Los arbitrajes suelen acarrear polémicas que el VAR no ha sido capaz de cortar de raíz ni de moderar porque finalmente siempre existe, sobre todo en las jugadas polémicas de área, un factor como es la interpretación de la norma y de la regla, sobre la ley y el espíritu de la ley. Es decir, el factor humano que, en el momento de la verdad, acaba por provocar desenlaces problemáticos y extraordinariamente polémicos. El Barça, por desgracia, no es ajeno a estas circunstancias, sino que, a lo largo de la historia, ha sido uno de los grandes clubs protagonistas de jugadas que han decidido, frecuentemente en contra, títulos y extraordinarias movidas mediáticas.
Sin embargo, ahora se está produciendo en el propio entorno del club, internamente, una manipulación de la opinión pública en función de quien detenta el poder, de quien entrena o de quien intenta utilizar en su beneficio los resultados, los buenos y los malos.
Esta semana pasada, sin ir más lejos, tras la derrota del equipo de Xavi en Milan, frente a Inter, tras un partido de Liga en Mallorca igual de fastidioso y casi estéril, salvado solo por una individualidad de Lewandowski, desde la directiva se ha escenificado el típico modelo de postmatch de robo para digerir una derrota que dos jugadas pudieron evitar.
Cuando el aparato de comunicación y mediático laportista se pone en marcha resulta ciertamente imparable no acabar admitiendo que el arbitraje, y sólo el arbitraje, fue la causa de haber caído en el segundo partido de Champions consecutivo y de haberse complicado mucho más de lo previsto la clasificación para los octavos de final.
Los periodistas, con Xavi encendiendo rápidamente el fuego de las quejas y de la reclamación, del escándalo, se dedicaron desde el minuto uno a focalizar las críticas contra el árbitro, seguidas de filtraciones desde la junta en el sentido de que Joan Laporta en persona no sólo le iba a trasladar personalmente al presidente de la UEFA, Aleksander Čeferin, su malestar y la amenaza por parte del Barça de adoptar medidas sino que ya estaba en marcha un documento formal de denuncia contra ese arbitraje.
Mucho ruido y poco más, un aparente y efímero clamor, puro postureo y apenas una declaración formal del presidente, obligada ante la asamblea, calificando el arbitraje de vergonzoso, pues bastante tiene Laporta con arrodillarse, ser sumiso y no perturbar a los prohombres de la UEFA después de que le hubieran perdonado el cierre del Camp Nou, al menos por media temporada, tras el incumplimiento gravísimo y alevoso de todas las medidas de seguridad en el Barça-Eintracht de la Europe League. No ha trascendido siquiera si ese vergonzoso episodio se saldó, cuando menos con una multa. Nada, sólo el silencio y la ocultación sobre cómo se resolvió tapar aquel escándalo.
Si, por ejemplo, la UEFA hubiera multado severamente al Barça por culpa de la incapacidad de la junta de Laporta para gobernar el aforo y la seguridad de los socios, con al menos dos millones -proporcionalmente a la magnitud de la tragedia-, acompañado del cierre del Camp Nou por tres partidos, a las taquillas perdidas de los partidos de la liguilla de Champions habría que haber añadido los costes de jugar lejos del estadio probablemente a puerta cerrada. La broma podría haber costado entre 15 y 20 millones.
En ese marco de las relaciones con la UEFA, el papelón de correveidile de Laporta, llevándole a Florentino Florentino la maleta de la Superliga contra los propios intereses de la UEFA, no añade precisamente un plus de empatía entre el organismo europeo y uno de los tres clubs que se han descarriado y fracasado en su intento golpista de acabar con las competiciones domésticas y la propia Champions League.
Joan Laporta, además, no ha designado ni encontrado un interlocutor que pueda conducir e interactuar ante la UEFA con la diplomacia, la efectividad y la discreción requerida para este complicado. El presidente del Barça, acorralado en esa encrucijada voluntariamente asumida como la tercera y más frágil pata de la SuperLiga, no tiene más remedio que callar y aceptar las consecuencias de esta situación.
Cuestiones institucionales al margen, el tratamiento de estas crisis arbitrales ha generado una clara politización en el propio entorno del club. Detrás de la estrategia de focalizar en el arbitraje de Milan el ciento por ciento de un pésimo partido del equipo de Xavi y quizás, aunque remotamente, una eventual eliminación prematura de la Champions, está uno de los asesores estratégicos y personales de Laporta con más influencia y poder, el periodista Jordi Finestres, infatigable mano derecha del presidente.
Jordi Finestres está, siempre, orientando y dirigiendo no solo la visibilidad y la intimidad institucional del presidente. También es quien maneja los hilos para que el área de comunicación, como en este caso, promueva que los medios puedan anclarse a esas lamentaciones semioficiales para que resuene, como así ha sido, la excusa del error arbitral como pantalla del mal juego azulgrana y, según algunos expertos, del poco acierto de Xavi en el planteamiento de un partido tan importante.
Por eso resulta curioso que el propio Jordi Finestres, como el resto de la prensa laportista, se haya pasado varios años activando el movimiento mediático contrario en la misma situación. A partir de que Josep Guardiola dejó de ser entrenador, la oposición laportista a Sandro Rosell y a Josep Maria Bartomeu ha reaccionado siempre de forma uniforme y compacta con relación a los arbitrajes, eliminando sistemáticamente de su relato la influencia arbitral en el resultado, a su juicio siempre secundario y residual sobre la verdadera y capital esencia del Barça, que es el juego.
Así lo expresaba Jordi Finestres en su Twitter cuando no formaba parte del poder ni cobraba del club como ahora: “Quejarse de los árbitros es de equipo pequeño. Es nuñista. Es casposo. ¡Somos el Barça, cojones!”.
Una línea de opinión y de criterio que la mayoría de la prensa ha mantenido desde entonces cuando la víctima de un arbitraje ha sido el primer equipo bajo la presidencia de Rosell o de Bartomeu, cuando los entrenadores han sido Tito, Vilanova, Luis Enerique, Valverde o Tata Martino.
No hay más que recordar o revisar las reacciones al gol anulado al Messi en el último partido de la Liga 2013-14, frente al At. Madrid, un error arbitral que le costó aquella Liga al Barça. Los medios laportistas, mayoritariamente, obedeciendo las consignas de Jordi Finestres, obviaron entrar en la importancia de ese clamoroso robo, por decirlo así, y apuntar a Rosell y a Tata Martino de perder la Liga. “El Barça -argumentaron- debe estar por encima de estas cosas y de los arbitrajes”.
¿Será, pues, que Laporta se ha vuelto nuñista y casposo y que ahora bajo su mandato el Barça es un equipo pequeño?