Laura Borràs y un señor de Murcia

Yo, a Laura Borràs, me la traería a Murcia. Sé que formaríamos una extraña pareja, dada su complexión y la mía, que es justo la mitad. Pero salvando estos aspectos estéticos, sería muy interesante para los dos, poder observar esa inmersión en una zona desconocida para ella. Se trataría de un experimento, está claro. Meter a una acérrima independentista, soberbia y descarada, maleducada por naturaleza, en un territorio nacionalista español hasta la médula tiene su miga. Creo que en ese aspecto se encontraría a gusto, comprobando que no hay tantas diferencias entre la extrema derecha española y la que ella misma representa, racista, supremacista, salivando odio por todo lo que no represente a lo suyo, desprecio absoluto por lo que se aparta de las raíces, aspectos claramente religiosos…

Pero no voy a ir por ese camino. A Laura Borràs la invitaría a pasar unos días a Murcia, porque, además de una inmersión lingüística necesaria para ella, vería una realidad algo diferente a la que ella tiene en su mente. Dicen que es justamente viajando como la gente empieza a abrirla. Me cuesta pensar que ese monstruo llamado Borràs sea capaz de eso, pero cosas más raras se han visto. Yo, por mi parte, lo intentaría. De hecho, no pocos catalanes indepes han estado visitando conmigo algunos lugares de la Región de Murcia. Desgraciadamente, tenían una idea algo cercana a Las Hurdes de 1933, aquel documental dirigido por Luis Buñuel. Al ver la catedral de Murcia se sorprendían de su belleza y algunos confesaban que “veían a la gente bien vestida”. Es lo que tiene no salir de su casa y creer que lo suyo es lo mejor y que no existe mundo alrededor.

Pero volviendo a Laura, y lo digo con todo el respeto, sé que le costaría aceptar un estatus diferente, pero podría comprobar como la mayoría de “españoles” serían respetuosos con ella, aun no teniendo ni idea de quién es. Porque el sur tiene esa capacidad de empatía con toda la gente que viene de fuera, aunque su acento lo delate, aunque en su vocabulario meta alguna catalanada, eso no tiene importancia. Aunque no la conozco personalmente, haría todo lo que estuviera en mi mano para que fuera tratada amablemente. Eso no costaría mucho, ya digo, porque la gente por aquí abajo lleva en su sangre la cordialidad por encima de cualquier otra premisa.

Sé que sería un trabajo arduo. Primero tendría que convencerla y me cuesta pensar que aceptara mi invitación, pero voy a ser optimista y pensar que sí, que se viene a Murcia. La llevaría a conocer los baños termales de Mula o de Archena, la invitaría a comer paparajotes y pasteles de carne, regados con un buen vino de Jumilla o de Bullas y, finalmente, nos daríamos un baño de tarde en cualquiera de los veinticinco kilómetros de costa, con sus espléndidas playas, en Águilas. Y no me olvidaría de llevarla a aquella comarca murciana donde dicen los lingüistas catalanes que se habla catalán, una zona comprendida entre los municipios de Yecla, Jumilla y Abanilla, junto a la Sierra del Carche. Allí tendría la posibilidad de solidarizarse con algunos de sus habitantes que quieren conservar la lengua de sus antepasados, el catalán, con la fuerte oposición de la mayoría que desea que se deje de destinar ayudas económicas a promocionar una lengua muerta. Laura Borrás podría, pues, saludar, abrazar a los reprimidos, eso le va que ni pintado. Y el súmmum sería llevarla a Cartagena, donde hay una virgen negra como la de Montserrat. Creo que allí lloraría.

Sé que muchos de mis lectores piensan que es una locura introducir este espécimen perverso y desatado en un hábitat que no es el suyo, pero en el mundo animal se han dado casos de adaptaciones a terrenos hostiles por parte de especies que nunca hubiéramos imaginado. Y ya no hablo de hembras que han cuidado y amamantado a crías de otras razas. Es más, me veo a Borràs apreciando el vino de Jumilla, con sus quince grados, bailando alguna jota murciana. En el peor de los casos, ¿qué puede pasar? Pues que esos días en Murcia sean una pérdida de tiempo porque el cerebro de Laura Borràs esté atascado, oxidado, incapaz de reaccionar a otras bellezas, a otros centros de interés. No obstante, la intención es lo que vale y quiero intentarlo. No puedo vivir con esa angustia de no saber si hay una mínima posibilidad de reacción. Los murcianos fueron los que en gran parte construyeron el metro de Barcelona allá por los años treinta; más tarde vinieron en avalanchas a las industrias textiles del Vallès y ayudaron a hacer grande Catalunya. Lucharon por la amnistía y la libertad junto con miles de catalanes. Borràs eso no lo entenderá nunca porque cree que España es un estado asesino y eso también significa que todos los españoles lo somos, pero estoy convencido de que no le guardan rencor. ¿Te vienes conmigo a Murcia, Laura?

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