Miquel Casals, el amigo desencantado de Carles Puigdemont

Militante de Tierra Libre y obsesionado con cargarse la réplica de la nave Santa Maria del puerto de Barcelona, fue el fiel acompañando del expresidente en los días decisivos del 'procés'

El 8 de agosto del 1996, el Boletín Oficial del Estado (BOE) publicaba el Real Decreto 1613/1996, firmado por la ministra de Justicia, Margarita Mariscal de Gante y Mirón, en el cual decía: “Vengo a indultar Don Miguel Casals Fernández las penas privativas de libertad pendientes de cumplimiento a condición de que no vuelva a cometer delito durante el tiempo normal de cumplimiento de la condena”. El indultado había sido condenado en un año de prisión menor por un delito de colaboración con bandas armadas y en otro año por tenencia ilícita de armas, “por los hechos cometidos entre los años 1988 y 1992”.

Miguel Casals no es jefe otro que Miquel Casals, una de las personas más próximas a Carles Puigdemont, amigo desde hace muchos años del expresidente e influyente asesor en los últimos días que el político pasó en el Palau de la Generalitat antes de su fuga hacia Bélgica. Sus esposas respectivas son del Este de Europa, y tienen hijos de edades similares. Sus predilecciones políticas también son similares, y sus aficiones, también. Estaban predestinados a entenderse.

La carabela Santa Maria
Pero Miquel Casals, a diferencia de Puigdemont, tiene detrás una truculenta historia: en los años 80 ingresó en Tierra Libre, arrastrado por la euforia independentista y épica de algunos grupos radicales. Proveniente de una familia acaudalada y conservadora de Girona, militó en la mayoría de las organizaciones de extrema izquierda de la época, y acabó en ERC, como hicieron buena parte de los militantes o simpatizantes de Tierra Libre a comienzos de los 90.
Miquel Casals fue detenido junto a Antoni Capdevila en septiembre de 1992.

Entre otras acciones, a los detenidos se les acusaba de haber incendiado la réplica de la carabela Santa Maria expuesta al puerto de Barcelona, el 23 de mayo de 1990. La carabela, propiedad de la Diputación de Barcelona, se retiró y nunca fue reparada. Dos años más tarde, Casals fue arrestado al salir de un cine en el cual había visto una película titulada Cristóbal Colón: el descubrimiento. El mismo día, fue detenido también Lluís Quintana, militante de ERC a quien se acusaba de haber escondido en su domicilio dos dirigentes de la organización terrorista.

En 2013, el mismo Casals declaraba en Nació Digital: “La carabela era un símbolo, y había que abatirlo. Yo lo intenté dos veces, las dos primeras, en 1987, y las dos veces fallé. Finalmente, alguien lanzó un cóctel Molotov y la nave quedó muy malograda”. El aprendiz de terrorista ensayó como hundirla en el lago de Banyoles. “Cogí una bombona de Campingaz de 3 kilos. saqué el gas y la llené de cloratita, y la volví a tapar, con el mismo tapón de rosca. Entonces, probé al estaño si el material realmente era impermeable”.

Miquel Casals explicó cómo el 13 de junio de 1987 nadó al puerto de Barcelona para aproximarse a la embarcación por el agua, puesto que estaba vigilada, pero le falló la mecha dos veces. En un segundo intento, fue detectado y no pudo acercarse a la nave. “Me ha marcado de por vida, pero me lo pasé más bien que yendo a la discoteca”, decía al diario.

En una entrevista en Vilaweb publicada en 2016, Casals reconocía que había pasado “un revólver” de Andorra y que había provocado algunos estragos: “Yo hice acciones con simbolismo: la carabela Santa María o en Besalú, donde eché a perder unas excavadoras que querían hacer un vertedero”. Consideraba a Puigdemont “un animal político”, pero advertía: “Yo a Puigdemont lo veía independentista, pero no era de los míos, porque era del sector pacifista. Es a partir de 2007 que nos encontramos y compartimos estrategia y objetivos, e hicimos una buena amistad”.

Miquel Casals, además, había comprado en Andorra cuatro revólveres por encargo de Marcel Dalmau, otro integrante de Tierra Libre. Casals le pidió ayuda a su amigo Antoni Capdevila (los dos habían estudiado juntos para guardias forestales y llegaron a trabajar juntos en este oficio, destinados en Torà), que era alcalde de Ribera d’Urgellet, y este compró las armas y las introdujo en España. La fianza de un millón de pesetas impuesta a Casals la pagó, mediante un cheque, ERC, que desplazó a la Audiencia Nacional al diputado Jordi Portabella.

En aquellos años, las fianzas se exigían siempre en metálico, pero con los independentistas catalanes detenidos, los jueces hicieron una excepción y aceptaron un cheque. Años después, Casals abandonaba ERC, descontento con su línea blanda, y fichaba por Reagrupamiento, la formación que acababa de fundar el ex consejero Joan Carretero, con una línea mucho más dura y combativa. De allá, gracias a la mediación de Puigdemont, acabó a las filas de Convergència Democrática (CDC) y, posteriormente, al PDECat y a Junts per Catalunya.

Lejos ya de su trayectoria terrorista, Casals es ahora un empresario que gestiona varias compañías inmobiliarias: Ferran Puig 22 SL, M-Jan 3 SL y Familia Casals SA. Las dos primeras comparten sede en la calle Sant Francesc de Girona, mientras que la última tiene su domicilio en la calle de la Cruz. Familia Casals SA es el resultado de la absorción por parte de esta empresa otros que también controlaba el amigo de Puigdemont: Barrio Viejo Girona SL, NT-16 SL y Can Artau 99 SL. Otra de sus sociedades, Eskovilla SA, fue liquidada hace años. No se trata de compañías pequeñas: el capital social de Familia Casals SA es de 2,6 millones de euros, mientras que M-Jan 3 (que el 2016 absorbió Ferran Puig 22) tiene un capital social de 1.049.286 euros.

En una conversación telefónica con Víctor Terradellas, el exresposnable de relaciones internacionales de Convergència, Casals señalaba que, a pesar de que era amigo de la alcaldesa de Girona, Marta Madrenas, nunca le pediría un favor. “Mira, yo soy muy amigo de la Madrenas, que es la alcaldesa de Girona, y si yo quiero una llicèn… y no tengo cojones. Te lo digo así de claro… de conseguir una licencia rápida, que es imposible, porque hay una maquinaria que, por muy amigo que seas del jefe, no se pueden saltar las propias leyes, porque al final de esto se dice prevaricación, y también los da miedo a los funcionarios…”, decía Casals a su interlocutor el junio de 2019.

Por esta época, no obstante, intentaba sacar rentabilidad de uno de sus negocios. “La Diputación de Girona valora ceder un patio al dueño del viejo Teatro Odeon de Girona”, titulaba el Diari de Girona en diciembre. Y un subtítulo era más explícito: “El propietario del edificio, Miquel Casals, solicita ocupar el espacio para hacer una terraza y una salida de emergencia”. Otro subtítulo añadía: “El grupo Köning abrirá un restaurante en esta finca situada en el coro del Barrio Viejo, en las escaleras de la subida de San Martín”. El asunto era tan descarado que la organización juvenil La Forja del Gironès llegó a ocupar simbólicamente el antiguo teatro para rechazar la transformación en restaurante y el regalo de la terraza en suelo público.

Paralelamente al cultivo de su faceta empresarial, Miquel Casals pasó de aprendiz de terrorista a aprendiz de brujo: en los duros días de después del referéndum del 1 de octubre del 2017, Terradellas y Casals hicieron tándem para intentar secuestrar la voluntad de Carles Puigdemont y manipularlo a su antojo. Quisieron ser las “eminencias grises” detrás el telón, los depositarios del poder de la Cataluña republicana. De hecho, los dos habían hablado de él como candidato a presidente de la Generalitat a finales de 2015, y fueron los que propusieron su nombre y lo intentaron pactar con la CUP.

El 15 de octubre de 2017, envían una carta a Puigdemont, firmada por los dos, en la cual intentan ganárselo por el coro. “Estos días hemos hablado con Miquel, con gente que te quiere, gente poco interesada, con pocos intereses, y está claro que podemos movilizar decenas de miles de personas para bloquear el Palau de la Generalitat. No habrá policía o ejército que pueda acceder. Sentaremos y mostraremos las manos levantadas. No pasarán y no se atreverán a usar el fuego. Será nuestro Maidan pacífico, será nuestro Sant Jaume, presidido por san Jordi desde el balcón del Palacio del Gobierno. Si aguantamos dos días este bloqueo en palacio, con el ejército incapaz de entrar, habremos ganado, presidente. Quedó demostrado el día 1 de octubre, no pudieron y se retiraron. No sé cuántos de los que os rodean quieren llegar hasta el final y estar a vuestro lado hasta aquel momento. En mi caso, y como decía también en el de Miquel, lo tenemos claro, y por eso lo dejamos escrito. Él y yo, te acompañaremos en palacio. Y como nosotros, somos legión. Nos corresponde hacéroslo saber”, le decían en la misiva.

La carta era una arenga de tono paternalista hacia Puigdemont, a quien los dos asesores denominaban el Niño: “El talante cobarde que creíamos de una parte de nuestro pueblo ha tocado fondo desde el 1 de octubre y con las reacciones españolas posteriores. Este talante de tendero y, a la vez, anárquico y libertario que caracteriza nuestra gente, fruto de nuestra tradición, ha reaccionado al desprecio recibido y tienen una fe absoluta en vuestra presidencia y determinación. Tres millones de conciudadanos tuyos, más de dos millones de votos a favor, 900 heridos y ganas de libertad… No podéis decepcionar”.
Y razonaban: “Vivimos días claves para la historia de Cataluña y me gusta ver que solo soy uno más de los que están convencidos que tú eres el líder que puede culminar este proceso. Estamos contigo, presidente”. A continuación, Terradellas le envió un mensaje aleccionador: “Si haces un discurso de rotura, recuerda la recomendación que nos hicieron desde Eslovenia. he hablado con gente diferente, porque a mí me gustó mucho, y es una muy buena propuesta”. A continuación, Víctor Terradellas le hacía llegar la resolución de independencia del Parlamento esloveno.

Casals y Terradellas fueron los que, días más tarde, hicieron que Puigdemont les recibiera junto a unos supuestos emisarios del Kremlin y los que le prometieron no solo una videoconferencia con Vladímir Putin, sino un manifiesto de apoyo de Mikhaïl Gorbachov y la ayuda económica de China. Puigdemont, sin embargo, no siguió los consejos de estas “eminencias grises” y huyó en Francia, para pasar después en Bélgica.

Miquel Casals mantuvo con Puigdemont un trato frecuente durante la primera etapa de Waterloo: las dos primeras Navidades, los matrimonios pasaron las fiestas juntos (ya lo hacían antes de la fuga de Puigdemont) y lo visitaba a menudo.
El enero del 2018, cuando ya llevaba más de dos meses en Bélgica, Miquel Casals, que lo iba viendo, aseguraba a Víctor Terradellas: “Va trabajando con los flamencos”, se lo dice, mientras lo inunda de videos en defensa de Puigdemont.
El 30 de enero de 2018, fecha en que JxCat quería poner a votación la investidura a distancia de Carles Puigdemont, su amigo ejerce de cronista del descontento que había entre los independentistas: “A ERC están en crisis total, tomar una decisión como esta sin consultarlo a los otros partidos indepes… está fuera de lugar”, dice a Víctor Terradellas, ante la decisión del republicano Roger Torrent, presidente del Parlamento, de no poner la candidatura de Carles Puigdemont a votación porque el reglamento no lo permitía.

“¡Buenísimo!”, afirma. “La gente ha roto una puerta, y ha entrado al parque de la Ciutadella, hay gente corriente hacia el Parlament. Los Mossos no han podido pararlo. Hay un tapón y cola para entrar. Dicen ahora que ya están alrededor del Parlamento. Me parece que será un mal día para la Soraya”. Y después, aseguraba: “ERC se está suicidando”. Días más tarde, Miquel Casals le envía un nuevo mensaje a su colega, con una entrevista de Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, a Vilaweb. “Que todo el mundo vea que nosotros no metemos en cintura”, decía el titular. Y Casals añade: “Marcel Dalmau dice esto”. Dalmau era el antiguo dirigente de Tierra Libre que a principios de los 90 le dio el dinero para comprar los revólveres en Andorra, hechos por los cuales fue condenado.

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