ser la consecuencia de una vergonzosa pinza desde la Plaça Sant Jaume, impulsada por Marta Ferrusola y varios de los hijos de la familia Pujol junto con un determinado sector de Convergència, contra un presidente que se mantuvo independiente de las enormes presiones políticas del Govern. El pecado de Núñez fue haber roto aquella cadena denominada del Porró entre el último representante de esa dinastía, Agustí Montalt, hijo, y Ferran Ariño, que había sido el sucesor designado por la todopoderosa y catalanista burguesía que no se sabe si protegía de verdad los intereses del club o bien utilizaba el Barça para el cuidado y la buena salud de sus muchos negocios e intereses en Madrid.

A Núñez lo invitaron a dimitir al año de ser presidente (1979) en una emboscada a la vuelta del equipo de Basilea, en la Plaça de Sant Jaume. A partir de su negativa a dejarlo comenzó un calvario personal que acabó con él muchos años después en una condena carcelaria como resultado de una maquinación propia de las peores y más pestilentes cloacas del Govern y del poder judicial.

Más o menos lo mismo le sucedió a Sandro Rosell, que fue un simpático vicepresidente de Laporta en 2003, de quien la prensa valoró extraordinariamente su experiencia en el ámbito del marketing deportivo y sus contactos para fichar a Ronaldinho, hasta que, después de denunciar internamente las oscuras maniobras del presidente y de dimitir, cayó en desgracia. A partir de ese momento los medios laportistas no cesaron de señalarlo como un comisionista sin escrúpulos, mafioso y cómplice del presidente de la Confederación de Brasil de Fútbol, Ricardo Texeira, en los turbios negocios de la selección. Toda esa maledicencia, basura periodística, no sólo fue desplegada por sus enemigos electorales en la campaña de 2010 sino que luego sirvió de base para que la jueza Carmen Lamela se inventara presuntos delitos y la imposición de una prisión preventiva récord de dos años. Incluso siendo presidente, Rosell fue puesto bajo la lupa por los medios que rebuscaban permanentemente en sus negocios por la obsesión de saber a qué sociedades y empresas estaba vinculado.

En efecto, ni Núñez ni Rosell, como es sabido, no tenían necesidad de vivir del Barça ni de utilizar el Barça para sus negocios. En el caso de Laporta, por el contrario, esa misma prensa aparentemente tan controladora no sólo no ha dedicado un minuto a bucear en su economía privada y profesional, sino que aprueba y valida, condescendientemente, que el Barça financie su día a día, desde seguridad, transporte y asistencia personal, incluidos los trajes, hasta los viajes de cinco estrellas que realiza por cuenta del club como en el anterior mandato. Laporta se puede permitir, además, pedir aplausos para sus amigos comisionistas, colocar en nómina del Barça a todos los empleados de su bufete y quién sabe cuántos tratos singulares y extraños puede estar cerrando hoy, teniendo en cuenta que en su anterior mandato él mismo ingresó 10 millones de aquellos asuntos impenetrables en Uzbekistán que acabaron con un amistoso a puerta cerrada de su selección en Sant Joan Despí y viajes relámpago de futbolistas del primer equipo a Taskent. Laporta justificó ante un juez que su despacho realizaba informes sobre oleoductos para la primera petrolera de aquel país donde la dictadura y la represión política vienen pisoteando sanguinariamente los derechos humanos desde hace años.

Nadie puede defender que Joan Laporta sea un abogado reputado ni mucho menos destacado más allá de que haya convertido el palco del Camp Nou, como en su anterior mandato, en una parte clave de su bufete, donde se relaciona, invita y cierra acuerdos con los potenciales clientes mientras su hermano, Xavier Laporta, sigue estando activamente presente en el cierre de los contratos que suscribe el club sin que conste su cargo y funciones de un modo oficial en el organigrama.

Mientras, se dice que Joan Laporta está buscando un CEO después de haber asumido él mismo funciones ejecutivas desde que se fue, alarmado y furtivamente, Ferran Reverter, al que le hizo la vida imposible por la sencilla razón de que en la misma proporción que solucionaba y mejoraba la gestión del club le complicaba a él, al presidente, hacer su trabajo. ¿Cuál? Ese es un misterio que no le interesa a nadie hoy por hoy.

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