Sin humanidad, sin alma, sin nada

Escribo estas líneas todavía sobresaltado por la visión de los cuerpos amontonados, muertos y olvidados frente a la valla de Melilla. Me repito a mí mismo que no voy a mirar más esas imágenes que me producen un dolor inmenso. Pero no puedo. Los observo y me imagino tantas cosas… Y como de una cascada de casualidades, se suceden hechos que enlazan brutalmente con esos cadáveres, con esas personas anónimas que buscaban una vida mejor. Y oigo a Pedro Sánchez y se me revuelve el estómago porque esa banalización del odio al que hace referencia cuando habla de la extrema derecha se hace evidente no condenado esos asesinatos, lamentándolos tímidamente pero rechazando una condena contra la actuación de la policía marroquí. A saber qué han firmado en secreto, en la opacidad que les permite esta falsa democracia.

Mientras esos despojos humanos son enterrados sin identificar, sin pestañear, sin un atisbo de humanidad, se pasa página con la connivencia de esos medios de comunicación comprados por la oligarquía, a la que le interesa más que nos fijemos en los fastos de Madrid, en esa jauría de políticos a los que les encanta meternos el miedo en el cuerpo y hacernos creer que el peligro viene de fuera y es inminente. La izquierda, descolocada y cómplice de este teatro, nos vende al mejor postor, nos encierra en un círculo vicioso y de donde, afirman, no hay salida. Nos insisten por todos los lados hasta machacarnos , hasta lograr que la inmensa mayoría se crea que es necesario invertir en más armas, en echar más leña al fuego, en definitiva, en dar un paso más hacia una tercera guerra mundial.

Y los que se oponen a esa falsa OTAN de la paz, a esa estirpe de aduladores de la guerra, son tachados de traidores, de antieuropeistas, de sátrapas sin criterio. Los luchadores por la concordia, por el entendimiento, son cada vez menos, como si se hubiera inoculado en la sociedad el virus del desánimo, de la impotencia, de la resignación.

Y no paran de enviarme fotos con los muertos de Melilla junto con otras de los refugiados ucranianos. Y no es difícil percatarse de que esa lucha que Europa ha iniciado lo es contra esos pobres negros a los que les cierran las fronteras, mientras no hay problema en abrirlas para más de seis millones de personas que huyen de lo mismo.

Y no es la primera vez que líderes europeos no sospechosos de comulgar con las ideas de la extrema derecha, han abrazado su discurso. Borrell, Ursula von del Leyen, el propio Sánchez, admiten ya sin tapujos que hay que defender “el modo de vida europeo”. ¿No es eso lo mismo que admitir las teorías del reemplazo que promulga esa extrema derecha más radical? Y, como siempre, una imagen vale más que mil palabras. La esposa de Joe Biden visitando un centro de refugiados ucranianos, girando la cara a los supervivientes de los crímenes de Melilla, en un desprecio tan absoluto como cruel. Está muy claro por quién es la apuesta. Ya no hay duda de nada. La máscara hace tiempo que cayó y de qué manera.

Lo peor está por venir. No tengo la menor duda. El mar mediterráneo sigue siendo un cementerio para miles de refugiados. Allí yacen personas y sueños y pretenden que nos olvidemos. Lo próximo ya se ha desvelado: la OTAN también vigilará las fronteras. Y los muros se perpetuarán y seguiremos viendo cadáveres y más cadáveres. Y nuestra economía será cada vez débil, pero nos convenceremos de que tiene que ser a sí para salvar “nuestra civilización”. Y aceptaremos que la inflación suba y suba, y que recorten los servicios públicos, los salarios y hasta las pensiones. No moveremos un dedo para impedirlo. Quizás porque, en el fondo, subyace un componente racista en nuestros genes, hacia los negros, claro.

Todo este plan, meticulosamente estudiado y trazado, se aprobará sin el consentimiento de los parlamentos, en una demostración más de que la democracia ha muerto en Europa, y que son las élites las que nos gobiernan. Y a esa gente le importa muy poco la población a la que dice querer proteger. El dinero de la guerra es, lamentablemente, el más productivo, aunque eso signifique empobrecer al ciudadano. Lo peor de todo es que, en todo este amasijo de vileza e indecencia no surjan voces que alcen la voz contra el desastre que se avecina. Un motivo más para ser pesimistas. Sueño cada día con que alguien con humanidad plante cara a esta manada de estúpidos y pueda pararla antes de que sea demasiado tarde; pero los sueños pocas veces se cumplen.

Susana Alonso
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