Putin confía en el general Invierno para conseguir sus objetivos en Ucrania

El general Invierno, o sea el frío y el hambre fueron dos elementos que desencadenaron y facilitaron la victoria de Rusia frente a la Francia de Napoleón en diciembre de 1812, en la que los rusos llamarían la Guerra Patriótica, que sería plasmada en la literatura en “Guerra y Paz” de León Tolstoi. Las temperaturas gélidas del General Invierno también fueron determinantes para la victoria soviética frente a Hitler, que inició la invasión de la URSS en junio de 1941, pero se topó con Stalingrado, donde las tropas alemanas fueron derrotadas en febrero de 1943, precipitando una retirada que culminaría en mayo de 1945 con el Ejército Rojo colgando la bandera roja en lo alto de las ruinas del Reichstag.

Y aunque a Putin de momento no le ha ido la invasión de Ucrania como pensaba, ya que en estos cinco meses ni siquiera se ha hecho con el control de todo el Donbass, el presidente de Rusia confía en que llegue el general invierno de diciembre 2022 hasta marzo de 2023, con lo que cree que se romperá la unidad dentro de la Unión Europea, Estados Unidos y Reino Unido. Y frente a las dificultades para asumir el descontento social que generarán las restricciones de gas que se anuncian con propuestas como la de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen de recortar un 15% el consumo, rechazada por algunos estados, y con un petróleo por las nubes que disparará aún más la inflación, se claudique y se acepte que Rusia pueda dominar Ucrania y buena parte del espacio post-soviético, imponiendo cambios de fronteras conseguidos por la fuerza. Claudicación que quizás no se manifestará en declaraciones públicas, sino en la disminución o el fin por parte de algunos países de la ayuda militar, sin la cual Volodomir Zelensky, el presidente inesperado, no hubiera podido resistir.

Vladimir Putin no llamó guerra a la operación militar iniciada el 24 de febrero, sino “operación especial para desnazificar” al país vecino, para entroncarla con la Gran Guerra Patriótica. Una operación especial que Putin, mal asesorado, pensaba que duraría pocos días, y pondría un gobierno títere en Kíiv con el que se conseguiría que tanto Bielorrusia, Rusia blanca, como Ucrania, que se puede traducir en ruso y otras lenguas eslavas como la tierra de la frontera, volvieran a la Madre Rusia y al antiguo espacio soviético. Y una vez Putin controlara a Ucrania, podría llegar por tierra y unir territorialmente la autoproclamada República de Transnítria, franja oriental de Moldavia poblada mayoritariamente por rusos, que en 1992 una vez disuelta la URSS, tras un breve conflicto bélico con las tropas moldavas, se proclamó independiente.

Putin creía que con Estados Unidos debilitados y sin ganas de involucrarse en guerras ajenas, tras el fiasco de la retirada de Kabul, y con una Unión Europea dividida y una fuerte dependencia del gas ruso de muchos de sus estados, sobre todo de Alemania que estaba cerrando las centrales nucleares, podría por fin cumplir su destino de volver a hacer a Rusia grande. Creía que podría cumplir su misión histórica, no sólo de reparar el error de diciembre de 1991 cuando la URSS se autodisolvió, sino de hacer justicia a los millones de rusos residentes desde hace dos o tres generaciones en otras repúblicas que quedaron nacionalmente huérfanos y muchos, para no convertirse en ciudadanos de segunda, renunciaron a su identidad. Disolución de la URSS que provocó, no sólo la independencia de Ucrania y Bielorrusia, sino también conflictos armados en regiones de otras repúblicas ex soviéticas con fuerte presencia de ciudadanos rusos como la comentada Transnitria moldava, o las regiones georgianas de Osetia del Sur y Abjasia, declaradas las tres repúblicas independientes, no reconocidas por la comunidad internacional. Mientras Transnítria, fronteriza con Ucrania, está aislada de Rusia, Abjasia y Osetia, en el norte de Georgia sí que son fronterizas o limítrofes con Rusia que podía alimentarlas y velar por su seguridad. Y una posición de fuerza después de una rápida victoria en Ucrania, facilitaría el reconocimiento tácito de la soberanía rusa de estas dos regiones de Georgia.

Pero el ejército ruso no ha tomado Kíiv en cinco meses, ni los millones de ucranianos de habla rusa han recibido las topes rusas como liberadoras. Y como se ha visto ciudades en las que el ruso es la lengua mayoritaria como Odessa, se han opuesto con fuerza la agresión. Putin creía y cree que, a pesar de los obstáculos iniciales, todavía puede pasar a la historia como el zar Pedro el Grande que modernizó el Imperio y se anexionó territorios de Suecia y Polonia, en honor de quien tiene el nombre la segunda ciudad de Rusia, San Petersburgo. Cree que pasado el verano, el General Invierno conseguirá revertir la situación como lo hizo en Stalingrado después de un año que parecía que para Rusia y la URSS ya estaba todo perdido. La aceptación de buena parte de la población rusa en la guerra iniciada por Putin, sea por convicción, ignorancia o indiferencia, le ayuda a persistir.

Ciertamente si Zelensky y el ejército ucraniano no hubiera resistido en las primeras semanas, el apoyo de la comunidad internacional ayudando económica y militarmente en Kíiv no hubiera sido tan intenso y probablemente se hubiera dejado caer el gobierno ucraniano o se hubiera aceptado un acuerdo que implicara la anexión total a Rusia de las ahora autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, aunque era evidente que con esto Putin no tendría suficiente. Pero afortunadamente, más allá de la ambigüedad de Hungría de Orban, la Unión Europea  se ha negado a reconocer la soberanía rusa de Crimea y de estas dos autoproclamadas repúblicas, argumentándose que Europa no puede repetir lo que hizo Francia e Inglaterra 1938 con los Acuerdos de Munich, firmados con Hitler por los primeros ministros de Francia y Reino Unido, Édouard Daladier y Arthur Neville Chamberlain que creían que aceptando la anexión alemana de los Sudetes checos, apaciguarían las ansias expansionistas de Hitler.

 

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Europa y Estados Unidos van de momento a la una, si bien todo el mundo sabe que más allá de lo que ocurra este invierno, los países occidentales no pueden permitirse alargar indefinidamente esta situación. Y el miedo a una escalada militar directa, más ahora que Suecia y Finlandia han abandonado su pacifismo entrando en la OTAN, el peligro de una confrontación aunque empiece de forma accidental es una realidad. La negativa de Estados Unidos a entregar misiles Patriot a Ucrania, que sí ha instalado ahora en Polonia o Eslovaquia va en este sentido. Son misiles que deben ser dirigidos por militares estadounidenses, lo que implicaría si se desplegaran en Ucrania enviar de forma permanente soldados estadounidenses, con lo que se llegaría a un escenario que en el fondo desea Putin, y daría pie a un enfrentamiento militar directo entre las dos potencias.

A medio plazo no parece haber ningún escenario que pueda llevar a Ucrania a la paz, pero tampoco a Putin a la victoria. El General Invierno hará daño a Europa, pero quizá a quien más perjudicará serán los países de África que no podrán permitirse el incremento de los precios de los cereales y otros productos, lo que generará en el actual contexto de sequía, un incremento de la migración hacia Europa a la que ninguna valla en Melilla, ni acuerdos con el estado fallido de Libia podrá detener. Y aunque algunos estados de la Unión Europea desearan perdonar a Putin a fin de recuperar el suministro de gas, tampoco podrán hacerlo con la actual red de gasoductos que pasa por otros estados, ni podrán conseguir petróleo a los precios de antes.

Hay también un cambio legal que hace que el mundo actual sea muy diferente al de 1991 que desearía retornar Putin, que no permitirá que el líder ruso pueda ser perdonado por sus actos después de un hipotético acuerdo de paz con algunas concesiones. Me refiero al desarrollo de la legislación internacional sobre crímenes de guerra que provocará que Putin, sus ministros y sus generales sean considerados por siempre en medio mundo criminales de guerra. Ciertamente Putin bombardeando ciudades con la población civil como objetivo o con su ejército haciendo matanzas como las que tuvieron lugar en Bucha en las afueras de Kíiv, no hizo nada que no hubiera realizado el ejército ruso de la mano de las tropas de Bajar Al Asad, con el silencio de la comunidad internacional en Siria para derrotar al Estado Islámico y a las filiales de Al Qaeda. Pero mientras el mundo puede permitirse tener un presidente de Siria acusado de crímenes, que él negará o dirá que fueron lamentables daños colaterales por derrotar al Estado Islámico que sembraba la muerte de Damasco a Berlín, la diplomacia y las relaciones internacionales serán difíciles de gestionar con un presidente de la segunda potencia mundial reclamado o investigado por crímenes de guerra en medio mundo. Porque aunque Rusia no haya firmado el tratado de la Corte Penal Internacional, este tipo de crímenes no prescriben, y también se han incluido en los códigos penales de la mayoría de países. Y las relaciones internacionales y diplomáticas serán difíciles de gestionar si Putin y otros líderes rusos corren peligro de ser detenidos cuando salgan de su país.

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