Ahora toca decir basta

La celebración de la edición n. 1.500 de EL TRIANGLE ha sido un éxito rotundo. La respuesta de los lectores y de los anunciantes al esfuerzo de culminar este hito ha sido encomiable y nos llena de energía para continuar adelante. Las felicitaciones que hemos recibido por el suplemento especial que hemos publicado nos han llegado de todos lados. ¡Muchas gracias por acompañarnos y por ayudarnos!

Toda conmemoración tiene también una dimensión retrospectiva y, en este sentido, me han vuelto a la memoria las vicisitudes que marcaron la aparición de la primera edición de la revista en los quioscos, el 29 de enero del 1990. He ido al archivo para revisitar aquel n. 1 y he podido constatar cómo han cambiado las cosas en los últimos 32 años.

Obviamente, no podía ser de otra manera. Entre otros factores, porque en 1990, Internet todavía era una quimera. El pujolismo, que entonces estaba en su máximo esplendor, ha implosionado y se ha disgregado. Principalmente, a causa de la corrupción, que ya alertábamos a toda portada en aquella primera edición que era el cáncer que carcomía Cataluña.

Pero hay cosas que, desgraciadamente, restan inmutables. En aquel n. 1 de EL TRIANGLE también denunciábamos la opacidad de las nóminas que cobran nuestros diputados en el Parlament catalán.

Para construir un país sano, fuerte y con esperanza es condición sine qua non que nuestros representantes sean sinceros, honrados y transparentes con los electores. Y una prueba imprescindible de esta higiene democrática es que su patrimonio y el salario que cobran sean del dominio público. No por afán de chismorreo malsano: es por responsabilidad y compromiso en la lucha contra la corrupción, el principal enemigo de la democracia.

Ha costado mucho hacer entender y hacer avanzar este ejercicio de transparencia, que exigíamos en la edición n. 1 de EL TRIANGLE. Todo llega: hoy, los diputados del Parlament están obligados a presentar una declaración de bienes y sus nóminas son públicas.

Sin embargo, nuestros representantes conservan todavía privilegios que rechinan con la ética impecable que tiene que presidir el funcionamiento de nuestra principal institución de autogobierno. Uno de ellos es el cobro de un sobresueldo, en concepto de dietas, que no tienen que justificar y que está exento de tributación fiscal.

Los intentos de eliminar esta grave irregularidad e injusticia han fracasado, por la oposición de los principales partidos. La semana pasada, la Mesa del Parlament volvió a aplazar sine die una decisión sobre esta cuestión, que puede parecer menor, pero que es todo un diagnóstico de la baja calidad de nuestra democracia.

Este sobresueldo, que varía entre los 16.975 y los 23.895 euros anuales –en función del lugar de residencia de los diputados-, está destinado a cubrir los supuestos gastos de viaje y de estancia en cumplimiento de sus tareas parlamentarias. En todas las actividades laborales, las dietas hay que justificarlas con tickets (de gasolina, restaurantes, hoteles…), pero este no es el caso de nuestros diputados, que incluso tuvieron la jeta de cobrar estas falsas dietas durante los meses de confinamiento en su casa por la pandemia (!).

La nueva Cataluña, por la cual nació y combate EL TRIANGLE, la haremos con humildad e inteligencia, construyendo, ladrillo a ladrillo, un edificio sólido, esbelto y proporcionado, donde quepamos y convivamos todos. El Parlament es el baluarte de nuestra soberanía y por eso tiene que dar ejemplo a toda la ciudadanía, con trabajo, dedicación y empatía por los problemas de la gente.

Hemos tenido que pasar por la vergüenza que una presidenta del Parlament, Laura Borràs, esté imputada en un flagrante escándalo de corrupción y que se resistiera a dimitir, hasta que la han tenido que destituir del cargo. En estos tiempos complicados, en los cuales se pide un esfuerzo fiscal a los que más cobran –como es el caso de nuestros diputados- es especialmente inmoral que una parte de su espléndido sueldo esté exento de pagar el IRPF.

La desafección de la política es la mala semilla de la cual surgen los populismos y los brotes fascistas. Lo acabamos de ver, alarmados, en Italia, con la victoria en las urnas de la candidata Giorgia Meloni, que reivindica la memoria y el legado de Benito Mussolini.

La sociedad catalana paga muchos impuestos y la gente lo asume porque entiende que de este modo se pueden mantener los servicios públicos y el Estado del bienestar. Por eso repugna que aquellos que más cobran se escaqueen de contribuir o que se produzca un despilfarro de los recursos públicos, peor todavía si es en “affaires” de corrupción o tráfico de influencias.

Harían bien la presidenta en funciones del Parlament, Alba Vergés, y los principales grupos políticos de ponerse de acuerdo de una santa vez y acabar con las falsas dietas de los diputados. Es un agravio impresentable e imperdonable con el resto de conciudadanos que pagan religiosamente sus impuestos y que saben que, al mínimo error o desviación, tienen a Hacienda en la nuca.

Todos sentimos admiración por aquellos países donde un ministro que ha sido pillado en el intento de colar tickets de gastos personales como dietas, ha sido obligado a dimitir por eso. Aquí, nuestros diputados tienen un “forfait” que no tributa impuestos y con el que pueden hacer lo que quieran, sin ningún control, esté relacionado o no con su actividad parlamentaria.

EL TRIANGLE ha cumplido los 1.500. Hemos avanzado muchísimo en este tiempo, pero todavía perviven dislates como éste. Ahora toca decir basta.

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