La disyuntiva de Junts

Rebobinando la historia, el partido Junts per Catalunya (JxCat) tiene su antecedente directo en la antigua Convergència Democràtica (CDC), fundada en 1974 por Jordi Pujol en el monasterio de Montserrat. Después de la desaparición de este partido, a causa de los numerosos escándalos de corrupción que destrozaron su imagen pública, se inició un complicado proceso de refundación de este espacio –PDECat, Crida Nacional per la República…- que culminó en 2020 con el lanzamiento de la fórmula JxCat, bajo el liderazgo del ex-presidente Carles Puigdemont.

A este nuevo partido, y además del grueso de los ex-militantes convergentes que se apuntaron , también confluyeron otros grupos de cariz independentista-frontista, como el capitaneado por Laura Borràs, el de los independientes puigdemontistas, los ex-ERC de Reagrupament, ex-socialistas como Ferran Mascarell o ex-ICV como Toni Morral. El binomio inicial, escogido en el primer congreso, para dirigir las riendas del nuevo partido estaba formado por Carles Puigdemont como presidente y Jordi Sànchez como secretario general. 

Ambos decidieron abandonar los cargos y el segundo congreso, celebrado el pasado mes de junio en Argelers (Cataluña Norte), validó el ticket Laura Borràs (presidenta) & Jordi Turull (secretario general) para comandar JxCat. Pero desaparecido el referente de Carles Puigdemont -que se ha volcado en su nuevo proyecto del Consejo por la República- este cóctel amenaza con saltar por los aires. 

La proximidad del juicio a Laura Borràs -acusada de corrupción cuando era directora de la Institución de las Letras Catalanas (ILC)- y la cuenta atrás para las elecciones municipales han convertido el nuevo partido en una olla a presión. La convivencia de los “moderados” (los convergentes de toda la vida, que intenta aglutinar el consejero de Economía, Jaume Giró) con los “hiperventilados” del 1-O se hace, cada día que pasa, más difícil e inviable.

En este convulso contexto, la pretendida candidatura de Xavier Trias a la alcaldía de Barcelona es una incógnita. El ex-alcalde no dará el paso al frente si antes no se produce una clarificación del espacio electoral al cual se quiere dirigir JxCat.

Y esto pasa, inevitablemente, por la salida de la presidenta del partido, Laura Borràs, y de todos aquellos que, desde la dirección, apoyan las tesis unilateralistas (Francesc de Dalmases, Joan Canadell, Jaume Alonso –Cuevillas, Aurora Madaula, Aleix Sarri, Jordi Fàbrega…). El drama es que JxCat tiene a Xavier Trias como única opción para aspirar a obtener unos resultados decentes en la capital de Cataluña.

La Diada de este 2022 ha pasado con más pena que gloria y, por supuesto, no significará ningún punto de inflexión en nada, más allá de encabronar todavía más las relaciones entre los dos socios del Gobierno catalán. El “fantasma del cuarto partido”, aquel que tendría que reunir a los “hiperventilados” que están emboscados en JxCat con los “hiperventilados” que habitan la ANC, no ha aparecido este 11-S, ni se le espera, a pesar de las amenazas proferidas por Dolors Feliu.

Aunque JxCat se pueda atribuir el relativo éxito de la manifestación de la Diada y el clima hostil creado contra ERC, la disyuntiva de fondo persiste: las diversas almas que conviven en el partido, que el liderazgo de Carles Puigdemont consiguió compactar, se han quedado hoy sin un referente nítido, puesto que Laura Borràs está muy tocada y debilitada y Jordi Turull es un “convergente de toda la vida”. 

En las elecciones al Parlamento de Cataluña del año pasado, ERC obtuvo 605.581 votos; JxCat, 570.539; la CUP, 189.924, y el PDECat, 77.229. De estos casi 1,5 millones de votos que arrastró el movimiento independentista el 14-F, solo un 10% ha participado en la manifestación de la Diada, según las generosas estimaciones de la Guardia Urbana de Barcelona. Es la prueba fehaciente que, más allá de la retórica política y mediática, el “soufflé” está deshinchado.

Este 11-S, JxCat se ha aprovechado de la ANC para morder a sus socios de ERC. Pero hay que decir que esta maniobra es de poco calado y no llevará a la rotura del Gobierno ni a la liquidación anticipada de la legislatura. En la perspectiva de las elecciones municipales del próximo 28 de mayo y de las elecciones generales de finales del 2023, aquí no se moverá nada. 

El trabajo lo tendrá, precisamente, JxCat para digerir el caso Borràs y encontrarle un sustituto/a en la presidencia del partido. También para confeccionar unas candidaturas municipales con cara y ojos en las principales ciudades de Cataluña, donde la formación heredera de CDC corre el peligro de ser residual y quedar fuera de las ecuaciones de poder, puesto que sus liderazgos locales son, como en el caso de la emblemática Girona, muy débiles. Esto sería especialmente dramático por lo que se refiere a las diputaciones provinciales, que han sido un tradicional bastión –de cargos y de dinero- de los convergentes y también de los post-convergentes.

Tampoco es previsible que la ANC opte por convertirse en la “fuerza de choque” orgánica de JxCat. Esto sería suicida y llevaría a la implosión inevitable de la entidad que dirige Dolors Feliu. Lo mismo se puede decir si el Consejo x la República de Carles Puigdemont, que no acaba de arrancar, decide hacer una OPA a la ANC.

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