Las grandes ilusiones a punto de caer

El final de la primera década del siglo vio cómo en una serie de países árabes y/o de mayoría musulmana parte de sus poblaciones se levantaban contra los regímenes que los habían gobernado.

Las causas eran diversas, según cada uno de los países. Sin embargo, tenían algunos elementos comunes: la crisis del 2007-2008 había dejado la puerta de Europa cerrada; los regímenes autocráticos seguían con la represión generalizada; la pobreza era muy generalizada en amplias capas de la población; en la mayoría de países las violaciones de derechos humanos eran una práctica habitual; el apoyo occidental a los regímenes seguía inamovible.

En 2010 empezaron una serie de levantamientos que sacudieron la región, del Atlántico hasta el mar Rojo. Las mal llamadas “primaveras árabes”, donde miles de personas, entre ellas muchos jóvenes y mujeres, vencieron al miedo y salieron a las calles de sus pueblos y ciudades para denunciar su situación, y pedir, exigir, un cambio de modelo, de patrón, de sociedad.

Algunas triunfaron, aunque fuera de forma puntual: en Egipto, Mubarak cayó, y en Túnez, Ben Ali tuvo que marcharse al exilio. Otros emprendieron tímidas reformas, como en Marruecos. Y otros se hundieron en el caos: Libia, Siria. Además, Irak, Yemen, etc., a causa de diversas intervenciones domésticas e internacionales, sufren guerras interminables.

Además, las facciones más intolerantes de los movimientos armados y terroristas aprovecharon el desbarajuste para rearmarse, reponerse, cometer más atentados, reclutar a más militantes, etc.

De todos los países sólo uno tuvo éxito en una ruptura democrática: Túnez. Una década después, los avances democráticos están en jaque. ¿Qué ha pasado?

Tras la instauración de una democracia pluripartidista, la redacción de una Constitución que creaba una república semipresidencialista, con un Parlamento y un Gobierno fuertes, la presidencia con poderes limitados, y el respeto por los derechos humanos y las mujeres (con algunas limitaciones), el país debía enfrentarse a una enorme crisis económica hacia mediados de la década de 2010.

Los atentados que habían causado la muerte de turistas, aparte de personas tunecinas, habían desestabilizado al país. El turismo internacional se detuvo en seco y, con este paro, la entrada de divisas imprescindible en el PIB del país.

En el complejo sistema político, estaba, de hecho, un actor ausente: la izquierda. Sólo la poderosa central sindical UGTT, capital en el descalabro de la dictadura, hacía de portavoz de facto de esta corriente. La escena política estaba dominada por la democracia musulmana de Ennahda y sus aliados, y diversas formaciones más o menos laicas centristas y liberales.

La pandemia de la Covid-19 hizo estragos en el país. El sistema sanitario, ya precario, vio cómo sufría más colapsos. La crisis, más honda.

En medio de todo este panorama, el presidente Kaïs Saïed, en mayo del 2021, suspende al Parlamento. Disuelve el Gobierno. Se apropia del poder. Por último, está a punto de pasar a referéndum, en julio del 2022, un proyecto de Constitución que sería el golpe definitivo a la Constitución democrática, pluripartidista, que había sido fruto de la lucha democrática.

La poderosa UGTT convocó para el pasado 16 de junio una huelga general contra el Gobierno. El futuro es muy incierto. La ayuda occidental está de baja, consecuencia de la deriva autoritaria.

La guerra de Ucrania. Túnez depende del trigo ucraniano y ruso. ¿Quién puede salir beneficiado de todo esto? Desde las fuerzas reaccionarias, hasta Rusia y las monarquías no democráticas del Golfo.

No todo es siempre blanco o negro. Lo cierto es que la única democracia real del norte de África está hoy, también de forma real, en grave riesgo de desaparecer. Si la UE y EEUU dejan de apoyar a la incipiente democracia tunecina, otros actores los reemplazarán. Y de democráticos no tienen nada.

Quizás hoy sería el momento de repensar la estrategia, hablar con todos los actores, redefinir las ayudas, en un momento en el que, además, Túnez está rodeada de graves peligros para la seguridad occidental: Libia sigue siendo un Estado fallido; Argelia sigue su lucha contra varias facciones armadas que la desestabilizan; los flujos migratorios sin salida.

Sólo falta el aumento del precio del pan para que se produzca la tormenta perfecta.

Susana Alonso
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