El Parlamento rompe con la herencia pujolista

Uno de los pilares fundamentales del pujolismo fue su indestructible adhesión al Estado de Israel y al movimiento sionista. Curiosamente, Jordi Pujol, cuando era niño, fue alumno del Colegio Alemán de Barcelona en los años más pujantes del III Reich y, por consiguiente, fue educado en la paranoia genocida de Adolf Hitler contra los judíos.

Pero, durante su juventud, Jordi Pujol recibió la influencia de un amigo y socio de su padre, David Tannenbaum, un hombre de negocios judío que se había refugiado en Barcelona. David Tannenbaum fue uno de los fundadores y principales accionistas de Banca Catalana, además de un convencido sionista partidario de la consolidación y expansión del Estado de Israel.

Es a partir de esta conexión que Jordi Pujol convirtió la lucha de los sionistas por la independencia de Israel en el referente de su proyecto de construcción nacional de Cataluña. En aquella época -años 60 del siglo pasado- había otros países en guerra por su liberación nacional y la descolonización que eran vistos con buenos ojos por la izquierda europea: Argelia, Cuba, Vietnam…

En Cataluña había una simpatía generalizada por la lucha contra el imperialismo norteamericano, que se convirtió en la potencia militar dominante después de la II Guerra Mundial. Puesto que los Estados Unidos eran el “gran protector” del Gobierno de Israel, el pueblo palestino –reiteradamente humillado y masacrado por el ejército sionista- mereció y merece, hasta nuestros días, la comprensión y la solidaridad de una parte mayoritaria de la opinión pública catalana.

Jordi Pujol, a través de Banca Catalana, acumuló un importante poder económico, que utilizó para poner en marcha su proyecto de catalanismo político, que sería hegemónico a partir de 1980. En su indigesto brebaje ideológico -mezcla de conservadurismo, nacionalcatolicismo, liberalismo y socialdemocracia- había una constante: su admiración incondicional por Israel, país que visitó en numerosas ocasiones y con el cual la Generalitat convergente estableció estrechos vínculos.

Incluso se preocupó de alimentar y dotar de influencia a un grupo de intelectuales (Vicenç Villatoro, Pilar Rahola, Joan B. Culla…) afines a la causa sionista. Ello, con el objetivo de contrarrestar la pésima reputación internacional que tiene el Gobierno de Tel Aviv por los excesos criminales que, desde hace 75 años, protagoniza contra la población palestina.

La fuerte impronta de Jordi Pujol ha hecho que el catalanismo político moderno haya quedado asociado a su complicidad y defensa del Estado sionista. Por eso es tan relevante la propuesta de resolución aprobada la semana pasada en el Parlamento de Cataluña, donde se define la sistemática segregación y represión que practica Israel en los territorios ocupados de Palestina como apartheid.

Este texto contó con el apoyo de ERC, Comunes, CUP y PSC y el rechazo de JxCat, el heredero directo del legado pujolista. La rotunda condena de la mayoría del Parlamento al terrorismo sionista marca un significativo punto y aparte en la historia del catalanismo político. Más allá de su trascendencia concreta, este pronunciamiento significa romper radicalmente con el “corpus” ideológico recibido del gran “gurú” del nacionalismo catalán de los últimos 60 años.

Como es obvio, en el Gobierno de Tel Aviv y en sus terminales diplomáticas y mediáticas, la resolución adoptada por la comisión de Acción Exterior del Parlamento de Cataluña no ha gustado lo más mínimo. Pero las cosas son como son: desde hace décadas, el pueblo palestino ha visto su territorio ancestral ocupado y usurpado por una masa de extranjeros de ascendencia judía llegados de Europa y otros lugares del planeta a este rincón del Mediterráneo.

La lista de agravios que han sufrido y sufren los palestinos es inmensa. Han sido expulsados de sus casas y de sus tierras. Más de cinco millones están desplazados y 1,5 millones malviven recluidos en precarios campos de refugiados. Son fustigados, detenidos y encarcelados permanentemente por el ejército israelí. El territorio de Palestina está dividido por un enorme “muro de la vergüenza” y descuartizado por asentamientos de colonos. La ciudad de Gaza, con razón o sin, es bombardeada y masacrada de manera sistemática.

No hay hoy un pueblo más martirizado y desgraciado sobre la Tierra que el palestino que, a pesar de todo, resiste a la adversidad y que defiende con dientes y uñas cada palmo de terreno y cada olivo que todavía les queda. Su lucha corre el riesgo de caer en el olvido por la geopolítica internacional y es por eso que la valiente denuncia del apartheid que sufren los palestinos de manos del Estado de Israel que ha hecho el Parlamento de Cataluña es muy oportuna y ha merecido el aval de organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.

Cataluña es víctima de sus tópicos. Aquel que, por influencia directa de Jordi Pujol, nos quería asimilar a Israel y con el “pueblo elegido” también ha sido tumbado. El catalanismo político necesita encontrar su lugar y su discurso en el siglo XXI para construir un imaginario colectivo de prosperidad y armonía. Esto solo será posible si enterramos los “fantasmas” del pasado y aceptamos que todos formamos una misma comunidad plural, mezclada y democrática.

Reivindicar el derecho del pueblo palestino a vivir en paz en su tierra y condenar el impresentable régimen de apartheid del cual es víctima por parte del Estado de Israel es una buena manera de establecer las bases de la nueva Cataluña libre, ahora sí, del pósito pujolista.

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