“El Barça avanza las obras del Spotify Camp Nou con un derribo parcial de la tercera gradería coincidiendo con el parón del Mundial de Qatar”. Ese fue el titular rimbombante y ostentoso de una nota oficial de la directiva de Joan Laporta emitida el pasado 25 de julio para subsanar y corregir el anterior anuncio de finales de abril del propio presidente, en el Ajuntament de Barcelona junto a la alcaldesa Ada Colau, cuando afirmó que “las obras del Espai Barça empezarán en junio”, precisando, con exactitud, que al día siguiente de acabar la temporada se acometería el tan esperado inicio de una transformación pendiente desde antes del año 2000.
Ni el día 1 de junio ni en los días siguientes tampoco el área de comunicación de la junta pudo difundir ningún comunicado ni fotos ni nada de nada respecto de unas obras fantasmagóricas que sólo respondían a un plan mediático y, como siempre, artificial.
Era otro embuste, un montaje más, absolutamente necesario para ofrecer al mundo la apariencia de un dinamismo interno imparable, de una financiación sólida y de una eficiente capacidad para la organización y el despliegue de una infraestructura tan importante.
Se trataba, en realidad, de hacer correr ríos de tinta sobre el arranque del Espai Barça bajo la paternidad de Joan Laporta con el doble motivo de favorecer esa sensación de nuevo y definitivo impulso desde la nueva presidencia y de ofrecer a los presuntos inversores, vía Goldman Sachs, la imagen de que este es un proyecto serio y un compromiso tan urgente como irrenunciable.
Hubo de dar ese giro después de que con la dimisión de Ferran Reverter, el CEO que dejó en herencia a Goldman Sachs un informe muy desfavorable sobre las verdaderas (malas) intenciones de Laporta y su nula preparación en materia de gestión económica y de finanzas -también de su nuevo equipo-, Laporta fomentara un discurso pesimista y de retraso inevitable de las obras como consecuencia del alza de los precios a causa de la guerra de Ucrania.
Fue otro toque de Goldman Sachs la circunstancia que obligó a cambiar inmediatamente el guión y a recurrir a trucos mediáticos, como el de la comparecencia conjunta con la alcaldesa y el anuncio del traslado a Montjuïc la próxima temporada -un calendario imposible hoy por hoy-, para intentar recuperar el interés de la financiera americana que ya ha avanzado 180 millones en la preparación tan compleja del Espai Barça.
Internamente, sin embargo, Laporta se había dedicado a mangonear tanto la estructura, con la inserción de sus ‘amiguetes’ como Joan Sentelles, ex-consejero del Reus, en calidad de responsable técnico y de contratación y a Àlex Barbany para dirigir el área comercial del proyecto, que el director de patrimonio y del Espai Barça, Ramón Ramírez, tomó anticipadamente la decisión de salir corriendo de ese infierno. Nada que preocupase demasiado a Laporta, más interesado en jugar esa partida de cara a la galería que de garantizar el buen gobierno, la transparencia y la eficiencia del desarrollo del Espai Barça. Ramón Ramírez solo llevaba un año en el puesto.
En realidad, las ‘obras’ que debían iniciarse en junio pasado no eran más que actuaciones que la pandemia y los trastornos internos del propio club, básicamente electorales, habían retrasado, un conjunto de intervenciones menores en diferentes ámbitos como la instalación de nuevas conexiones de telecomunicaciones, el traslado del centro de procesamiento de datos, la creación de una sala técnica de registro de infraestructuras de telecomunicaciones interiores o la instalación de las nuevas acometidas del TV Compound para las unidades móviles televisivas.
También las obras de contención del aparcamiento de Lateral, la construcción del nuevo almacén central inteligente, con un espacio experiencial para información de los socios y comercialización del proyecto, así como el trasplante y acondicionamiento del arbolado. En el exterior, las obras ya previstas de urbanización de la calle Menéndez Pelayo y el inicio de los trámites y de los trabajos de derribo del edificio propiedad del Club en la Travessera de les Corts (antiguo Picadero). El club, a día de hoy, no ha notificado la realización de las reformas anunciadas.
También, y esta es la clave del teatro mediático organizado, esta licencia tramitada por el anterior equipo del Espai Barça de Bartomeu incluía el derribo del voladizo que sobresale de la fachada del Gol Sur (donde se ubicaba el Centro de Asistencia Sanitaria), y parcialmente la parte correspondiente de la Tercera Gradería del mismo Gol que actúa como contrapeso, una demolición prevista con el sistema tradicional, a través de medios mecánicos.
Una obra que ya lleva retraso, que se debería haber comenzado en junio, pero que a causa de las circunstancias apuntadas no queda otro remedio que realizar aprovechando la inactividad por la celebración del Mundial a partir de la segunda semana de noviembre y hasta el 31 de diciembre. En ningún caso, como ha anunciado la junta “el Barça avanza las obras del Spotify Camp Nou con un derribo parcial de la tercera gradería coincidiendo con el parón del Mundial de Qatar”. En todo caso, la directiva intenta recuperar un retraso que se va acumulando a causa del cada vez más inoperante funcionamiento de área del Espai Barça.
También pasan los días sin que Goldman Sachs y Joan Laporta hagan oficial y definitivo ese súper préstamo de 1.500 millones, mínimo, para la financiación de un Espai Barça cada vez más amenazado por el deterioro y la evidente falta de profesionalidad del equipo de gestión del presidente. Goldman Sachs no ve claro dejar en sus manos un proyecto de esta envergadura que requiere seriedad, conocimientos, disciplina, rigor, transparencia y credibilidad en materia económica y financiera. Joan Laporta y su junta no serían precisamente un ejemplo fiable ni paradigmático.
