Pinceladas de Oxford

Escribo estas líneas después de pasar, este verano, dos magníficas semanas en Oxford. Y es que hace apenas unos meses me marqué el propósito de marcharme unos días de las vacaciones a un país extranjero y, si podía ser, hacerlo practicando el inglés. Y esto, en resumen, es lo que he intentado hacer a lo largo de los 14 días de agosto que he estado en esa ciudad universitaria. El hecho de que me alojara en una residencia para estudiantes internacionales y que cada mañana acudiera a una escuela de idiomas fue primordial, ya que me permitió estar en contacto con chicos y chicas de Italia, Portugal, Alemania, la República Checa, Turquía, Serbia, Bélgica, Colombia… y también Ucrania.

El conocimiento de Leila, una chica de 16 años, me impactó mucho. Dos semanas después de empezar la guerra, ella, su madre y sus dos hermanas se desplazaron a Alemania, ya que su ciudad, muy cercana a Odesa, se encontraba en peligro por la invasión rusa. Echaba de menos mucho a su padre, que había tenido que quedarse en Ucrania. Me explicó que sólo le faltaba un año para acabar sus estudios obligatorios y que le sabía muy mal no poder finalizarlos en su país, pero que, sin embargo, se sentía afortunada de haber podido huir de la pesadilla de los misiles, los tiroteos y las bombas.

La guerra le había dejado secuelas psicológicas, como alarmarla el sonido de las sirenas de la policía o de las ambulancias, que le recordaban a las antiaéreas. Estaba convencida de que Ucrania iba a ganar y que pronto podría volver a su país y reencontrarse con sus familiares y sus amigos. Su voz era la de la resistencia y la esperanza de cientos de miles de ucranianos que, dentro y fuera del país, están presentando batalla por la preservación de los derechos fundamentales del conjunto de la ciudadanía europea. Le respondí que esperaba que tuviera razón y, instantáneamente, pensé que, como miembros de la UE y de la OTAN, teníamos (y tenemos) el deber político, pero también moral, de seguir apoyando, en todos los ámbitos, a Ucrania.

Rápidamente, con Leila y el resto de estudiantes forjamos un vínculo que rompió todos los prejuicios iniciales que pudiéramos tener, y que nos permitió aproximar nuestras culturas y lenguas. Una de las grandes lecciones que me llevo del viaje es que la unión en la diversidad nos hace más fuertes, y que necesitamos, como humanidad, construir más puentes y menos fronteras. A modo de ejemplo, en una de las clases debatimos sobre posibles soluciones al cambio climático y fue curioso ver cómo prácticamente la totalidad de los alumnos estábamos de acuerdo en las medidas a adoptar. Porque, a pesar de pertenecer a estados diferentes y no hablar el mismo idioma, tenemos muchos retos comunes y sólo podremos abordarlos si somos capaces de comprometernos de forma colectiva.

Sin embargo, paradójicamente nos encontrábamos construyendo puentes en un país que decidió hace ya más de cinco años construir una nueva frontera en Europa. En una ocasión, un taxista muy enrollado me comentó que el Brexit había sido el resultado de un referéndum en el que la población “había votado con el corazón, y no con la cabeza”, y lamentaba que la ruptura hubiera agravado la mala situación económica y social que ya existía. Y no le faltaba razón.

Cuatro días después de llegar a Oxford acompañé a un hospital público de la ciudad a una compañera italiana que se había hecho daño en el tobillo. Llegamos a las 23.00 horas y salimos a las 4.30 horas sin que la hubieran atendido. El tiempo de espera, según el panel informativo del centro sanitario, oscilaba entre 4 y 9 horas de espera.

Hay quien considera que el estado de la sanidad pública es un buen termómetro para medir las políticas públicas de un país. Si esto es así, el Reino Unido no va nada bien. Según The Guardian, el anuncio del Brexit provocó que en 2016 un total de 17.200 profesionales sanitarios comunitarios abandonasen la isla.

Tendrá trabajo la nueva primera ministra, Liz Truss, para revertir la crisis de un país que parece abocado al caos económico y social, al que le falta mano de obra y que vive sucesivas huelgas de importantes sectores, como el de los conductores de los autobuses o el de los estibadores.

Reino Unido necesita un giro de 180 grados y no parece que las recetas neoliberales y divisivas de Truss sean las más idóneas ahora mismo.

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