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«Para construir el futuro hay que mirar el presente, y no el pasado»

Periodista y escritor, especialmente dedicado a la cobertura de cuestiones relacionadas con el movimiento LGTBI y desigualdades. Ha publicado “No estamos tan bien”, un gran reportaje sobre la violencia que aún nos acompaña; “Vagos y maleantes” y “Asalto a Oz” (2019). Es uno de los autores de “Neorrancios” (Ediciones Península).

 

“Neorrancios”, un título muy atinado para alertar sobre los peligros de la nostalgia entre los jóvenes ¿Pero, tal condición no podríamos extenderla también a algunos viejunos?

Claro, pero esos ya son rancios de por sí. “Neorrancio” es un término que acuñaron Begoña Gómez y Noelia Ramírez en el podcast de Radio Primavera Sound, donde explicaban toda esta amalgama de columnistas, escritores, tertulianos…, que rezumaban una simpatía por ideas, connotadamente muy estilísticas, pero en cuyo fondo había un conservadurismo y una reacción muy profunda al progreso actual que seguimos construyendo. Básicamente, los neorrancios sostienen que vivíamos mucho mejor en el pasado, que nuestros padres vivían mejor, que hay que volver a la vida en el campo, con una natalidad más pronunciada, que los migrantes paguen nuestras jubilaciones… Unas ideas, asociadas a una pereza rancia, instaladas ahora en una nueva generación, que simpatiza por un pasado que nunca vivió, sintió, ni experimentó. Siempre, proclamando que estábamos mejor antes, cosa que no es cierta.

¿Nos lleva esto, en el terreno de la política, a Vox y sus compadres?

Esto no es algo que comparte simplemente la ultraderecha. Creo que se trata de algo más transversal, de una atmósfera, de ideas y propuestas políticas que también se ocultan en el PP y hasta en el PSOE. En ellos sí que está más acusado el nacionalismo, pero hay ciertas posiciones políticas (natalistas, migratorias, volver a lo rural…) que comparten con otras corrientes políticas. Justamente, lo atractivo de este discurso de vuelta al pasado está en que no solamente nazca de un polo ultra, sino en estas creencias que han devenido en falacias, como que nuestros padres vivían mejor. ¿Los padres de quién?, ¿Los padres con dinero, con unas buenas tierras…? Mi padre trabajó en el campo toda la vida y no pudo terminar sus estudios. En cambio, yo ahora, 29 años después tengo una carrera. 

“Du passé faisons table rase” (borrón y cuenta nueva), dice la letra de La Internacional…

Ha habido una evolución ¿Lo hemos pagado con más precariedad que nuestros padres? Sí ¿No podemos hacer una hipoteca? No. Pero la solución no está en volver al pasado para hacer una hipoteca. Para construir el futuro hay que mirar el presente, y no el pasado. Creo que ciertas dinámicas a las que están aludiendo son actualmente inviables. Plantearse una hipoteca ahora es inconcebible para mucha gente de mi generación, a no ser que tenga una gran estabilidad y una buena cantidad de dinero en el banco. El debate está en cómo podemos hacer nuestra vida más habitable, en un momento en que el capitalismo revienta o va a seguir existiendo. Hay que pensar en otras formas de acceder a la vivienda, como las cooperativas, que en pensar en hipotecarse con lo que no tengo ni tendré.

¿Se cuela este aire tóxico también por formaciones de la llamada izquierda alternativa o ciertos ecologismos?

No creo que en Podemos, Más País o Compromís haya calado lo neorrancio, y en el ecologismo, se ve muy claro quién lo apoya o no. Hay políticas, desde las administraciones y el activismo, que hablan explícitamente de crisis climática y tienen ideas claras y propuestas reales para reducir las contaminaciones. No es, por ejemplo, el caso de Madrid, donde la polución es alarmante y lo que se hace para reducirla es cero. Pero, al mismo tiempo, son los que llevan la bandera neorrancia de “España es un gran país”, “hay que volver a la natalidad…”

El cualquier caso, aun entendiendo lo de que “la patria es la infancia”, no parecen resultar comparables las vivencias de padres e hijos…

Lo que ocurre con estos discursos tan testimoniales y personalistas, basados en la anécdota, es que no se pueden hacer políticas, y menos políticas públicas. Desde el individualismo no se puede construir ninguna comunidad. Y esto de la patria y la infancia es un marco emocional que le funciona muy bien a este tipo de discurso de vuelta al pasado, y por eso lo han activado. Pero no es comparable lo que se vive de niño y cómo lo hacían los padres. Nuestros padres y nuestros abuelos estuvieron bajo el franquismo y, por supuesto que tras él ha habido un cambio y un progreso innegables. Claro que hay grietas, en muchos casos derivadas del factor clave de la globalización, que lo ha vuelto todo del revés, pero estamos trabajando para taparlas. Está también Internet que nos ha convertido en ciudadanos productores de contenidos vigilados.

¿En realidad, más que una vuelta al pasado, que no es posible, lo neorrancio trata quizá de mantener un presente, que no le va tan mal?

Ha cambiado todo tanto que pienso que es incomparable nuestra vida con la de nuestros padres y la de ellos con la de los abuelos. Somos diferentes. Pero más allá de lo de la infancia y la patria, hay que tener en cuenta que también hay infancias bien, burguesas, y las hay en centros de menores, en casas para subsistir, con abusos en las aulas y en las calles, abandonos, maltratos… No se puede extrapolar para crear un discurso falaz, cuyo objetivo final es mantener los privilegios de quienes los tienen. No vamos a seguir adelante porque como estamos ahora, nosotros, los que estamos bien, los guais, los que controlamos el pastel, vamos a dejar las cosas quietas. Conservadurismo y reaccionarismo para que el Estado, lo público y el bienestar no vaya a más, porque eso supondría repartir el pastel.

¿La simplificación, la anécdota, el reduccionismo… (la niña de Rajoy, el fontanero de Bush…) forman parte de los materiales con que se va construyendo el relato reduccionista?

El discurso neorrancio de vuelta al pasado intenta apropiarse del testimonio de la disidencia y la clase obrera (mujeres, emigrantes…), obligada a toda clase de sortilegios para tener una vida digna. Estamos consiguiendo derechos como el del aborto, o la futura trans y LGTBI… Nos estás mal, sino bastante bien en comparación con el resto del planeta. En vez de clonarte en ese bienestar, lo que te jode es que otras personas hayan posibilitado y logrado ese bienestar, y tengas que compartir tu sillón. Crear referencias simples, las autobiografías simplificadoras, los tópicos, elevar lo particular a general, le van muy bien al poder, y constituye un engaño burdo.

Cuenta Saramago en “Memorial del convento”, cómo en la época de la Inquisición, el Rey de Portugal no podía dormir porque le devoraban los piojos. ¿Ilustra esto que, en general, cualquier tiempo pasado fue peor? 

No es fácil comparar. En el siglo XVII, había monarquías absolutas tiránicas, crueles.., pero ahora tenemos un capitalismo feroz. Y en ambas épocas había y hay quien vivía mejor que otros. La cuestión está en quién te habla. Si le preguntas a la gente acomodada, te dirá que está fantásticamente bien, pero si lo haces a quien está trabajando un montón de horas, bajo el sol, por un sueldo de mierda, te dirá “¡Qué bien vivían los reyes hace años!” Es aquí donde se activa el discurso neorrancio. Eso de “nuestros padres vivían mejor” se justifica también en que a los jóvenes se nos ha alimentado con unas fantasías y esperanzas que no se han cumplido y, ahora, estamos abocados al fracaso de que no vamos a tener esas promesas maravillosas que nos han contado. Ante esto, optas por enfadarte con nuestros padres (“nos habéis mentido”, “vaya mundo que nos habéis dejado”…) o aceptar la realidad, y construir algo nuevo. 

¿Dónde buscar remedio para luchar y sobrevivir a esta atmósfera tóxica?

Es curioso, pero de conversaciones con colegas, periodistas, se deduce que nadie les hemos preguntado a nuestros padres cómo vivían en su época. No sabemos de sus sacrificios, bajo qué presión estaban…  Ahí, en esa ignorancia, se sustenta el discurso de las emociones. ”Sólo recordamos lo que nunca sucedió”, dice Carlos Ruiz Zafón, en “Marina”. Hemos idealizado nuestra vida, nuestro árbol genealógico, olvidando, desactivando el testimonio. Yo sí recuerdo a mi padre cada día, yendo a trabajar a la cantera, y los fines de semana rendido. Y también recuerdo que tanto él como mi abuelo siempre repetían “estudia para no tener que vivir lo que yo he vivido”. La responsabilidad no es individual, como dice este discurso de la vuelta al pasado. Hay una responsabilidad colectiva, social, estatal.  Ese es otro problema de la vuelta al pasado: responsabilizar al ciudadano. No es mi culpa no haber nacido en una familia de banqueros… Hay que escuchar a la gente que lo vivió y poner los pies en el suelo.

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