Piqué envía a la segunda división electoral a Laporta y a Víctor Font

Con su jugada maestra, imprevista, entierra su imagen de jugador egoísta y acabado y se postula, sin rival, como el único futbolista del Barça aspirante a presidente después de Gamper

Piqué, després del seu darrer partit al Barça

Las dos veces que Gerard Piqué ha repetido su grito de guerra, “Volveré”, entre el jueves y el sábado, en apenas tres días, han provocado un temblor en la zona más sensible de la sismología azulgrana del poder. Por ahora de relativa incidencia en el corto plazo, pero lo bastante bien detonado y certero como para cambiar el escenario actual de un entorno electoralista huérfano de referentes con verdadero carisma y popularidad.

Los gritos del “President! President! President!” escuchados en el Camp Nou cuando Piqué se despidió de su afición, finalmente bastante emocionado, atronaron y retumbaron amenazadoramente en dos cabezas de un modo especial, las de Víctor Font y Joan Laporta.

Al candidato y teórico jefe de la oposición, Víctor Font, no le queda otro remedio que esforzarse mucho y pronto para resituarse y reclamar su propio espacio en esta coyuntura cambiante y totalmente distinta a la de una semana atrás cuando los capitanes eran los malos de la película -sobre todo Piqué- mientras Xavi había capeado el temporal y Laporta pensaba que las aguas estaban volviendo a su cauce tras la dantesca eliminación en la Champions.

El panorama, conocido, no alteraba tampoco esa zona de confort en la que Font se había instalado, emulando a Laporta, dejando que el presidente se haga el harakiri, tolerando esa tormenta perfecta que conduce a la sociedad anónima mucho antes de lo que se temía y contemplando no sin complacencia que el tiempo desgasta y erosiona la presidencia por más que Laporta le haga frente con una buena panza a modo de colchón antichoque.

La inacción del resto del barcelonismo, mudo, ciego y sordo, dejaba a Font en ese segundo plano, semiescondido y colaboracionista, procurando que nadie le colgara tampoco esa etiqueta de oposición, mucho menos cuando él mismo había patrocinado a Xavi como la única solución de todos los males del Barça.

Imprevistamente, Piqué ha dejado de ser el blanco de las críticas, el que reciba todos los golpes como venía encajando desde el verano, primero del presidente presionando sobre su salario y luego en la asamblea, con contundencia, directamente como el malo de la película. Xavi lo remató a su manera tras el empate frente al Inter, por una jugada, obviando sin embargo que Piqué no jugó en Milán ni ante el Bayern en la ida ni, desde luego, tampoco en el Bernabéu.

Un pulso mediático que Laporta creía tener ganado gracias a ese rodillo periodístico que además trabaja cinco veces más que la junta. Por más que lo niegue, Laporta no vio venir el regate de Piqué, en plena temporada cuando nada debe pasar, cómo subía rematar y con qué potencia cabeceaba a la escuadra en el último segundo.

Desde el sábado por la noche, el Piqué egoísta, acabado en campo, mal visto por el vestuario, oportunista con los negocios turbios de Rubiales, traficante de intereses extraños como los de Griezmann y señalado por la afición por cobrar mucho y rendir nada, ese Piqué, ya no existe.

Ha dejado de ser el mejor central de la historia del Barça, diciendo adiós con una convincente lección de oficio ante el Almería, el rival perfecto para resurgir como ese Piqué que siempre dio la cara y habló claro, no sólo en el Camp Nou, también en el Bernabéu y en Madrid, defendiendo el Barça y su catalanismo. Ha vuelto, de hecho, como el Piqué que siempre alentó esa ilusión, ese sueño y esa aspiración de ser presidente.

Sin decirlo, sin faltar, sin ofender a nadie, con apenas siete letras (V-o-l-v-e-r-é), a Piqué se le entendió todo, pues está claro que nunca habló de ser entrenador ni de sentir la llamada del fútbol base, él es de ir a por todas, una de esa personas que no temen arriesgar, un atributo con el que ya ha relegado a Vítor Font con un vídeo y una decisión que también a él le ha pillado con el paso cambiado.

Lo que Piqué ha hecho, como un campeón, ha sido dejar sentado a Font de entrada y advertirle a Laporta que si como presidente se ha atrevido a machacarlo cuando le ha convenido, pues un año atrás eran cómplices de oscuros intereses, él también sabe mover el entorno como quiere y cuando quiere.

También ha aprendido a ser dueño de sus silencios y cada vez menos esclavo de sus palabras, sobre todo ahora que ninguna conversación está a salvo de escuchas. A Laporta le ha devuelto los dos primeros asaltos con apenas dos buenos golpes, uno al hígado y otro a la mandíbula.

Se ha guardado algunos porque su plan, aparentemente bien diseñado y ejecutado, no era tumbarlo ahora. Incluso es posible que a partir de ahora evite el cuerpo a cuerpo y se concentre, con astucia, en no combatir al presidente actual, no convertir lo que haya de pasar en algo personal y binario sino en abrir un horizonte inédito, un nicho de barcelonismo estilo exclusivamente reservado para él.

Piqué puede ser, cuando quiera, el primer futbolista del Barça aspirante a presidente. Eso sí, con permiso de Joan Gamper, que además de fundador del club batió todos los récords goleadores de su época con la camiseta del Barça y luego fue cuatro veces presidente.

Desde luego eran otros tiempos. Nada que ver con el entorno actual donde sólo Piqué puede acreditar, además de esa condición de socio desde que nació, haber defendido con un palmarés y éxito inigualable la camiseta azulgrana. Nadie que se quiera rivalizar con él en unas elecciones será comparable. Desde ahora, Laporta, Font y cualquier otro socio que quiera el trono azulgrana juegan en una liga distinta, inferior si se mide la experiencia y la formación que Piqué ha adquirido a menos que, puestos a imaginar, también entrase en la puja Josep Guardiola, que parece que no y que, si le preguntasen, seguramente votaría por Piqué.

Gerard ha enseñado sus cartas sabiendo que son las mejores. No descargó un vídeo con sus trofeos, ni levantando la Champions (cuatro) o presumiendo de tripletes (dos). Dejó claro que ser barcelonista como él, de cuna, que de pequeño le pedía autógrafos a Koeman, es más importante que las victorias y los trofeos. Dejó claro que “ser del Barça es lo mejor que hay”, lo mismo que él cantaría en la grada de animación si no hubiera sido titular del mejor equipo de todos los tiempos. Ahí, también es imbatible incluso para Laporta.

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