Por una militancia política útil

La Constitución española asigna a los partidos políticos el rol de contribuir a articular la voluntad ciudadana: el artículo 6 de la Constitución Española nos dice concretamente que “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Los partidos son instituciones de intermediación sin los cuales no sería posible la democracia, ni en España ni en ningún sitio.

Entre ser apolítico y ser un político hay un amplio margen de actuación por el que se mueve la militancia política, que puede tener muchas modalidades, incluyendo la militancia a ritmo variable en partidos políticos. No se puede ser indiferente en el mundo de hoy. El ser humano es un animal social y, como dice Raimon Obiols que decía Hannah Arendt (y por lo tanto, será verdad), la política es una dimensión esencial de la persona completa. En el caso de Raimon, es patente que la política rejuvenece.

Tuve la suerte (incluyendo tener la suerte de haber podido reunir los méritos para que me dieran una beca, “méritos” que incluyen haber nacido en una casa llena de libros) de irme al extranjero a terminar mis estudios después de ejercer el único cargo público que he ejercido. Gracias a eso, tengo una profesión al margen de la política. Así que he vivido la política profesional (brevemente) y, sobre todo, la política como contribución voluntaria a un bien colectivo.

Con la militancia política desde agosto de 1982 (en que me afilié a las Juventudes Socialistas, con la ola del cambio -no fui el único) conocí mejor Cataluña, así como distintas maneras de vivir, viajé (por Cataluña, por España, por Europa e incluso otros continentes), he visto la política profesional de cerca, le perdí en algún momento el miedo a hablar en público. En definitiva, aprendí muchas cosas que no estaban en los libros de mi casa, ni en cualquiera de los muchos que después se añadieron a ellos.

Durante cuatro décadas, he estado en el sector oficial, en el crítico, he vivido períodos de unidad y de división, de victoria y de derrota, he estado en la base y en cargos orgánicos. He hecho cosas (no muy graves, diría) de las que me arrepiento, y otras de las que no me arrepiento. De todas he aprendido.

También he vivido la endogamia y el carrerismo, y a veces el unanimismo o el aborregamiento. La alegría de conocer gente nueva y la tristeza de perder amistades. Si después de tantos años sigo militando será porque lo positivo supera lo negativo, o porque no encuentro, de momento, una manera mejor (mejor para los demás, pero también más gratificante para mí) de contribuir a lo colectivo, y porque algunas personas aprecian todavía mi modesta aportación, a pesar de mi tendencia habitual a decir lo que pienso.

No soy un bicho raro. La mayoría de personas que han tenido cargos públicos no los han tenido durante mucho tiempo, y la inmensa mayoría de militantes políticos no tienen cargos públicos.

Sin militantes no habría partidos, ni interventores o apoderados, ni candidaturas, ni democracia. Los partidos con raíces (no los que son flor de un día) facilitan la existencia de reputaciones colectivas, la continuidad de las ofertas, la cooperación. No se puede construir una democracia sin partidos como no se puede organizar un campeonato de fútbol sin equipos y sin reglas del juego.

Estaría muy bien que los partidos estuvieran llenos de seres angelicales, superinteligentes y cultos, pero los partidos, y sobre todo los representantes electos que emergen de ellos, suelen reflejar bastante el nivel de la población que les elige, para lo bueno y lo malo.

Con la salida del economista Luis Garicano del Parlamento Europeo, tras tres años en el mismo, han aparecido artículos lamentando que no haya más personas como él en la política. En su caso, y a pesar de algunas dicotomías que a veces se establecen, no parece que le hicieran la cama o que le desanimaran ningunas juventudes, sino ese ejecutivo de la Coca-Cola que apareció en Ciudadanos o personajes tan supuestamente ajenos a la política tradicional como Toni Cantó. Quedará para la historia analizar cuál es el balance del paso por la política de otros economistas académicos, como Mas Colell o Ponsatí en Cataluña.

No me queda claro que otras actividades (las tertulias, las columnas de los medios, las organizaciones no lucrativas, las empresas, los sindicatos, las religiones) asignen el talento mejor que los partidos políticos y sus juventudes. Por supuesto, hay un amplio margen de mejora, como en todo.

Las juventudes de los partidos, por lo menos las del PSC y el PSOE, parecen un entorno más seguro que el que proporcionan algunas instituciones religiosas. Los partidos políticos se renuevan (entre otras dimensiones, generacionalmente) por la presión competitiva de las elecciones a todos los niveles.

Las organizaciones ciudadanas no partidistas no están sometidas a esta presión. Quizás por ello, como explica Javier Cercas en El Impostor, la CNT, la FAPAC, o la Amical de Mauthausen, fueron utilizadas por un mediópata y un enfermo del ego (además de mentiroso) como Enric Marco para apropiarse de ellas en buena parte.

Las organizaciones que no son partidos en las que he participado no siempre me han ofrecido un entorno ni más tolerante ni donde las virtudes humanas florecieran más que en la militancia partidista. Como explica el politólogo norteamericano Larry Bartels en Democracy for Realists, la crítica a la política establecida o profesional olvida los defectos y enormes problemas de la política no establecida y no profesional, problemas que hemos experimentado en carne propia en España en la última década.

En Chile hemos visto las limitaciones de elaborar una Constitución sin los partidos. Mi apuesta es que van a ser los partidos tradicionales, y entre ellos el Partido Socialista como partido estrella, los que van a tener que sacar las castañas del fuego a los constituyentes para tener al final un marco constitucional aceptable y viable, donde una grandísima mayoría se sienta a gusto.

He aprendido a desconfiar de los que se colocan la etiqueta de críticos en un partido (para después ejercer de acríticos en otros proyectos políticos), pero a la vez me siento incómodo con el espíritu gregario, habitual en organizaciones que compiten como tales y sometidas a gran presión. Pero no he visto en las personas de mi partido el grado de narcisismo que he visto a veces entre el profesorado universitario o en otras organizaciones que he conocido.

Por otra parte, ha habido momentos buenos o malos, no es un camino idílico, y no sé si voy a continuar militando para siempre, porque mi vida tiene otras dimensiones y aún me gustaría que tuviera más.

Pero no descarten hacerse de un partido. Son necesarios. Deben ser útiles.

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