El oráculo de Marc Ciria previene de una catástrofe económica inevitable en el Barça

Lo hace, junto con su congregación de gurús, desde un estado de trance contemplativo, sin señalar a Laporta y la locura de sus palancas como responsable de abocarlo a un camino sin retorno de convertirse en una SA

Marc Ciria

Los oráculos económicos y financieros del laportismo parecen haber entrado en un profundo trance como resultado de las sesiones de espiritismo que organiza Marc Ciria, principal consultor y gurú de esta singular congregación que parece haber hecho votos a favor de una vida contemplativa y aséptica frente a una realidad barcelonista que reclama encender todas las alertas, la crítica más feroz y, necesariamente, la adopción de medidas urgentes, si es que, de verdad, pretenden defender los intereses del club de sus más terribles enemigos.

Eso es lo que harían -o, mejor dicho, fue lo que hicieron- cuando en una situación con menos motivos para la preocupación y el escándalo promovieron un voto de censura contra Josep Maria Bartomeu, el expresidente que, por descontado, ya no tiene nada que ver con la estrepitosa gestión de las palancas ni con la demostrada insuficiencia de la junta de Joan Laporta para recuperar los ingresos al nivel anterior a la pandemia.

El coctel perfecto -que, ahora sí, amenaza con destruir el modelo de propiedad social del Barça, único el mundo- Laporta lo ha acelerado aumentando la masa salarial a niveles del todo insostenibles y reduciendo los ingresos del futuro.

Esas fueron, curiosamente, las bondadosas conclusiones de un aquelarre digital, celebrado a muy pocos días de esta inminente asamblea ordinaria de octubre, en el que participaron Marc Duch, Frederic Porta y Adrià Soldevila, la crème de la crème del laportismo mediático y propagandístico que se encuentra ahora atrapado en un bucle del que les será complicado salir.

Según esta pequeña unidad operativa canalizadora de la opinión barcelonista, la totalidad de los inputs que llegan desde la directiva, su falta de transparencia, la mediocre -por no decir pésima- gestión económica, la desinformación, el ocultismo, la ausencia de una comunicación eficiente, las cuentas imposibles de arreglar y el alud de incumplimientos respecto de las muchas promesas de Laporta, alertan de una catástrofe sin precedentes. Eso sí, sin señalar culpables ni levantar actas de inspección, como si la tempestad que se aproxima pudiera describirse sin necesidad de protegerse o evitar la catástrofe.

Sin querer reconocerlo, se admite, en el fondo, que lo peor está aún por llegar, que sólo es cuestión de tiempo cruzar el punto de no retorno y abocar el club a un cambio de paradigma, a un callejón donde la única salida sea la sociedad anónima y la cesión de su control y gobierno, inevitablemente, a un inversor.

De una conversación, ciertamente tediosa y recurrente sobre el pasado, y volátil sobre las terribles expectativas del Barça de Laporta, trascendieron aún peores noticias que la admisión, desoladora, de la insuficiencia de los más de 800 millones de euros obtenidos de las palancas para remontar los 451 millones de patrimonio negativo. Con el agravante, expuesto por ese mismo cónclave, que se da por hecha y descontada la venta de BLM esta temporada como única de vía de salvación posible para cubrir el déficit estructural que se ha consolidado con la nueva directiva de Joan Laporta, próximo a 150 millones anuales.

A ese horizonte no demasiado lejano se le debe añadir, como también quedó reflejado, el impacto de esas ventas en forma de regresión de los ingresos no inferior a los 60 millones y, en el próximo ejercicio, el final de la carencia para el inicio de la devolución del préstamo de Goldman Sachs de 465 millones a razón de unos 50 millones por temporada.

Un cálculo relativamente sencillo cifra el impacto de estos nubarrones en algo más de 100 millones la previsión del recorte de los ingresos a partir de la temporada 2023-24. Suponiendo que la venta de BLM sirviera para compensar la ampliación de este gravísimo desequilibrio económico, en el ejercicio siguiente habría que añadir unos 30 millones menos de entradas de la explotación del retail, compartidos los beneficios con otro socio.

Les faltó añadir que, en el imaginativo caso de que realmente Laporta consiga cumplir con el calendario del Espai Barça y llevar el equipo a jugar no menos de una temporada en Montjuïc, el gasto de acondicionamiento del traslado se ha evaluado en 20 millones y en 40 millones más la pérdida de ingresos mínima por la afectación a los abonos, la taquilla y la conversión del Barça Experience y el Museu a su mínima expresión.

La sala Marc Ciria, en cambio, se tornó cavernosa, lacerante e implacable cuando tocó analizar si el expresidente Josep Maria Bartomeu debía ser expulsado como socio, un asunto que se encuentra lógicamente varado en la Comisión de Disciplina de Laporta, igual que el resto de las numerosas acometidas jurídicas verbalizadas por una junta que desde luego ladra mucho más que muerde. En ese tema el juicio y la condena severísima del expresidente fueron contundentes y, como siempre, compulsivas y fanatizadas, pues su veredicto sobre el Barçagate fue de culpabilidad, asegurando que las famosas cuentas de Twitter se habían dedicado a difamar por orden de Bartomeu. Una unánime conclusión pese a que el caso sigue en fase de instrucción y que la primera sentencia de la jueza sobre el caso, por la querella individual de Jaume Roures, ha resultado absolutoria negando que los contenidos pudieran considerarse difamatorios, calumniosos o injuriosos.

Poco importa la realidad, sin embargo, para esta especie de secta si la fotografía de la gestión de Laporta supera cualquier desaguisado conocido en la historia del Barça y además, como en esta encrucijada, lo ha condenado a un futuro irreversible como sociedad anónima. No pueden admitir que su candidato y presidente favorito, Joan Laporta, acredita ser, de largo, el más nocivo, tóxico y perjudicial presidente de todos. Su única preocupación hoy en día es que Rosell y Bartomeu, si Laporta continua con esta deriva, “puedan rearmarse y volver”. Alucinante, como mínimo.

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