Rushdie, los talibanes y los atentados del 17-A

En estos días con motivo del nuevo intento de asesinato sufrido en Nueva York por el escritor Salman Rushdie, del primer aniversario de la entrada de los talibanes en Kabul imponiendo el emirato islámico, y del quinto aniversario de los atentados del 17 de agosto en Barcelona y Cambrils, se está hablando mucho de islamismo radical, de salafismo y de la compatibilidad de las sociedades islámicas con la democracia. Aunque se da la paradoja de que el salafismo es suní, y la fatua condenando a muerte a Rushdie, autor de los Versos satánicos, fue hecha por el líder chiita de Irán, el aitolán Jomeini. Por eso no podemos centrar la crítica como se ha hecho en estos últimos años después de los atentados de Al Qaeda y la irrupción del Estado Islámico, sólo en el salafismo y el radicalismo suní.

También se está repitiendo mucho la pregunta sobre qué se ha hecho mal para que unos chicos nacidos y crecidos en Ripoll se radicalizaran, y guiados por el imán Abdelbaki el Satty fueran capaces de hacer lo que hicieron: matar a 16 personas en Barcelona y Cambrils que, recordemos, fue quizás una anécdota en comparación con sus planes de hacer estallar varias furgonetas llenas de explosivos en La Sagrada Família, el Campo del Barça y quizás la Torre Eiffel. «¿Qué hemos hecho mal?» Una pregunta que también se hizo mucha gente en Francia después de atentados como los de Bataclan y el Estadio de Francia en noviembre de 2015 que provocaron 130 muertes. Pregunta que considero equivocada que centre el debate y el análisis, ya que parece que pretenda quitarles responsabilidad y culpabilidad a los autores de los atentados, volcándola o socializándola con toda la sociedad. Un desvío de la culpabilidad similar a los que se hacía antes en casos de violaciones que parecía que se responsabilizara más a las mujeres en general por ir con minifaldas y escotes provocativos, que a los agresores, únicos culpables y responsables de las violaciones.

Para mí el principal elemento que dificulta el encaje de las interpretaciones mayoritarias del islam con la democracia que quieren destruir, es el hecho de que las sociedades islámicas no han vivido lo que en Europa se conoce como la Ilustración. Es decir la preeminencia de la razón y la libertad de pensamiento, ubicando la religión en el ámbito personal, más allá de que se practique la fe pública y colectivamente. Aceptar que toda religión es buena si te ayuda a vivir y ser mejor persona y aceptar sobre todo -éste es el punto nuclear- el derecho a cambiar de religión y el derecho a convertirse en agnóstico o ateo y hacerlo público. Pero lamentablemente el islam tiene puerta de entrada, pero no tiene salida ni para los musulmanes ni para los hijos de musulmanes, al entender que el islam se transmite con la sangre, el semen de padre. Por eso en los países musulmanes se permite la boda de un musulmán con una cristiana, pero no a la inversa. Una hija de musulmanes no puede casarse ni con un cristiano, ni con un ateo. Por eso  también en Europa muchos hombres que se casan con una hija de inmigrantes musulmanes se ven forzados por la llamada “comunidad” a realizar la conversión al islam aunque sea de mentira, al igual que todos los matrimonios o mujeres solteras que adoptan en Europa a un niño marroquí deben hacer por obligación la ceremonia de conversión al islam, como requisito legal indispensable para completar el proceso de adopción.

Como periodista que llevo años escribiendo de inmigración y sobre los países musulmanes, creo que es en esta no aceptación de la libertad de creencias y en cambiar de pensamiento de las sociedades islámicas, donde nace la no empatía hacia la sociedad occidental, que se manifiesta tanto en el terrorismo yihadismo, como en el salafismo pacífico que propone la segregación de los suyos, lo que en Francia se conoce como “separatismo islámico”. Cuando la mayoría de países musulmanes firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos realizaron una reserva en al aparatado del artículo 18 que reconoce el derecho a la libertad de pensamiento y religión, que dice que «este derecho incluye el derecho a cambiar de religión o de creencia», sumándose años más tarde la mayoría de países islámicos a la llamada Declaración de Derechos Humanos de El Cairo que acepta el derecho a los cristianos a ser cristianos, pero no a un musulmán o hijo de musulmán a abandonar el islam o reinterpretarlo. Es decir, un musulmán y sus hijos nunca pueden dejar de ser musulmanes, un musulmán no puede cuestionar el Corán en nombre de la ciencia o no puede rechazar ciertos principios islámicos en aras de la libertad de pensamiento.

Un nacido musulmán que sigue siendo creyente no puede decir que el Corán es sólo una metáfora, o que vulnera los derechos humanos y el sentido común la obligación de tener que recuperar los días de ayuno del ramadán perdidos por una mujer que ha tenido la menstruación o un médico que ha tenido que tomar un té a las cinco de tarde para estar sereno en una operación en la que estaba salvando una vida. Un musulmán no puede decir sí a Darwin y no a la Creación como sí dicen los científicos cristianos.

Evidentemente no ayuda la falta en el islam de una autoridad desde 1924, cuando se abolió en Estambul la figura del califa, a dar un paso similar y cómo hicieron las sociedades de tradición cristiana aceptar la Ilustración. Y a falta de una autoridad de todos los creyentes, aunque muchos musulmanes lo piensen, nadie puede cuestionar que el Corán y los hadits o frases a atribuidas a Mahoma deban seguir interpretándose como la definitiva revelación de Alá. Mientras en el cristianismo los creyentes pueden decir que Adán y Eva y la Creación son una metáfora o que el diablo no existe, esto en el islam es apostasía. Si un musulmán dice haber perdido la fe o cambiar de religión es apostasía. Y la apostasía, sea por dudar del Corán, sea por cambiar de religión, sea por convertirse en agnóstico, es el peor pecado y delito que puede hacer un musulmán. Pecado que en muchos países musulmanes está penado con la muerte mientras en otros con la imposibilidad de trabajar en puestos como maestro, funcionario o periodista y evidentemente es divorciado y pierde la tutela de los hijos.

Quizás decir esto no guste, pero para mí, es aquí, en la negativa a aceptar la libertad de pensamiento y la libertad personal de hacer público que se es ateo o que se es homosexual o bisexual y vivir como tal, donde nace el odio de muchos musulmanes y las sociedades islámicas hacia los valores occidentales, que los Talibanes, el Estado Islámico o los ayatolás chiís expresan después con llamadas a la violencia hacia los apóstatas e infieles, mientras los imanes y dichas comunidades islámicas con jefes que nadie ha escogido velan para que «los suyos» no pierdan la fe verdadera. Y si los líderes musulmanes en Europa siguen diciendo y pensando que Occidente es pecador, y que sus hijas no pueden pervertirse casándose con infieles, no nos extrañemos después de que chicos como los de Ripoll se dejaran utilizar por el imán de Ripoll.

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